¿Ven eso?

Guadalupe Muro
Guadalupe Muro
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7 min readDec 30, 2019
© Dominique Rossi

Son pájaros muertos, no es la octava plaga de Egipto, tampoco es que me tocó solsticio, luna llena y menstruación, es que convivo con una joven fiera que se pasa los días descuajeringando lagartijas y cazando pajaritos. El verano pasado cada vez que Violeta le abría la puerta para salir al jardín le decía “Simón, no matés a nadie, por favor”. Para después encontrar la cabeza de un colibrí con la lengua afuera en el felpudo de la entrada. Si no le hacía caso a Violeta que es una diosa del Olimpo, no le iba a hacer caso a nadie. Toda una vida rescatando de la hipotermia a todos los pajaritos que se estrolaban contra la ventana, una haciendo cualquier cosa y de pronto “¡Pum!” y salir corriendo a revisar el jardín a ver a dónde había caído el pajarito inconsciente para sostenerlo entre las manos, mojarle la cabecita y esperar a que levante vuelo. Todo para que este gato endemoniado, hasta donde yo pude contabilizar, no baje de un promedio de un pajarito por día. Esos son 30 pájaros por mes sin contar las lagartijas. ¿Cuánto se tarda en cosechar un pajarito? Mi mamá dice que es la época, están todos los pichones aprendiendo a volar y son presa fácil, que el resto del año no es así. Hace unos días escuché a un pájaro piar con un dolor que ni la coplera más vieja de la puna te pondría la piel de gallina como ese canto. Simón entraba a la casa con un pájaro entre los dientes y lo agarré justo, del cuello, y lo soltó, y yo me sentí ¡tan buena! pero el pájaro hizo dos pasos y Lennon que venía detrás lo atrapó de un mordisco: punto para los cuadrúpedos, falta para los bípedos. Yo cada vez que veo un pajarito le digo “¡Andate! Andate lejos y no vuelvas, no es falta de cariño, te quiero con el alma, te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien, te digo adiós…” Chani, nuestra gata anterior, en los últimos tiempos a lo sumo te cazaba un ratón de campo y te lo dejaba en la almohada. Era una ofrenda, te subía un ratito el ego, y una mientras cambiaba la funda y le daba al ratón sacra sepultura pensaba “que bien la vieja que todavía tiene sus movimientos…” Pero Simón, no. En cuanto el bicho deja de moverse ya no le interesa mas, y sale a buscar otra víctima, sea pájaro, mariposa, lagartija o mosca. Convivo con un asesino serial.

Esta semana en “Bañando a Miss. Nelly” — o las cosas que aprendo mientras baño a mi abuela, o las cosas que el amor me enseña sin que ella se dé cuenta — tuvimos un episodio tragicómico. Resulta que el banquito de plástico que usamos para meter en la bañadera para que ella se siente mientras yo la ayudo a enjabonarse estaba roto. Y una vez que ella estuvo absolutamente cubierta de espuma de jabón y yo más o menos que también, de pronto veo que las patas del banquito empiezan a doblarse y ¡zas! La atajo a la abuela en plena caída libre y resbalándose por todas partes. Trabo mis brazos abajo de sus axilas y logro pararla con el chorro de la ducha cayéndome en la cara. Al grito de ¡banco de mierda! Lo revoleé para afuera y pude terminar de enjuagar a la abuela y sacarla de la ducha. “Ya estoy a salvo, tranquila”, me dijo cuando puso los dos pies en la alfombrita.“¿Te asustaste abuela?” “No”, me dijo y se rió. “¿Vos?” “Yo casi me muero”, le dije y me reí. Y mientras la secaba me miró pícara y así toda desnuda, toda verdad, toda vida vivida, me dijo: “Nunca te había tocado bañar a una vieja antes. Así por lo menos tenemos algo para hacer, nos entretenemos”. A mi todavía me temblaban las rodillas del susto y tuve este pensamiento que muy raras veces tengo: di gracias de de ser yo misma. De ser yo misma así misma como soy: la espalda ancha y brazos portentosos, de hombros fornidos y de piernas robustas, dí gracias al banquito por haberme esperado para romperse cuando yo estaba ahí, así, así como soy de grandota para sostener a mi abuela, para poder proteger lo que quiero.

El ataque de hippismo que me dio la semana pasada no está siendo tan fácil de llevar a la práctica. Hay momentos en los que siento que todo entra, que la belleza y la ternura me transforman, pero la mayor parte del tiempo soy Graciela Borges en la escena de apertura de la película La Ciénaga, moviendo la reposera por el jardín siempre con el vasito en la mano al ritmo de los hielitos tintineantes.

Lennon, el cómplice criminal de Simón, acaba de pasarme por arriba para entrar a la casa por la ventana porque se asustó con el viento. Está claro que el día que vayan a juicio a él le van a dar menos años, y seguramente será apelable. Lennon se llama “Lennon Leonard Lou” en honor a los tres grandes músicos de rock pero mi abuela no lo sabe, ni le importa, ni se acuerda y lo llama “Nelson” y lo peor es que Lennon tiene medio cara de Nelson, así que mi mamá y yo ahora le decimos Nelson, y no sé por qué nos da tanta risa hacerle bullying a un perro.

Pasamos la navidad mi mamá y yo solas, comimos rico, brindamos y Papá Noel nos trajo una tostadora y un cuadernito artesanal. Para las 11 estábamos cada una en su camita. Yo dormía plácidamente cuando de pronto me despertó una especie de gato gigante caminándome por la cabeza. Duermo en la planta alta de la casa y como mi colchón está en el suelo es fácil para cualquiera caminarme por la cabeza. Era Lennon, muerto de miedo por los petardos. Me baboseó toda la almohada, me aplastó. Intentaba llegar al rincón que hace la cabecera de la cama con la esquina de la habitación. Con sus 50 kilos se acomodó en un rincón de mi almohada y yo dejé de luchar por acomodarlo en otro lado, le puse la mano en el lomo y nos dormimos. Los dos a salvo. La última vez que habíamos estado los dos juntos en la planta alta de la casa fue la fatídica noche de agosto del año 2013 en que se incendió la chimenea y luchamos juntos contra el fuego hasta que llegaron los bomberos. Esa noche los dos tuvimos miedo, pero creo que yo más y sólo logré dormirme — con campera y gorro y todas las ventanas abiertas a la helada — en la madrugada, con su patita sobre mi lomo. Gente, no tiren cuetes.

Ya le avisé al vecino de abajo que los tiempos por venir es muy probable que me los pase haciendo el saludo al sol en tetas en el jardín, que si no quiere llevarse un susto que se anuncie antes de entrar al reino. Y dijo, que sí, que chifla. Que va a tener el recaudo.

Acerca de la ilustradora

Ya saben lo que dicen: una ilustradora trae a la otra. Y las dos hacen feliz a una escritora. Conocí a Dominique Rossi -autora de la ilustración que acompaña este texto- o ella me conoció a mí gracias a mi amiga e ilustradora Lu Barrón -ilustró cuatro textos en este proyecto- un día ella le compartió mi correo semanal a Domi y esta a su vez fue y se compró mi novela Air Carnation. Domi estaba buscando un material con el que trabajar para su tesis en ilustración y diseño gráfico en una universidad en Alemania y me escribió lo siguiente: “Elegí el tema identidad como algo incompleto y en proceso de constante re-significación. Estoy leyendo mucho sobre la importancia del relato de la propia vida para la consolidación de la identidad, y paralelamente, leyendo tus correos semanales y Air Carnation para despejarme y salir de la teoría del trabajo. Como suele pasar cuando uno se concentra en un tema, leyéndote no puedo evitar vincular tus relatos con los demás autores que estoy leyendo. Creo que sería muy interesante trabajar con tus escritos para la parte práctica de la tesis. Te quería preguntar si estarías de acuerdo con que use tus textos, o fragmentos de ellos, para ilustrarlos.”

Ella no sabe, pero no necesité mirar sus trabajos, su descripción de mi escritura fue tan atinada que sin pensarlo dos veces, como si nos hubiéramos conocido en un casino en las Vegas, le dí el sí. Domi se recibió con las ilustraciones que hizo de Air Carnation y gracias a ese matrimonio apresurado surgió la idea de este proyecto poliamoroso de ilustración al que se fueron sumando otras artistas.

Dominique Rossi vive en Offenbach, donde estudió, y trabajó en Frankfurt (están cerca, como a veinte minutos en subte), en una editorial como diseñadora e ilustradora (a veces, cuando tiene suerte). Se recibió en mayo del 2019 y arrancó a trabajar derechito full time (ya trabajaba como estudiante desde hacía dos años). Está de novia con un “muchacho alemán” (como le dice su abuela) y extraña bastante Argentina, sobretodo la gente, los amigos, la familia y la música. Se fue a Alemania por un año y va cinco… veremos como sigue ésta historia :) Tiene 29 años y un gran futuro por delante en el cual espero que algún día nos tomemos un café, ya que hasta el momento nos conocemos solo por mail. Para saber más acerca de Dominique Rossi: en sus propias palabras.

Todas las semanas escribo crónicas, principalmente de viajes. Colecciono voces, historias y retratos de personas que fui conociendo a lo largo del camino. Lo que leíste pertenece a la serie de correos enviados el año pasado. Para recibir los nuevos podés suscribirte acá o en el formulario a continuación.

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Guadalupe Muro
Guadalupe Muro

Escritora, performer, artista, cocinera y florista.