Titus

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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11 min readSep 23, 2019
© Lu Barrón

No sé si fue antes o después de leer Las 50 cosas que los chicos pueden hacer para salvar el mundo. Antes o después de que la abuela me pregunte ¿que vas a ser cuando seas grande? Y yo respondí: presidenta y bióloga, para salvar el mundo. O si todo comenzó realmente una tarde que nevaba y daban Gorilas en la niebla por Canal 6.

En mi casa estaban suscritos al Correo de la UNESCO, la revista de la fundación La Caixa, la revista Humboldt y compraban el diario Página/12, mi suplemento preferido era Futuro. Para mi cumpleaños de diez mi papá me llevó a la librería y me dijo que elija el libro que quisiera, compré un libro de biología ilustrado que explicaba el biotopo y el equilibrio de los ecosistemas.

Presidenta y bióloga, de repente 23 años más tarde, con este cerebro apelmazado de adulta entiendo el implícito que aquel cerebro palpitante de nena encontraba en la combinación de estos dos trabajos, y me parece dolorosamente bello: lo que mi lógica suponía era que si los presidentes no hacían nada o tomaban decisiones que destruían el medio ambiente era simplemente porque no sabían. No admitía más variables. El conocimiento era, para esa nena, en sí mismo compasión y acción.

Así que luego de obtener el permiso de mis padres — y de que ellos dejaran bien en claro que, si bien estaban conmovidos con mi causa, no iban a poner un solo peso en ella — sola, a través de la revista National Geographic, adopté un gorila por correo y en diciembre de 1995 logré pagar con los ahorros de todo un año la primera “cuota alimentaria” de Titus el gorila en extinción que alimenté en Ruanda vendiendo torta en la escuela durante tres años. En ese entonces eran cincuenta dólares anuales. The Dian Fossey Gorilla Fund International se comprometía a mandarme fotos y contarme todo lo que hiciera mi gorila.

Todos los domingos pasaban por Canal 6 un programa de documentales. Ese que empezaba con la imagen arrobadora de la cola de una ballena saliendo del mar y como si surgiera de las profundidades junto con la ballena una voz de hombre grave y sexy anunciaba La aventura del Hombre. Luego, a medida que las imágenes se sucedían, esa misma voz describía los rituales de apareamiento de algún ave amazónica o cómo las hienas lograban apartar del grupo a una cría de león y se la comían. Había un vértigo inmanente: en las historias de la naturaleza, a menudo, los finales no eran felices: un huevo caía del nido, una cría era devorada por el macho de la manada, un chimpancé quedaba atrapado en el incendio provocado por un rayo. Las manadas simplemente seguían su camino, las hembras caminaban algunos días en círculo, los pájaros abandonaban sus nidos. Y yo, tapada con una mantita en el sillón sabiendo que no iba a pasar, hasta último momento conservaba la esperanza de que algo los salvara, intentaba entenderlo todo, lo que es decir, aceptar la muerte.

Recuerdo en especial la conmoción que me produjo un capítulo:

África. La gran sequía.

La estación de las lluvias aún no llegaba y las zarigüeyas morían deshidratadas, los pájaros emigraban y los depredadores superiores se morían de hambre. Entonces, los elefantes emprendieron una procesión por la sabana con las crías agarradas de la cola. Buscando con sus trompas, sensibilizadas como radares, el agua. Los pájaros los seguían por el cielo y los leones a los costados a una distancia prudencial porque temen a las manadas.

Los elefantes se detuvieron, de repente, y empezaron a escarbar el suelo arenoso con sus patas mochas. Pasaron varios días con sus noches, sin parar de escarbar hasta que el agua afloró y los elefantes se revolcaron en el barro para humectar sus pieles dañadas por el sol. Todos los animales se acercaron y bebieron uno al lado del otro. El agua era la tregua.

Un día mi mamá me llevó al centro a comprar un pantalón. Por la calle nos pararon una chica y un chico con una cámara, dijeron que querían entrevistarme para un programa de entrevistas a adolescentes que viven en ciudades turísticas. Yo tenía doce años. Fuimos a la costanera y me hicieron un reportaje con fondo de lago. Empecé hablando de mi vida en Bariloche, de que no esquiaba porque era muy caro, del trabajo de mi papá, el precio del pasaje en colectivo, el impacto ecológico que generaban los estudiantes en viaje de egresados, la pobreza en los barrios altos que la fachada turística ocultaba y terminé, hablando de Titus y los elefantes, le conté a la periodista el capítulo de La Aventura del Hombre. Nos despedimos. Me dieron las gracias y me fui a comprar mi pantalón elastizado en los coreanos de la calle Onelli.

Un año más tarde cenando en casa mis papás me confesaron la verdad de la entrevista: una compañera de la escuela, Joanna, había escrito a Sorpresa y Media, el programa de Julián Weich que le cumplía los sueños a la gente, diciendo que tenía una amiga que soñaba con andar en elefante. Que coleccionaba fotos de elefantes y veía películas documentales y compraba libros de elefantes y que nunca se sacaba una cadenita que llevaba colgada del cuello con la figura diminuta, hecha en plata, de un elefante.

—“¡Qué boludos! ¿Me están jodiendo?”, dije yo.

Y acto seguido pensé: ¿será que ahora entra Julián Weich y grita ¡sorpresa! y me lleva al África? ¿Será que saldré en la tele gritando “¡qué boludos! ¿Me están jodiendo?”?

No. La producción del programa quería que yo viaje con mi papá. Por una cuestión de impacto dramático. Mi papá trabajaba en el Museo de la Patagonia y aunque su trabajo era sobre todo de diseñador, y en todo caso, estaba mucho más interesado en la reparación histórica de los pueblos originarios que en un montón de huemules y cóndores embalsamados, a los productores les cerraba el cuadro: “La hija viaja al África a cumplir su sueño con su padre que le inculcó el amor por la naturaleza…”

Por una cuestión de “coherencia consigo mismo”, mi padre se negó determinantemente a “ser utilizado por los medios masivos de comunicación para sensibilizar y manipular a las masas”. Y ahí quedó mi viaje a África.

Mis compañeros de escuela que entraron en la pubertad al mismo tiempo que yo empezaron a escuchar Korn, rompían todo en los cumpleaños, fumaban escondidos y tomaban hasta que había que mandarlos a la casa en un remis. Yo escuchaba a Los Beatles, Fuego Gris de Spinetta, Nirvana, Sui Generis, Ziggy Marley, Los abuelos de la nada y León Gieco. Leía a J.D. Salinger, Carson McCullers, el Popol Vuh y las Odas Elementales de Neruda, canalizaba mi violencia púber siendo militante ecologista, pero como además del compost no era mucho en realidad lo que podía hacer en mi militancia lo que principalmente hacía era angustiarme y envidiar la inocencia de mis compañeros, ajenos al calentamiento global y los brutales genocidios interétnicos entre Hutus y Tutsis en Ruanda.

Mientras escribía esto se me ocurrió buscar la página de internet de The Dian Fossey Gorilla Fund International, y me enteré qué es de la vida de Titus. La verdad es que nunca me llegaron sus fotos, supongo que se habrán perdido en algún lugar del trayecto Ruanda-Bariloche.

Hoy en día, Titus, lidera el grupo de gorilas más tranquilo de los estudiados en la Reserva Karisoke. Los problemas, que surgen de manera ocasional, se resuelven rápidamente para volver a la usual pachorra que transitan como si nunca se hubiera interrumpido. Pasan el día descansando entre los cañaverales, sacándose uno a otro los piojos en fila india y comiendo apio salvaje. El Titus joven y taciturno que conocí, es hoy el macho silverback (espalda de plata) dominante, su autoridad es clara y sus modos apaciguados se ven reflejados en la dinámica de todo el grupo. Viven un tiempo en la profundidad del bosque húmedo del Congo y otro tiempo en las inmediaciones de Monte Visoke.

Además de estar en peligro de extinción y de vivir en un país en guerra civil desde 1959, Titus tuvo una infancia difícil. Nació, según registra el diario de Dian Fossey, el 24 de agosto de 1974 (año en que Lennon actuó en vivo por última vez con Elton John en el Madison Square Garden). Su madre se llamaba Flossey y su padre Tío Bert.

Flossey no fue una madre “amorosa” y Titus tenía problemas respiratorios. A la edad de cuatro años su padre y su pequeño hermano Frito fueron asesinados por cazadores furtivos, las fotos del diario (que compré en los saldos de la calle Corrientes editado por la maravillosa editorial Salvat) muestran los cadáveres sin manos y sin cabeza, preciados talismanes que se venden en el mercado negro para asegurar la virilidad masculina de quienes los poseen: hombres blancos y supersticiosos. El liderazgo fue asumido por Beetsme, un integrante nuevo en el grupo. Al poco tiempo la madre y la hermana de Titus lo abandonaron para unirse a otro grupo. En 1979 del grupo original quedaban solo tres miembros: Titus, Beetsme y Tigre, al que se les unió otro macho solitario llamado Maní.

En 1985 se unieron al grupo de Nunkie sin mucho éxito. Muchos se fueron y cuando Nunkie murió, Beetsme se hizo cargo del resto. Titus con solo once años, era el segundo en el escalafón de poder y estaba considerado el macho más “apuesto” por todas las hembras de la zona. Durante seis años fue el subordinado de Beetseme, hasta que en 1991 comenzó a demostrar señales de agresividad con el resto de machos y solo respetaba a Beetsme. En marzo de 1992, finalmente Titus lo desplazó en el poder. Beetsme, el mismo que había reemplazado a su padre, se sometió a su autoridad y, a menudo, trabajaron juntos para defender y proteger al grupo. Beetsme murió en el 2001.

Cuando Dian Fossey comenzó sus observaciones en la década del 60 existían 250 gorilas, hoy en día los gorilas en libertad superan por primera vez los 1000 ejemplares, se estima que sin su trabajo y el de la fundación, ya se hubieran extinguido.

Dian fue asesinada a machetazos en su casa en la Reserva Karisoke en 1985. Su muerte es un misterio sin resolver, aunque se estima que fueron cazadores furtivos (si bien el cadáver conservaba la cabeza y las manos). Esto fue lo último que escribió en su diario:

“Cuando te das cuenta del valor de la vida, dejás de darle importancia al pasado y te concentrás en la preservación del futuro”.

La guerra entre Hutus y Tutsis en Ruanda continuó, avalada por Bélgica, Francia, Estados Unidos y la iglesia Católica, sus ejércitos estaban integrados por niños desde 6 años, considerados más crueles que los adultos por no tener definida la diferencia entre el bien y el mal, ser rápidos y huidizos. Útiles para atravesar campos minados. En 1994 en sólo 100 días (abril-julio) se cometieron más de 800.000 asesinatos, principalmente de personas del grupo Tutsi a manos de grupos Hutu, y un cierto número de Hutu moderados que se oponían al genocidio.

Yo tenía 9 años y podía sentir la inminencia del apocalípsis. Esto preocupaba mucho a mi mamá, que veía en mí a una futura adolescente con tendencia a la depresión — y no se equivocaba. A los 9 años, erguida frente a las multinacionales, lo que no sabía cómo explicarle a mi mamá (además de que para sentirse realmente sola en el mundo basta con ser militante ecologista) era la certeza de ser yo misma una especie en extinción, con la mala suerte de pertenecer al género humano, por lo cual ningún gorila iba a querer adoptarme jamás.

Acerca de la ilustradora

Lu Barrón y yo tenemos una linda historia, una que empieza antes de que yo realmente la conozca. Lu fue primero amiga de mi hermano Julián y de Violeta. Allá por el año 2014 Julián, Ana López y yo, por gusto nomás, creamos una banda sonora original para la novela Air Carnation que yo estaba escribiendo. Casi unas 10 canciones. Cuando la novela se publicó, decidimos que era inaceptable que el libro se presente en sociedad sin su música. En una misión imposible (yo vivía en Bariloche, ellos en Buenos Aires) decidimos primero constituirnos como banda y en honor a Louise Bourgeois la llamamos “Songs for runaway girls”, conseguimos convencer a Cancillería Argentina de que éramos una banda con cierta trayectoria (!) para que nos pague los pasajes a Canadá donde era la presentación oficial del libro escrito en inglés. Conseguimos fechas en Toronto, Montreal, London-Ontario y hasta en un festival, y en una semana de intensidad en la que casi nos separamos sin todavía haber empezado, armamos un show y grabamos un disco. Todo esto sin nunca antes habernos juntado en un mismo cuarto los tres. Esta pequeña introducción viene a cuento porque siendo una banda que se estrenó de gira, en nuestra primera fecha en Buenos Aires había en el público una muchachita que se emocionó hasta las lágrimas al escuchar nuestra canción The Wasteland y que esa misma noche conoció entre el público a quién sería su pareja durante más de tres años. Creo que para ser una banda que duró unos pocos meses de gloria, que dos fans se hayan enamorado en nuestro primer concierto es razón suficiente para retirarse a dormir entre los laureles del rock tranquilos. Yo no supe de esta historia hasta años más tarde cuando en el primer taller de escritura creativa que di se anotó la misma muchachita, Lu “La Lunga” Barrón, y ahí la que se enamoró fui yo. Cada sábado llegaba esta loca linda, muerta de risa, con galletitas, con resaca, con sus poemas y su desenfado, con una melena morocha y tupida que te alegraba la vida sólo de mirarla intentar acompañar los movimientos de su dueña. Con su lectura atenta y su capacidad para ser profunda sin ser solemne, emocionarse ante un poema y al ratito pedir recreo para ir al baño a limpiarse el rimmel corrido. Mi Lunga, la romántica, a la que no una, sino varias veces tuve que recordarle (como profe y como amiga) que por más bonitos y acertados que sean: No, los poemas no son un medio de comunicación (¡No mandes ese mensaje flaca!) Una mañana me trajo ilustrado un poema de Mary Oliver enmarcado y ahí yo supe que un día quería darme el lujo de ver mis propios textos ilustrados por ella. Ese día llegó y acorde a su costumbre de ser un amuleto de la suerte en todos mis estrenos, ilustra esta serie de textos que son parte de esta nueva aventura de publicar textos con dibujos. ¡Que lo disfruten y no dejen de chequear su trabajo como diseñadora!

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.