Papas

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
Published in
7 min readSep 30, 2019
© Lu Barrón

Fue en los años de Alfonsín, creo. En la Era de la Papa, previa a la Era de la polenta que sobrevino poco tiempo después.

Mi casa — construida con un préstamo del Banco Hipotecario que mis padres terminarían de pagar cuando yo tuviera treinta años — por dentro estaba vacía. Tenía apenas las paredes que dividían el baño de la cocina. Las puertas y las ventanas eran todas distintas, compradas en los restos de una demolición. Por la ventana de la cocina se veía la casilla del gas con las garrafas, que con la llegada del gas natural en los años noventa dejó de servir y la demolieron.

Mi papá era artista plástico y ese año, con el premio que había ganado en un certamen de pintura provincial — que ganaba todos los años y por eso lo llamábamos el aguinaldo — hicieron, junto con algunos vecinos, una compra al por mayor en la distribuidora de frutas y verduras Díaz Hnos., así cada uno obtuvo sus bolsas a mitad de precio. Los encargados de la compra volvieron al barrio en un Citroën Amy 8 cargado de papas y cebollas.

Las descargaron en una esquina y como se retira un circo pobre de un pueblo pequeño, cada vecino se llevó sus bolsas, una procesión mínimamente ordenada de carretillas, nenes y perros, todos los perros del barrio tropezándose entre sí.

Si iba a jugar a la casa de Cathy y Alejo comíamos papa, en la de Nehuén comíamos papa, en la de Anu y Gaby comíamos papa, en la casa de Eli y Nati a veces no, en la de André a veces tampoco.

En mi casa comíamos papa al horno, puré, buñuelos de papa con queso, croquetas de papa con cebolla rallada (la receta de la abuela polaca), papa al horno con leche, pastel de papa, papas fritas, papa hervida con huevo, papa.

Fue un mediodía. Un sábado. La única pelea que recuerdo de mis padres. Mi mamá pelaba papas en la bacha de la cocina, yo dibujaba en la mesa del comedor. Tengo algo así como la imagen de mi papá preguntando qué íbamos a comer, un breve diálogo y acto seguido mi mamá gritando inapelable: “¡Las pestes y las guerras se sobreviven con papa! ¡La hiperinflación se sobrevive con papa! ¡Napoleón alimentó a sus tropas con papa!”.

No lo olvidé nunca porque fue un grito de una calidad, de un ímpetu, magnífico. Después estoy yo repentinamente metida dentro de la campera, las botas, los guantes, el gorro y la bufanda. Lo que sigue son mis deditos todos apretujados adentro de la mano de mi mamá caminando debajo de la lluvia helada, sin paraguas, porque en Bariloche a los paraguas se los lleva el viento.

Íbamos muy rápido bajando por la calle empinada; íbamos como los arroyos marrones que llevan hojas y arrastran piedras. Había muchas lombrices. Quería parar a mirarlas como hacíamos cuando volvíamos del jardín, deteniéndonos a mirarlas con rigurosa curiosidad. Seguíamos de cerca el deslizarse de esas viboritas, que me parecía que siempre estaban contentas, nadando, moviéndose tan graciosas. Pero esta vez no. Mis pies se sucedían por la pendiente al borde del tropiezo. Las puntas brillantes y redondeadas de las botas de goma, apenas asomaban fuera del agua de aquellos extensos charcos que atravesábamos, como submarinos amarillos.

Caminamos kilómetros por el borde de la ruta. Yo no estaba cansada. No me animaba a estarlo. Mi mamá decía cosas, pero no estaban dirigidas a mi, cuando me atrasaba mucho, se limitaba a levantarme del brazo del que me tenía agarrada, apretando un poco más mis deditos amontonados, hasta que los pies no tocaban el suelo y me llevaba así colgada en el aire un trecho. Yo miraba el camino todo el tiempo, alerta. La velocidad había hecho que pierda el control, de haberme soltado hubiera caído de cara al suelo, iba siempre un poco más atrás que mi mamá, sin verle la cara, como la estela de un transatlántico, como una bandera flameando, liviana. Ella nunca me soltaba, pero tampoco prestaba atención, se limitaba a arrastrarme y yo me dejaba arrastrar obediente.

Tengo hambre — dije por fin.

Mi mamá me miró y la lluvia detuvo cada una de sus gotas, quedaron todas inmovilizadas en el aire a nuestro alrededor. Cruzamos la ruta, y empezamos a caminar para el lado contrario, despacio. — Mirá, una lombriz — me dijo.

La lluvia entonces siguió lloviendo. Cada tanto un auto pasaba perturbando la superficie del agua acumulada en el asfalto. Cada tanto un auto nos embarraba. Volvimos caminando tranquilas, la cara mojada, el pelo mojado, convertidas en lluvia, imperceptibles.

— ¿Por qué cuando llueve hay tantas lombrices? — pregunté yo.

— Porque cuando hay tormentas se les inunda la casita y salen a pasear. A las lombrices les gusta mojarse, hasta que sale el sol, la casita se seca y vuelven.

— ¿Qué es “inunda”, ma?

— Inunda, es que se llena de agua. Como el piso del baño después de bañarse.

Una vez leí que los incas comían las papas con cáscara porque creían que si las pelaban las hacían llorar.

Cuando volvimos de la caminata a la casa, mojadas como lombrices. Mi papá estaba parado bajo el alero, apoyado sobre una pala como si fuera un bastón, había hecho canaletas para encauzar los arroyos marrones pero ya se habían rebalsado. Sobre el césped recién sembrado, rápido avanzaba el barro.

Acerca de la ilustradora

Lu Barrón y yo tenemos una linda historia, una que empieza antes de que yo realmente la conozca. Lu fue primero amiga de mi hermano Julián y de Violeta. Allá por el año 2014 Julián, Ana López y yo, por gusto nomás, creamos una banda sonora original para la novela Air Carnation que yo estaba escribiendo. Casi unas 10 canciones. Cuando la novela se publicó, decidimos que era inaceptable que el libro se presente en sociedad sin su música. En una misión imposible (yo vivía en Bariloche, ellos en Buenos Aires) decidimos primero constituirnos como banda y en honor a Louise Bourgeois la llamamos “Songs for runaway girls”, conseguimos convencer a Cancillería Argentina de que éramos una banda con cierta trayectoria (!) para que nos pague los pasajes a Canadá donde era la presentación oficial del libro escrito en inglés. Conseguimos fechas en Toronto, Montreal, London-Ontario y hasta en un festival, y en una semana de intensidad en la que casi nos separamos sin todavía haber empezado, armamos un show y grabamos un disco. Todo esto sin nunca antes habernos juntado en un mismo cuarto los tres. Esta pequeña introducción viene a cuento porque siendo una banda que se estrenó de gira, en nuestra primera fecha en Buenos Aires había en el público una muchachita que se emocionó hasta las lágrimas al escuchar nuestra canción The Wasteland y que esa misma noche conoció entre el público a quién sería su pareja durante más de tres años. Creo que para ser una banda que duró unos pocos meses de gloria, que dos fans se hayan enamorado en nuestro primer concierto es razón suficiente para retirarse a dormir entre los laureles del rock tranquilos. Yo no supe de esta historia hasta años más tarde cuando en el primer taller de escritura creativa que di se anotó la misma muchachita, Lu “La Lunga” Barrón, y ahí la que se enamoró fui yo. Cada sábado llegaba esta loca linda, muerta de risa, con galletitas, con resaca, con sus poemas y su desenfado, con una melena morocha y tupida que te alegraba la vida sólo de mirarla intentar acompañar los movimientos de su dueña. Con su lectura atenta y su capacidad para ser profunda sin ser solemne, emocionarse ante un poema y al ratito pedir recreo para ir al baño a limpiarse el rimmel corrido. Mi Lunga, la romántica, a la que no una, sino varias veces tuve que recordarle (como profe y como amiga) que por más bonitos y acertados que sean: No, los poemas no son un medio de comunicación (¡No mandes ese mensaje flaca!) Una mañana me trajo ilustrado un poema de Mary Oliver enmarcado y ahí yo supe que un día quería darme el lujo de ver mis propios textos ilustrados por ella. Ese día llegó y acorde a su costumbre de ser un amuleto de la suerte en todos mis estrenos, ilustra esta serie de textos que son parte de esta nueva aventura de publicar textos con dibujos. ¡Que lo disfruten y no dejen de chequear su trabajo como diseñadora!

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

--

--

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.