Frannie y Marguerite

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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6 min readSep 9, 2019
© Caro Mattos

El jueves pasado la temperatura en East Falls Church llegó a los 33° y el cielo estaba tan claro que una no hubiera creído que algo llamado lluvia alguna vez existió. Tenía que dar una clase de español en el barrio así que decidí ir andando en bicicleta; Google Maps indicaba que tardaría 10 minutos en llegar, pero lo que no decía era que la mayor parte del camino sería cuesta arriba.

Llegué a casa de Frannie y Marguerite transpirando como un gorila y tarde. Ellas me esperaban sentadas en el porche de entrada y al verme llegar se pararon de un salto entusiasmadas como si en lugar de ser la maestra de español fuera el camión de los helados. Frannie me dijo “me gusta tu bicicleta, es del mismo color que tu vestido”, era cierto. Apoyé la bicicleta de paseo azul contra un árbol, me acomodé el vestido azul con lunares blancos, y me di cuenta que estaba un poco disfrazada de Amelie Poulang.

Cuando la madre se acercó a saludarme, tuve que disculparme por no darle la mano, las mías estaban todas sudadas y pegajosas. Fue muy amable, me ofreció un vaso con agua y pasamos al comedor. El agua estaba helada y con cada trago que daba me iba sintiendo más a gusto, y a medida que el bochorno se despejaba pude ver que Frannie y Marguerite tenían algo que las volvía, también, muy refrescantes. Tenían once y siete años respectivamente y parecían ser el tipo de personas con las que me llevo mejor, inteligentes pero sin ser cínicas, despiertas, divertidas, amorosas. Marguerite, la más chiquita, tenía puestos una musculosa y shorts de jugadora de básquet, le habían cortado el pelo que parecía un casquito lacio, suave y castaño y usaba una gorra enorme que había decorado ella misma. A Frannie se la veía empezando a debatirse entre ser más grande o seguir siendo chica. Mientras su cuerpo no dudaba ni un poco en crecer, Frannie descansaba del incordio que esto le producía leyendo durante horas.

Para empezar a conocernos le pregunté a las nenas qué habían hecho esa mañana en la colonia de verano a la que asistían en el Museo Smithsonian y me contaron en inglés que habían hecho “puppets”. Entonces les pregunté si sabían cómo se dice “puppet” en español, negaron con la cabeza así que les dije “in Spanish we call puppets títeres”, las dos se destartalaron de la risa como si les hubiera contado la cosa más graciosa del mundo. Cuando se calmaron les pregunté en inglés: “¿Y saben cómo le decimos a las personas que hacen títeres?”. Negaron otra vez con la cabeza. “Titiritero”, esta vez se reían tanto que tenían que agarrarse la panza con las dos manos, y cada vez que trataban de pronunciar “titiritero” les daba más risa.

Después fuimos a caminar por el barrio hasta la orilla de un lago artificial, donde docenas de insectos cruzaban el aire, le dije a las nenas que esos se llamaban “libélulas” y esta vez en lugar de reírse se quedaron en silencio, fue como si las hubiera hechizado. Me quedé en silencio también y miré a las nenas seguir con los ojos el vuelo de esos bichitos brillantes y azules, hipnotizadas, esos que habían visto miles de veces y llamado “dragonflies”, esos que miraban por primera vez en su vida como “libélulas”. Más tarde, sentada en el muelle en la bahía del lago, pescando algas con un palito, inmersa en su propio mundo, escuché a Marguerite susurrando la palabra “libélula” para ella misma y pensé que había entendido todo muy bien. “Libélula” es una buena palabra para susurrar del mismo modo en que “titiritero” es buena para reírse.

Antes de conocer a Frannie y Marguerite, su mamá me contó que habían sido ellas las que le propusieron tener clases de español durante las vacaciones de verano. Le pregunté a las nenas porque tenían tantas ganas de aprender español y ellas, simplemente, levantaron los hombros y me sonrieron.

En el año 2014, cuando publiqué la novela Air Carnation que escribí en inglés, descubrí que escribir una novela en un idioma que no es mi lengua materna es algo que llama la atención, y que lo primero que quiere saber la gente es por qué. Les suena, de algún modo, como poco natural. Es decir, por qué te tomarías el trabajo de escribir en otro idioma si ya es bastante trabajo escribir en el propio. A mí me hubiera encantado poder hacer como Frannie y Marguerite y simplemente levantar los hombros, sonreír y cambiar de tema, pero lo intenté algunas veces y no funciona. La gente desconfía de las cosas hechas sin ningún motivo. Entonces les contesto que empecé a escribir en inglés porque hace 6 años, mientras trabajaba de niñera en Washington, DC, me enamoré de Adam y él sólo hablaba inglés, así que en el avión de vuelta a Argentina empecé a escribirle una carta en inglés que nunca mandé y que se convirtió finalmente en la novela Air Carnation. Y esta es mi propia manera cándida de levantar los hombros y sonreír.

¿Son lo mismo los “dragonflies” que las “libélulas”? No, no lo son. Los dragonflies son dragonflies y las libélulas son libélulas. Esa es la razón por la cual Frannie y Marguerite querían aprender español y la razón por la cual yo escribí una novela en inglés y nunca, aunque lo intenté como una fiera, pude traducirla al castellano.

Acerca de la ilustradora: Caro Mattos y yo nos conocimos en Barcelona, gracias a los maravillosos y aleatorios encuentros que a veces se dan cuando una busca habitación. Pajaritos que se encuentran por obra del viento en su vuelo migratorio. Nos volvimos amigas, compañeras, cómplices, hermanas en la tarea de convertir cuatro paredes y un techo en algo que se parezca a un hogar. Juntamos de la calle muebles, ropa, cortinas, sábanas, plantas maltrechas y las fuimos entrelazando en nuestro nido improvisado y transitorio. La ví día tras día en cada ratito que tenía libre encerrase en su cuarto a dibujar, mientras escuchaba podcasts, con un mate o una copita de vino, la ví pintar, recortar, hacer collage, maquetas… Caro es una de las personas más creativas y más constantes en su trabajo que conozco, la más hormiguita de mis amigas artistas y por eso la admiro y la envidio (ja) muchísimo. Una no siempre tiene la oportunidad de convivir con una artista y ser espectadora íntima de las búsquedas, las frustraciones, los timonazos estéticos, los momentos eureka. Si la vida en la carretera es difícil para todas, para una artista es literalmente más pesada, Caro se anda mudando de acá para allá con lápices, óleos, cuadernos, pinceles. Al mirarla pensaba ¡menos mal que soy escritora! Con una lapicera, un cuaderno, la compu, ya está. Yo escribía, ella pintaba, nos cruzábamos en la cocina comentábamos el proceso, nos nutríamos en todo sentido. Hace un año, después de ver un concierto de jazz, medio borrachas nos dijimos: “¿Y si hacemos algo juntas?”. Yo todavía no escribía el newsletter semanal y el proyecto quedó ahí titilando. Hasta ahora, que con enorme placer y orgullo les presento el trabajo y el talento de mi amiga Caro que ilustró esta saga de 6 textos sobre mi vida en México. ¡Que lo disfruten!

PD: ¡no se pierdan ver sus trabajos en su web!

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.