El puente de los valientes

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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6 min readFeb 19, 2021
@lauralumi.a

Ahora el sol está asomando por detrás de la montaña, se filtra a través de las hojas de una higuera enorme frente a la cual estoy sentada y empieza a darme en los ojos. Voy a tener que cambiar de lugar. El perro del camping acaba de echarse a mis espaldas.

¿Ustedes sabían que la ciudad de Figueres se llama así porque es una zona donde crecen muchas higueras? Higo es figa en Catalán. A mi derecha hay un horno de barro y a mi izquierda el puente romano por el cual se llega al camping, debajo el río. Frente a mí, detrás del río crece una pared de piedra, tan alta que al sol, desde que sale del otro lado, le lleva cinco horas escalarla. Del otro lado es donde vive la mañana. A mis espaldas una pared igual, con falda de bosque. Armamos nuestra carpa en el ruedo. Esta madrugada, ese silencio esponjoso, húmedo y lleno de la noche en el bosque cambió de pronto de estado, como el agua al congelarse, se contrajo como si se hubiera hecho silencio en el silencio. Creo que también tomó un tinte entre rosado y durazno, no abrí los ojos para mirarlo, porque estaba muy cansada. Hasta esta madrugada nunca me había percatado de la condición material del silencio ni de su capacidad de cambiar de estado. Sólo escuché un desprendimiento de rocas, al fondo del valle, un sonido arrobador. Y pensé: si mientras dormimos en algún lugar del valle se rompe la montaña ¿cuántas otras cosas ocurren al mismo tiempo todo el tiempo? Pareciera que para pensar nunca estoy cansada. Qué cansancio.

Si me preguntaran cuál es el sonido del tiempo no diría jamás que ni tic ni que ni tac: diría que es el sonido de la roca al quebrarse y caer al precipicio, partiéndose otra vez con cada golpe en una progresión propia e irrepetible, disminuyendo su fuerza y su tamaño hasta que su efecto en el mundo es cada vez más sutil e imperceptible. Volviéndose tan liviana. Ahora pienso en mi abuela, tan liviana, cada día más sutil e imperceptible.

Me acabo de sacar las ojotas y al tocar con mis pies la tierra, pensé ¿por qué no me las saqué antes? La tierra está fría. Cada piedrita está más fría. Mientras escribo esto el sol estará dándole de lleno a nuestra carpa. Quizás tendríamos que moverla de lugar . El perro me abandonó para seguir a unos niños que bajaban al río. Se escucha el tch tch tch thc tcht de las chicharras. Ahí paró. Se escucha el shshshshshshshsh del río. Ese nunca para. Los turistas que comienzan a cruzar el puente. Las pisadas sobre el ripio frío. Me espía un pajarito con saco amarillo y corbata negra. Las hojas de los álamos deberían tener sonido así no me olvido de mirarlas. Los árboles deberían poder reírse.

Hasta ayer tenía tantas cosas para decir y ahora no se me ocurre una sola. Mientras me fui a calentar más agua para el mate se encendieron otra vez las chicharras. El perro acaba de pasar caminando llevando un palo entre los dientes. Muy ocupado.

Hay una brisa que viene y que va y yo tengo todo el tiempo ganas de llorar. Aún cuando los peces bigotudos se acercan a darme besitos por todo el cuerpo cuando me meto en el río. Ayer vimos una culebrita en el agua y Flor dijo que ella siempre sueña con serpientes. “Como Silvio”, le dije yo. Me gustaría saber el nombre de los peces y de la culebra, el nombre de los árboles y de los pájaros. No estoy acostumbrada a dormir en un bosque sin nombres.

En los días previos a salir de Barcelona me despedí de mis vecinos. Le conté a Ismael, el almacenero, que me iba y me pidió mi número de teléfono. Para desligarme de esa situación le pregunté si se acordaba de mi nombre, para agendarlo. Y, como sospechaba, no se acordaba. “¿Lo vas a agendar como la chica de las cervezas?”, le dije, y mientras se reía aproveché para dejar el almacén con elegancia. Más tarde le grité a Ariani para que saliera al balcón, pero no estaba y salió su hijita. Le dije: “Cuando vuelva tu mamá contale que me mudo, por favor”. Y a las dos horas toda la familia estaba en el balcón gritando “¡Guadalupe!” Cuando salí, la Ariani preocupada: “¡Ay vecina creí que ya te habías ido!” yo: “¡No! ¡Pero cómo me voy a ir sin saludar!” Hablamos un rato largo, de Venezuela, de Argentina, de la vida en Barcelona, nos prometimos que cuando vuelva de visita haremos por fin la cena de la que tanto hablamos. Y nos dimos un abrazo fuerte, nos dimos también las gracias — por nada en especial, por saber que si alguna vez perdíamos la llave tendríamos a quién tocarle el timbre sin apuro. Yo le devolví su plato, el que había venido con las últimas arepitas. Y le hice probar la kombucha, y le conté que Marzia la bautizó Nina. “¡Está rica la agüita de Nina!”, me dijo. “Cuando la vea a Marzia le voy a pedir”.

A Noulan le grité desde el balcón que me iba y me preguntó por qué. Yo le expliqué y me volvió a preguntar por qué, y así hasta que salieron las hermanas y la madre y preguntaron lo mismo. Les conté que me iba a vivir a un camping donde iba a poder trabajar la huerta. Las hermanas le traducían a la madre y ella les pidió que me digan que ese trabajo iba a ser muy duro para mí. Le pregunté a Noulan por su planta de tomate y me hizo un gesto de degollado con la mano. Me dijo: “Ahora tengo esta” — señalando a un potus. Yo le pregunté si esa también hacía tomates y me respondió: “No, es solo hojas”. Al otro día quise presentarle a la nueva inquilina pero no me dio bola. “Mañana me la presentas, ahora estoy comiendo pizza”. Más tarde mientras cerraba mi mochila, escuché que Noulan le gritaba a la nueva inquilina: “¿Tú eres la nueva?” Y ella respondió: “Sí, soy la nueva”. Y a mí se me dobló el corazón como un par de medias. Ella era la nueva en mi balcón y Noulan la saludaba. Salí a saludarlo yo también y me gritó: “¡Te echaré de menos!”, a lo que respondí que yo también. Y antes de meterse para adentro me gritó inapelable: “¡Pero yo más!”

El perro del camping se llama Bruc. Así de a poco, de uno en uno, se conoce a los nuevos vecinos. Ya es hora de que me sume a las tareas comunitarias, dentro de la casa están cocinando el almuerzo. Voy a darme un baño en el río para salir de la escritura y volver al mundo. Este que sucede aquí y ahora mientras allá y ahora mis viejas sábanas se impregnan del olor de otra persona, mis viejos estantes se llenan de nuevos libros, mis perchas de nuevas ropas y en la vereda de enfrente trepados a un andamio los albañiles hacen un ruido infernal al picar la pared para renovar la fachada del edificio.

Acerca de la ilustradora

Laura Lumi (Buenos Aires, 1994) es y hace un montón de cosas distintas. Es Artista visual y Licenciada en Ciencias de la Educación. Facilita talleres de artes en diversos ámbitos: en su taller, en escuelas primarias y secundarias, y en organizaciones culturales. Da clases de arte para chicxs hospitalizadxs en la fundación Vergel y es tecnóloga educativa en una escuela secundaria. En su taller desarrolla sus proyectos y obra artística, que se encuentra disponible online, y en tiendas y galerías.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.