La idiota de la familia

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
Published in
8 min readJun 30, 2020
© Nat Filippini

A excepción de mi abuela que bien puede estar despierta todavía, hace horas leyendo números antiguos del Reader’s Digest, todas las personas que amo están durmiendo. La oscuridad que cubrió mi sueño va desplazándose como una manta compartida hacia el hemisferio sur y a medida que destapa mi día cubre el sueño de ellas. Duermen incluso Marzia y mi hermano Julián en las habitaciones contiguas a la mía. Nat estará en duermevela amamantando por segunda o tercera vez a Roma. Los últimos que van a despertarse son Ana y Ernesto. La primera que va a levantarse es mi mamá en el comienzo azul del día y el primer canto de los pájaros, con las patitas de Simón acariciando su cara para después morderle los cachetes, bajará las escaleras envuelta en su bata y Lennon la estará esperando sentado en el rellano moviendo la cola, reclamando el desayuno. Después hará un mate y sentada en el sillón del living mirando el jardín seguirá tejiendo una bufanda para mi hermano Valentín. Él será el segundo en levantarse en Buenos Aires, va a hacerse un café y va a prender la computadora mientras Olivia se acomoda en su regazo. Mayra en breve irá a su clase de Pilates, y mi papá después de hacerse un licuado de frutas y escuchar algún álbum de los Beatles con sus bolsas de tela caminará al mercado de la calle Balcarce e irá sacando número en cada puesto para hacer la compra semanal, que incluirá dos filetes de brótola, dos milanesas de pollo, 10 naranjas, 300 gramos de granola, 200 de nueces partidas, 300 de queso Mar del Plata de oferta y 100 gramos de maní con chocolate. Yo escribo y leo en la madrugada sentada en la cocina del mundo mientras todas las personas que amo duermen. Envuelta en la sinfonía de sus respiraciones pesadas y el olor denso a cortinas cerradas, a cuerpos entre las sábanas y pelo sobre almohadas tibias. El olor humano que sólo puede tolerarse cuando pertenece a las personas que una ama. Duerman tranquilas, es sábado, yo hago guardia.

Desde que volví a Barcelona que llueve sin parar, pero ahora está saliendo el sol, así que levanto la mirada del libro y veo como van saliendo también los tendederos a los balcones, cada uno con su sistema propio de soguitas adosadas para poder secar la mayor cantidad posible de ropa. En el balcón de Igor, el ucraniano, cuelgan los mamelucos manchados de pintura. Él trabaja de pintar casas. En el balcón de la familia pakistaní cuelgan maravillosas prendas de colores, suaves, como alas de mariposas. De pronto todos salen al balcón, así que salgo yo también, y recibo una cálida bienvenida. Las chicas pakistaníes con su pelo largo hasta abajo de la cola me hacen el gesto de que me creció el pelo, genuinamente contentas por mí. Sí, me creció el pelo ¡qué preocupación les había dado cuando me rapé! Después me preguntan que dónde había estado y al mismo tiempo juntan sus manos y sorben de una bombilla invisible por lo que entiendo que intentan decirme que hace mucho no veían en el balcón a alguien haciendo esa actividad misteriosa que es la de tomar mate. La vecina de al lado, la venezolana, sale y me saluda exultante con la noticia de que la vecina maléfica y xenofóbica del piso de abajo, la que nos ha dado a todos taquicardia con sus rondas de vigilancia paramilitar en el edificio amenazando con llamar a los Mozos de Escuadra porque habían quedado una serie de broches de la ropa rotos tirados en la terraza, ha vendido y se ha marchado. Dice que extrañaba tomarse una cervecita conmigo a la noche, que nadie salió al balcón en mi ausencia, que a veces salía y espiaba para ver si había vuelto. De pronto siento que mi verdadero hogar en Barcelona es mi balcón, ese territorio aéreo donde hablamos del clima y nos mostramos fotos de nuestros países lejanos. Mi balcón es dónde más se ha notado mi ausencia. Vivo en el aire y de un modo extraño me siento querida por todas estas personas desconocidas. Mi rutina era parte de sus rutinas y por un tiempo ha faltado. Prometemos festejar con arepas.

La razón por la que todos han salido al balcón no es mi llegada, es la llegada del Real Madrid al hotel de la esquina. Hoy juega el Barça. Mientras todos mis vecinos se balancean peligrosamente con medio cuerpo colgando fuera del balcón para ver a Messi, yo vuelvo dentro de la casa. Estoy leyendo un ensayo de Diana Bellessi que se llama “La Pequeña voz del mundo”, dice:

“Esa pequeña voz del sueño o de la vigilia más atenta que la idiota de la familia escucha, los ojos fijos en la gloria de las formas. (…)Esa pequeña voz que escribe los poemas. Quién, si no ella, podría decir nadie se baña dos veces en el mismo río. Arcaísmo sutil de un pensamiento que no desea ir mucho más allá de la ofrenda o la celebración de diminutas revelaciones repetidas siempre, una y otra vez sobre la huella de la conciencia humana.”

La pequeña voz del mundo en Buenos Aires no trina, no aúna su aullido solitario en el living de la casa a media noche en solidaridad a las sirenas de los bomberos. No canta Malena mientras riega los tomates a media mañana. Dice: “Hasta el 25 comemos, después mate cocido” en la puerta de una rotisería en San Telmo donde un grupo de repartidores vestidos con mameluco esperan su turno para comprar un sanguche de milanesa. Mientras tanto la idiota de la familia se baja del subte en el barrio donde vivió ocho años y camina diez cuadras en la dirección equivocada hasta darse cuenta de su error, mientras tanto la idiota de la familia que ha viajado y vivido en metrópolis sube al ascensor y espera, espera. La pequeña voz del mundo en Buenos Aires llega con la visita de Dani, el amigo jardinero de mi papá que le trae una botella de fertilizante para sus plantas y le advierte que tiene que diluirlo porque es una bomba. Nos reímos porque hace muchos años trajo uno de sus fertilizantes en una botella de limpiador y yo lo usé para limpiar la mesa de la cocina, literalmente con bosta de caballo. “Es”, dice, “es como cuando, viste cuando pasa el camión de la basura y le va cayendo un juguito por abajo, que se chorrea al costado de la vereda y que yo lo miro y pienso ‘¡Que desperdicio!” Es eso, pero lo hice yo en un tacho en el fondo de mi casa”.

El ensayo de Bellessi sigue:

“Las tareas de esta voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía.(…)”

Cuando estuve en Buenos Aires en Noviembre, mi papá me dijo que siempre había querido tocar la guitarra. Algunos meses más tarde vuelvo yo de Bariloche con mi guitarra roja al hombro para regalársela. En el medio él tuvo un accidente laboral que le rebanó medio dedo índice de la mano derecha. La guitarra la traigo acompañada de una tarjeta con una imagen de los Aristogatos que dice: “Para que seas el Django Reinhardt de San Telmo”. Dani vino a casa a darle unas clases para que pueda empezar con el dedo mocho y todo. Mi papá no sabe afinar y Dani le dice: “Lo importante es que te suene bien, que suene bien la cuerda y el sonido y que te suene bien adentro tuyo”. Dice esto llevándose una mano al pecho. Ante la cara un poco desconcertada del alumno yo le digo:

— “Pero Dani, no hay algo de que la cuerda tocada en el quinto traste tiene que sonar con la cuarta cuerda y así…”

— “Ah, sí, claro”, dice Dani, y explica finalmente cómo afinar la guitarra. “Pero lo importante es que vos sientas que suena bien adentro tuyo”.

Yo le enseño a mi papá los primeros acordes de “Todas las hojas son del viento”, de “Norwegian Wood” y el estribillo de “Yellow Submarine”, que es todo lo que sé en la guitarra, pero es suficiente para hacer brotar en él la felicidad de lo posible. Como un nene al que le compran un paragüitas de chocolate al salir de la escuela.

Termina Bellessi su ensayo:

“El lirismo más puro es siempre arcaico. Señala una sola cosa: nuestra pertenencia. A la casa de lo humano, a la casa de la materia, por supuesto, y al pequeño pago de la lengua.”

Y mientras almorzamos a mitad de la escritura de este texto a mi hermano Julián se le da por recitar un poema de Bustriazo Ortiz:

“balada arcaica

ya te vas vegetal tornasolada no me prendas la flor del exterminio fulgimiento del agua de los ojos no me prendas la flor del exterminio hinchamiento del cielo qué potencias no me prendas la flor del exterminio qué hinchadura del mundo taza turbia no me prendas la flor del exterminio con el hijo salido de tu entraña no me prendas la flor del exterminio con el ala punteada de tu ángel no me prendas la flor del exterminio con arcillas que vuelan soberanas no me prendas la flor del exterminio en olor de adiós que me espeluza no me prendas la flor del exterminio con tu boca antañera tras tu boca no me prendas la flor del exterminio en amor de tu sombra sonadora no me prendas la flor del exterminio!

27 y 28

para vos, dueña de los ponientes.

de Canción rupestre, 1972, inédito”

La idiota de la familia escucha atenta mientras se lleva una cucharada de guiso a la boca, la idiota de la familia hace guardia, mastica, traga, la idiota de la familia escribe.

Acerca de la ilustradora

Nat Filippini es diseñadora gráfica & ilustradora. Nació en Bariloche, Argentina en 1982. Desde chica le gustan las artes visuales. Trabajó para diversas marcas y proyectos. Hoy sus clientes más importantes son Luca y Roma sus pequeños hijitos. Además de ser mamá es una gran freelancer, que es algo así como ser La Mujer Maravilla pero en joggin.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

--

--

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.