Ámsterdam, tus tetas rojas se levantan de entre los callejones y con desdén y asco me veo frente a una tabaquería, débil y nervioso, con la jaqueca del diablo que podría ser.
¿Con qué derecho me quitas el tiempo como humo dentro de la nariz?
Tus puentes huelen a pies y tus manos a hachís.
¿Eres mi deseo renegado?
Y todo es straats y noords, todo siempre detrás de mi y frente a los campanarios.
Estoy sobre ti en esta cama oscura y ahora, Ámsterdam, no te quieres bajar, y duele el frío como duelen las apariencias y todas las fachadas del mundo se hacen trizas porqué en mí hay un templo de 26 Euros que huele a humedad y tierra fresca, ni tus legiones de bicicletas, ni tus hermosas piernas son de nadie, soy tuyo por ahora y tal vez mañana pero nunca para siempre.