La casa viva

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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6 min readApr 19, 2021
@lauralumi.a

Es domingo por la mañana y como todos los domingos se escucha a los cazadores en el valle. Se escuchan a lo lejos los disparos y los perros, Quora y Luthor, ladran inquietos.

Esta semana pasaron muchas cosas, el lunes por la noche hubo tormenta, estuvo tronando por horas y los relámpagos iluminaban el interior de la casa. Antes de ir a dormir cerré todas las ventanas. El sonido de agua que corre me despertó de pronto en la madrugada. Aún dormida pensé: “¡Dejé la ventana abierta!” Pero antes de llegar al interruptor de luz sentí agua que me salpicaba la cara y el piso de la habitación mojado. No había una ventana abierta, estaba lloviendo adentro de mi habitación. Una cascada portentosa caía del cielo raso sobre una cómoda donde estaban entre otras cosas mis cuadernos, pasaporte, NIE, ebook… Había goteras también en la cocina. Moví muebles de lugar, ropa, papeles, puse baldes y ollas debajo de las goteras y me fui a dormir otra vez.

La noche siguiente no llovió pero rayando el sol me despertó un ruido bajo la cama, constante, obsesivo: un ratoncito. Cada mañana encuentro caca de ratón sobre la cocina, como granitos de arroz negros y cuando quise cambiar las sábanas de mi cama descubrí que estaban todas mordisqueadas, así que no me sorprendí. Ese día pusimos trampas debajo de cada cama (trampas de esas buena onda que simplemente atrapan al ratón en una cajita) y el ratón fue a entrar justo en la que estaba bajo la cama de Flor. Así que al mediodía Flor emprendió la tarea de repatriar al ratón por el campo. Fue con los perros. En el camino Quora se metió por el monte y no volvió más. Por la tarde primero una y después la otra fuimos en busca de Quora sin éxito. Cuando se hizo de noche salimos otra vez a buscarla, ya bastante preocupadas. Ni bien nos alejamos de la casa empezamos a escucharla ladrar a lo lejos. Caminamos con linternas un kilómetro y medio y trajimos a Quora de vuelta como si hubiéramos ido a buscar a una nena que está jugando en casa del vecino.

Esa noche hubo tormenta otra vez, así que antes de dormir, cerré ventanas, moví muebles, ubiqué ollas y baldes. Pero esta vez duró poco así que no hubo goteras. Al otro día abrí ventanas, acomodé muebles, ordené ollas y baldes.

Ayer amaneció el pasto amarillo de melocotones, y yo todo el tiempo me digo “en un rato los cosecho”.

Lo que quiero decir es que esta casa está viva. Es un animal nocturno. De día reposa, nosotras entramos, salimos, barremos, cocinamos. Cuando nos vamos a dormir la casa se despierta, mira el jardín, está atenta a cualquier ruidito, invita a pasar a los ratones, sostiene el techo en la tormenta.

Cuidar una casa en el campo es ser guardiana de una pequeña galaxia: hay que darle de comer a los perros, sacar a caminar a los perros, hacerle la comida a los perros, no quemar la comida de los perros, poner baldes debajo de las goteras, secar el piso luego de la tormenta, limpiar la caca de ratón de la mesada, no dejar comida afuera, cerrar todo si nos vamos, no perder la llave en el sendero. Volver, prender las luces, apagar las luces, regar las plantas, cuidar el agua. Hay una inminencia constantemente vital, hay que sostener toda esta cadena de acciones sin excepción. La excepción seca las plantas, hambrea a los perros, inicia un incendio. Cuidar una casa en el campo es derrocar por un tiempo al imperio de la palabra. En la ciudad hablar sirve para muchas cosas, en el campo no. Nada se mueve cuando una dice “permiso”. Hablando los ratones no se entienden. Y llamando por teléfono no se arreglan las goteras. No me extraña que la gente en el campo se vuelva silenciosa.

Cuidar una casa en el campo te vuelve guardiana pero no jefa, sino todo lo contrario. Hay una autoridad superior, lo vivo, lo cambiante que demanda y demanda cuando quiere lo que quiere. No se pospone el hambre de los bichos, el agua que se acumula en el tejado no siente culpa al despertarte, las plantas no esperan, no dicen “ay pobre, resistamos hasta mañana que Guadalupe está muy triste como para levantar un balde y regarnos”. Todo nos ignora y a la vez nos reconoce, pero como reconoce a los ratones y a los melocotones tirados en el piso, como reconoce la piel el solcito en la cara y el frescor de las noches con las ventanas abiertas a los grillos. Todo hace su parte.

El campo se te mete adentro. Te toma el pelo. Y a la vez de que con infinita dulzura se toma el tiempo para madurar melocotones, el campo no tiene paciencia. Cuando estás abatida por la existencia mirando una serie, los perros se te suben encima, te miran fijo sin pestañear, empiezan a morder una frazada. Significa que tendrás que unir como puedas las partes de tu ser y sacarlos a caminar. Cuando te sentís muy importante, metés un pie en un charco. Cuando estás durmiendo te llueve, te ladran, te despierta la luna llena. Cuando tenés frío tenés que salir bajo la lluvia a buscar leña. Cuando reina la apatía y no te dan ganas de hacer nada se termina la comida de los perros y hay que poner a hervir el agua para armar el menjunje de arroz con mollejas y corazones, hígados y salchicha y chorizo… Y si sos vegetariana y te da asco el olor a pollo hervido, peor para vos. Y si se terminó la birra vas a tener que caminar cuatro kilómetros, y si es la hora de la siesta, vas a tener que esperar. Y no hay un solo ciervo en 5 kilómetros a la redonda al que le importe saber que tuviste un año muy difícil, que estás saliendo de una depresión muy fuerte, que después de 10 meses de insomnio agradecerías que por la noche los ratones te dejen dormir tranquila, ¡que sacame todas estas moscas insoportables que con los nervios que tengo me voy a tener que tomar un clonazepam si no me dejan de zumbar en el oído! Que no sabés qué corno hacer con tu vida, ni por dónde seguir, y que de pronto estás vieja y gorda, y que no publicás un libro hace cinco años, que has desperdiciado tu vida y has perdido todas tus gracias y que ¡vos no entendés lo que yo sufro!

No, el campo no entiende ni le importa. El campo no la ve, no la reconoce ¿qué cosa va a ser la angustia si no come, ni caga, ni chilla, ni muerde, ni florece, ni madura, ni mata, ni engendra, ni nace, ni muere?

Una vez le comenté muy angustiada a mi psicóloga que a veces cuando me angustio mucho mi hermano Julián me pierde la paciencia. “¡Y lo bien que hace!”, me contestó ella.

Acerca de la ilustradora

Laura Lumi (Buenos Aires, 1994) es y hace un montón de cosas distintas. Es Artista visual y Licenciada en Ciencias de la Educación. Facilita talleres de artes en diversos ámbitos: en su taller, en escuelas primarias y secundarias, y en organizaciones culturales. Da clases de arte para chicxs hospitalizadxs en la fundación Vergel y es tecnóloga educativa en una escuela secundaria. En su taller desarrolla sus proyectos y obra artística, que se encuentra disponible online, y en tiendas y galerías.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.