¿Escuchan eso?

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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10 min readDec 23, 2019
© Dominique Rossi

Sí, no se equivocan, son pajaritos. Y ese zumbido de mosquito gigante es el vecino con la motosierra y lejos como un oleaje profundo los autos que pasan por la ruta. Y lo que no se escucha son el sauco y el rododendro en flor, pero los siento a mis espaldas, presentes en el jardín, estoy sentada en mi cuarto de la infancia rodeada de todos mis libros y mis ropas viejas. Llegué a Bariloche. Hacía muchos años que volver no me daba esta sensación de orilla, de estar a salvo, de poder descansar, por fin.

Hace dos meses un día agarré y me fui a la casa de mi amiga, la Agus, y le pedí que me corte el pelo. Que me rape. Maquinita en mano ella me rapó en el baño de la que fue mi casa mi primer año en Barcelona, no sin antes ir probándome distintos peinados anarcopunk y tratando de convencerme de que media cabeza rapada y un jopo me quedaban re cancheros. Palabra que me da miedo sólo de escucharla. Una vez rapada fui entendiendo que para una mujer blanca el cortarse el pelo a 7 milímetros, culturalmente, tiene connotaciones poco felices: parezco María, la de “Por quién doblan las campanas”, del viejo Hemingway, María violada y rapada por las falanges fascistas de Franco; Britney Spears cuando le dio el brote y la metieron en el loquero; Sinead O’Connor en la época en que rompía fotos del papa en público; las mujeres francesas, violadas por alemanes, que al terminar la Segunda Guerra Mundial fueron rapadas para ser humilladas por dormir con el enemigo; cualquier judía del ghetto de Varsovia; una monja tibetana; y ni hablar de una mujer enferma. Yo me rapé en un gesto de Sansón al revés: para mí me unía al escuadrón de guerreras del reino de Wakanda. Era mi propio homenaje a Grace Jones, pero la gente medio preocupada me pregunta: “¿Por qué te pelaste?” Y yo “por el asco que me da tu sociedad…” Salvo por Alejo que cuando me vio me dijo: “Ah, estás muy Sarah Connor” y me hizo sentir la mujer más sexy del mundo. Alejo siempre entiende todo. Fer me dijo: “Estás más guerrera que nunca”. Fer también entiende todo. Mis outfits últimamente varían de tener reminiscencias de Las Panteras Negras al Vietcong, con decirles que el martes cuando me subí a la camioneta 4x4 de mi amiga Sofi entre los baches, el ripio y la polvareda del camino viejo a Colonia Suiza me pareció que todo me sentaba muy Mad Max y bien podría ser la hermana patagónica de Furiosa. Tráiganme la gomera.

Soy de esas que cuando camina una ciudad y ve un terreno baldío, mirando los yuyos entre los escombros se imagina que allí se podría construir una plaza o una huerta comunitaria y después se enoja y se apena cuando el baldío sigue su curso natural y se convierte en un bloque de departamentos. Puedo decir sin faltar a la verdad que este fue el año del triunfo de la especulación inmobiliaria — por usar una metáfora contemporánea para explicar lo que pasó en el campito de mi corazón. Alejo y Fer no se equivocan, este año me pasaron cosas que hicieron que me enoje, mucho. Descubrí que “nadie quiere tanto a nadie”. Estoy en pie de guerra. Este año tomé mucho alcohol y me da mucha vergüenza, pero como decía Freddy Mercury: “Ser humano es una condición que requiere cierto grado de anestesia” y yo cuando miro a las personas no veo más que jaurías de perros sin collar hambrientos, abandonados, feroces.

Pero.

Hace dos meses mi abuela se cayó y se quebró el brazo.

Y yo decidí volver.

Así que ella está en casa también. En esta casa, que es la casa de mi mamá, la casa del cuidado. La casa a la que vuelve la hija aguerrida y lastimada con el corazón en la mano, a donde vuelve la abuela quebrada, donde hay lavanda y valeriana, donde al lado de cada maceta se macera un aceite de caléndula, donde hay vino y queso, donde hay llantén cicatrizante y cerezas maduras, donde las sábanas huelen a limpias y las toallas secan bien, donde siempre hay un gato o un perro dispuesto a llenarte de pelos. Donde de pronto una está escribiendo y golpean a la puerta, y una grita “¡ahí bajo!” y es la vecina que pasa a ver si hay ganas de tomar un mate o te trae rabanitos del invernadero “porque con este frío, en la huerta se fue todo en vicio…” O es el vecino de abajo, el de la motosierra, que tuvo la idea de decorar el barrio para navidad y abrís la puerta y te lo encontrás con un rastrillo al hombro de donde cuelgan 8 ramas de araucaria con las que va a hacer roscas navideñas para colgar de los postes de luz y te pregunta: “Además de un moño rojo, ¿te parece que le cuelgue unas piñas? ¿Las pintamos de dorado?” Y vos te morís de barilochismo, se te explota el corazón y le decís que ¡sí! Que manipular ramas de araucaria, colgarlas de los postes y pintarlas de dorado te parece una idea espectacular. Impresionante. Genial. Y lo ves irse con su rastrillo al hombro y contento. Y pensás que el temita de tomar sol en tetas en el jardín quizás no sea muy viable viviendo en la casa de la presidenta de la Junta Vecinal, con tanto tránsito de vecinos voluntariosos impredecibles.

El domingo mi abuela tenía un cumpleaños y la ayudé a prepararse para ir. La ayudé a bañarse. Fuimos haciéndolo por etapas, yo seguía órdenes estrictas, ella tiene su sistema y sabe lo que quiere. He bañado tantas niñas y tantos niños en mi vida que conozco el paño, ellos saben lo que quieren y te lo dicen. Primero la cabeza en la bacha del lavadero, con un jarrito con el shampoo diluído, controlando la temperatura del agua y que no le entre jabón en los ojos. Después secarle el pelo y que ella se peine prolijamente y se ponga una gorra de baño. Después sentada en el inodoro con los pies en un fuentón esperar a que se lave los pies y cuando termina ayudarla a desvestirse, a ponerse las pantuflas para caminar hasta la bañadera, a sacarse las pantuflas para entrar en la ducha donde ponemos un banquito de plástico para que se siente mientras yo le enjabono la espalda. Después salir de nuevo, secar los pies, ponerle las curitas en los callos, ponerle las pantuflas, secarle las piernas, la espalda, ponerle crema humectante, ayudarla a vestirse. Nos llevó casi una hora. Y hubo algo en la tarea de cuidarla, la quise tanto. Tener la oportunidad de hacerle bien derribó mi hipótesis de que nadie quiere tanto a nadie: yo la quiero a ella. Viendo a mi abuela de 90 años irse al cumpleaños de su amiga, bañada y perfumada con colonia inglesa la quise de un modo irrefutable.

Con Sofi subimos al cerro Bella Vista. No hicimos cumbre, nos sentamos donde más nos gustó a charlar con fondo de toc-toc de pájaro carpintero, mirando el bosque y atrás el lago y las retamas en flor que desde arriba se veían como una alfombra amarilla. Nunca entendí, en toda mi vida de vivir en la montaña, ese afán por subir que tienen algunas personas. Yo siempre fui de las pampitas. La acción de subir fue siempre un misterio para mí. ¿Quizás por eso novié con tantos escaladores? ¿A dónde van las personas que suben? ¿Para qué suben? ¡Para después bajar! Nunca tuvo ningún sentido, hasta ahora, no sé por qué. No es que ahora regalen papas fritas y birra artesanal en la punta de la montaña. Y, sin embargo, todo lo que quiero hacer es subir y subir, hasta el punto más alto, hasta que no haya más dónde subir. Y todavía tener ganas de seguir subiendo.

El verano está atrasado y el bosque está todo esponjoso y florecido. Pocos tábanos, las lagartijas están gordas, todo está gordo y exagerado. Hoy tengo cansancio lindo de piernas y cachetitos colorados. Sí, ya sé, a los 33 años me estoy convirtiendo en una escritora solterona de manual, una Kerouac cualunque que vuelve siempre a casa de su madre a escribir y tomarle el vino, y comulgar con la montaña. Es lo que hay.

Desde que llegué, todo el tiempo pienso en algo que escuché cuando era chiquita. Se los voy a contar: todo el tiempo pienso en alfombras persas. Las alfombras persas son realmente complejas e impactantes, con sus hermosos patrones intrincados y colores. Tejer una alfombra persa puede tomar no solo toda la vida de una persona, sino la de toda una familia, dos generaciones completas a veces. Las alfombras persas requieren un trabajo de tiempo completo y concentración, confeccionar una alfombra persa es, por supuesto, un modo de devoción.

Cuando una alfombra persa está terminada, está casi terminada. Entonces, un miembro de la familia tomará la hoja de una navaja, la que se usó previamente para cortar cada hebra de la alfombra y realizará un pequeño pero incisivo corte en una de las esquinas de la alfombra, entonces la alfombra está oficialmente terminada. La incisión deliberada hecha sobre un objeto precioso que ha costado una labor inimaginable, nos recuerda que lo único que es perfecto es dios.

Estoy por cumplir 34 años, soy lo suficientemente joven para algunas cosas, la gente me dice “¡ah, pero sos joven!” Queriendo decir que, por ejemplo, todavía podría tener hijos. Pero me volví lo suficientemente vieja también para saber algunas otras: lo único que es perfecto es dios. Y no existe. Toda mi vida, en distintos momentos y edades, culpé a otros por hacer de mi vida algo imperfecto, o mejor dicho por ponerse en el medio entre yo y la perfección: mis padres, Bariloche, la gastronomía, mi pareja, la ex de mi pareja, la distancia, mis ancestros, el gobierno, el jurado del Fondo Nacional de las Artes, la época, el pasado, tener una teta más grande que la otra, mis colegas, el idioma catalán, el clima, el capitalismo, por nombrar algunos. Y cuando digo perfección quizás estoy diciendo nada más, estar tranquila, incluso contenta. Lo que pasa con los años no es que a una la vayan volviendo más sabia, es que cansan, hay cosas que cada vez cuesta más sostener: el esfuerzo descomunal que demanda intentar tejer una alfombra persa, por ejemplo. Mejor empezar a hacer las propias incisiones, deliberadas y poderosas, con picardía, con devoción. Con risa.

Mientras tanto, con su bracito quebrado, como parte de su recuperación física y emocional mi abuela no para de cocinar. Ella también estuvo muy enojada con la baldosa que la hizo tropezar, con sus huesos, con los años. Pero el sábado hizo exactamente doscientos panqueques, un kilo y medio de ensalada de fruta, tres litros de sopa y una fuente de huevos rellenos, ella va procesando… Mi mamá y yo hacemos lo mejor que podemos: comemos, hacemos lugar en el freezer y celebramos cada fuente de canelones como si fuera la primera. Cuando te imaginás que vas a llegar a Bariloche y empezar a comer ensalada y arroz integral y espirulina y vas a andar por ahí toda desintoxicada, la vida te sirve canelones de ricota. Ya sabemos como es: una alfombra hermosa y deshilachada. Pero sobre todo, voladora.

Así que yo también estoy gordita y esponjosa, con ganas de que todo entre, de ser transformada por las cosas sin hacer ningún esfuerzo, de escuchar y sentir. Solo dejar que el sol, el viento, las amigas, madres y abuelas, los libros y el bosque — sobre todo el bosque — hagan su trabajo sobre mi persona. Me paso de hippie tres pueblos, pero no se preocupen hasta la gemología no voy a llegar.

A ver si esta primavera que no quiere irse, se está quedando para verme florecer.

Acerca de la ilustradora

Ya saben lo que dicen: una ilustradora trae a la otra. Y las dos hacen feliz a una escritora. Conocí a Dominique Rossi -autora de la ilustración que acompaña este texto- o ella me conoció a mí gracias a mi amiga e ilustradora Lu Barrón -ilustró cuatro textos en este proyecto- un día ella le compartió mi correo semanal a Domi y esta a su vez fue y se compró mi novela Air Carnation. Domi estaba buscando un material con el que trabajar para su tesis en ilustración y diseño gráfico en una universidad en Alemania y me escribió lo siguiente: “Elegí el tema identidad como algo incompleto y en proceso de constante re-significación. Estoy leyendo mucho sobre la importancia del relato de la propia vida para la consolidación de la identidad, y paralelamente, leyendo tus correos semanales y Air Carnation para despejarme y salir de la teoría del trabajo. Como suele pasar cuando uno se concentra en un tema, leyéndote no puedo evitar vincular tus relatos con los demás autores que estoy leyendo. Creo que seria muy interesante trabajar con tus escritos para la parte practica de la tesis. Te quería preguntar si estarías de acuerdo con que use tus textos, o fragmentos de ellos, para ilustrarlos.”

Ella no sabe, pero no necesité mirar sus trabajos, su descripción de mi escritura fue tan atinada que sin pensarlo dos veces, como si nos hubiéramos conocido en un casino en las Vegas, le dí el sí. Domi se recibió con las ilustraciones que hizo de Air Carnation y gracias a ese matrimonio apresurado surgió la idea de este proyecto poliamoroso de ilustración al que se fueron sumando otras artistas.

Dominique Rossi vive en Offenbach, donde estudió, y trabajó en Frankfurt (están cerca, como a veinte minutos en subte), en una editorial como diseñadora e ilustradora (a veces, cuando tiene suerte). Se recibió en mayo del 2019 y arrancó a trabajar derechito full time (ya trabajaba como estudiante desde hacía dos años). Está de novia con un “muchacho alemán” (como le dice su abuela) y extraña bastante Argentina, sobretodo la gente, los amigos, la familia y la música. Se fue a Alemania por un año y va cinco… veremos como sigue ésta historia :) Tiene 29 años y un gran futuro por delante en el cual espero que algún día nos tomemos un café, ya que hasta el momento nos conocemos solo por mail. Para saber más acerca de Dominique Rossi: en sus propias palabras.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.