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El rechazo a la utopía

Arthur Parra
La búsqueda del ser humano del futuro
8 min readJun 14, 2023

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La esperanza de un mundo mejor puede ser malinterpretada como un sueño que justifica atrocidades. Sin embargo, la utopía es fundamental en la experiencia humana. Sin esperanza nos condenamos al eterno retorno de lo mismo.

Una noche tras una jornada tranquila estaba acostado y perdido en mi teléfono. Pasé un par de horas en Twitter e Instagram sin encontrar nada realmente interesante o atractivo. Hasta que me encontré con un pequeño artículo que mencionaba el peligro de las utopías.

En pocas palabras, el texto señalaba la utopía como un camino directo a los gobiernos autoritarios. Decía, si mal no recuerdo, que el nazismo era un ideal nacionalista y que el socialismo un ideal colectivista. Los dos un fracaso rotundo y un camino que jamás deberíamos recorrer de nuevo.

Adicionalmente, mencionaba que esos sueños maniáticos estaban presentes en los extremos de la política contemporánea. Los extremistas creen en utopías y son incapaces, por lo mismo, de percibir los avances racionales y propios de la ciencia. El discurso, en ese sentido, sentenciaba a cualquier idealista porque debía agruparse en uno de esos bandos que limitan con la locura.

¿Y qué pasa con el ideal de la ciencia?

Aquel trasnochado no consideró que su visión de la ciencia es utópica y delirante. Nada más fantasioso que un gobierno dirigido por principios racionales y absolutos. Immanuel Kant quería acercarse a esta hermosa fantasía e inspiró a muchos a producir organismos y aparatajes teóricos, pero dos siglos han pasado y varias de sus ideas siguen en los libros.

La ciencia es uno de los grandes baluartes de la sociedad contemporánea, pero a pesar de su alcance, no hemos logrado una sociedad perfecta. Principalmente, porque la perfección, la utopía y el deber ser son ideas humanas.

Conceptos que solo existen en la imaginación del Homo sapiens. Sí, podemos juzgar y evaluar un fenómeno como perfecto, pero jamás podremos realizar plenamente un ideal producido por nuestra mente. A menos de que seamos grandes artistas.

Los ideales jamás podrán ejecutarse

Lo interesante es que esa es la naturaleza de la utopía. Un ideal trasnochado, la búsqueda de un horizonte inalcanzable. Un lugar que podemos ver y perseguir, mas nunca alcanzar, porque es tan perfecto y hermoso como inexistente. Los avances tecnológicos e informáticos nos prometen un sin fin de fantasías virtuales y digitales.

Nuevas formas de trabajo, profesiones, dispositivos más inteligentes, mayor esperanza de vida, viajes intergalácticos; entre otros cambios que no podemos dimensionar con claridad. Porque la previsión es ante todo ejercer nuestra imaginación.

La realidad es totalmente diferente, el avance tecnológico y el desarrollo siempre han estado acompañados de miseria, desempleo, pobreza, conflicto, discriminación y exclusión. Nuestro pasado es testigo de esta realidad. Ningún sistema político ha sido perfecto y ninguno lo será.

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La política y sus atrocidades

En realidad, no existe un ideal humano que pueda realizarse sin consecuencias negativas. El escenario político es una disputa de poder y cooperación y, por ello, sucede en medio de crisis y momentos tensionantes protagonizados por personalidades maniáticas, deshonestas y obsesivas. No percibir esta realidad es una total ingenuidad y es más peligrosa que los extremismos de izquierda y derecha.

La fe ciega en la tecnología y la ciencia, como si fuera un agente consciente, no es muy diferente a decir “Dios proveerá”. Una entidad vacía, que no se comunica y solo recibe adjetivos y calificaciones por su perfección, es la herramienta más apropiada para justificar atrocidades.

A fin de cuentas, los fascistas y socialistas del siglo veinte fueron muy pragmáticos y racionales en su actuar. Buscaron resultados con los medios a su alcance, evitaron los moralismos y crearon una ética propia desde la mentira y el engaño para justificar sus fines. Además, fueron capaces de utilizar los avances técnicos para mejorar su calidad de vida y hacer miserable la vida de sus enemigos.

Tecnocracia y liberalismo

El paso de los siglos ha dejado avances técnicos y tecnológicos significativos. Sin duda, la calidad de vida del ser humano no puede ser mejor en los centros urbanos. No obstante, pensar que la ciencia solo genera avances positivos para la humanidad es un despropósito sin sentido.

En realidad, las buenas intenciones de los científicos no protegen sus inventos. Muchos dispositivos descubiertos y explorados por científicos geniales terminaron convertidos en herramientas homicidas. Sin mencionar las posibilidades de control de masas que esconden las tecnologías de la información.

Por ello, no deberíamos creer ciegamente en la racionalidad y la ciencia como si estuvieran más allá de la ética y la política. Los efectos del poder del conocimiento, la técnica y la ciencia son ambivalentes. No podemos suspender el juicio cuando reflexionamos sobre la ciencia y la racionalidad. Las ideas ilustradas, difundidas en los países europeos y sus colonias, desencadenaron conflictos políticos y transformaciones sociales y culturales sin precedentes.

Avances técnicos y conflicto asegurado

Los avances de las múltiples revoluciones industriales aumentaron la calidad de vida de los ciudadanos, pero a su vez proporcionaron herramientas de sumisión que algunos líderes no dudaron en utilizar. La primera guerra mundial, de por sí, fue la campaña en donde se puso a prueba la capacidad técnica de la época.

Allí primó el deseo de ejercer la fuerza para obtener recursos y riqueza gracias a los avances tecnológicos. Los avances armamentísticos, en un inicio para mostrar superioridad y poner a prueba las capacidades técnicas, poco a poco se convirtieron en la causa del conflicto.

Las armas representan el poder y la capacidad para destruir el enemigo y, aunque no exista un adversario visible, siempre habrá hombres dispuestos para designar uno nuevo. En estos casos, las armas representan superioridad, pero nada como emplearlas y ver ese chivo expiatorio arder. Siempre y cuando haya armas, alguien querrá usarlas.

La primera guerra mundial surgió entre países con una gran capacidad armamentística; colectividades hambrientas de utilizar su fuerza para obtener resultados y mostrar su superioridad. La capacidad de un grupo poblacional de tomar beneficios: tierras, recursos, fábricas y capital, siempre representará un gran riesgo de conflicto.

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Capitalismo y ceguera occidental

Las guerras mundiales cambiaron el foco de superioridad geopolítica. Estados Unidos pasó a dominar la economía y la política mundial. Desde entonces en occidente ha primado la ideología liberal. La libertad de los individuos y, con mayor énfasis, la libertad de mercado y las empresas para explotar recursos y trabajadores libremente y sin obstáculos.

La promoción del capitalismo se hizo la normalidad. Y, por lo mismo, el comunismo y el autoritarismo figuran ahora como enemigos del bienestar. En los países liberales debemos creer en el estado bienestar, a pesar de que a las multinacionales no les interesa invertir en sociedades que respetan los derechos de sus ciudadanos, y los multimillonarios, accionistas de tales negocios, tienen más poder de decisión que los reyes en las monarquías absolutistas.

La seguridad del libre mercado

En este camino de sumisión económica, la tecnología y la ciencia han estado al servicio del mercado y la seguridad. No es gratuito que muchos avances técnicos modernos hayan surgido en instituciones relacionadas con las fuerzas armadas. El capital de las empresas sigue multiplicándose para terminar muchas veces en el mercado de la seguridad y el armamento.

A fin de cuentas, es muy humano cuidar las riquezas. Invertir en armamento es ganar opciones para defender y tomar recursos. Lo que ha cambiado, tal vez, es que las naciones no están muy interesadas en enfrentamientos a gran escala para eliminar al adversario. Si es que no mencionamos los conflictos raciales y étnicos en África y medio oriente.

Durante la guerra fría se estableció una ingrata manera de continuar el conflicto y seguir acumulando riquezas. La invasión ahora se realiza con intereses claramente económicos, ya no es necesaria una justificación utópica. El liberalismo, en donde prima el homo economicus, lupus entre lupi, no necesita un ideal político ni ética para incitar a la acción, solo que haya una ganancia de por medio.

En ese sentido, las grandes empresas entran a un territorio, toman lo que quieren, pagan de manera mesurada por los servicios solicitados y se van. Los grandes empresarios, ni siquiera arriesgan su vida en estas escaramuzas, pueden contratar mercenarios y ejércitos privados que no necesitan de una utopía para actuar, suelen ser muy prácticos. Realizan el trabajo sucio por tarifas moderadas y asequibles, un negocio inofensivo.

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La autoridad del poder económico

En la dictadura del capital, los ideales políticos son rezagos accesorios de otra época. Categorías vacías que se utilizan a conveniencia para censurar y señalar al enemigo. La figura del otro también es muy pragmática: o me ayudas a hacer dinero y eres mi aliado, o limitas mis ganancias y eres objetivo militar.

En este paraíso ideológico las ganancias y las pérdidas son el compás ético. La acumulación de riqueza y el consumo desaforado son las utopías. Aquí, cualquier idea o pensamiento periférico que contradiga el apetito del capital es digno de ser discriminado, censurado y desaparecido.

Los empresarios en sus amplias oficinas no se preocupan mucho por el bienestar de los trabajadores y los civiles que terminan afectados por sus decisiones. A fin de cuentas, están en un ambiente tan seguro y placentero que es imposible percibir las víctimas de acumular capital.

La acumulación continúa entre procesos tan complejos que articular una réplica al poder de la riqueza se interpreta como populismo, neurosis o paranoia. Los empleados se esfuerzan por cumplir las expectativas del medio laboral y sobresalir entre la competencia.

No importa mucho que los salarios sean bajos, porque todos necesitan trabajar y ser empleados. De lo contrario, las personas terminan en la calle y viviendo de los desechos de la sociedad de consumo. ¿Calidad de vida? ¿Libertad? ¿El poder del mérito? ¿En realidad los dueños del capital son personas virtuosas que representan el ideal humano?

En fin… las contradicciones saltan a la vista.

¿Y qué pasa con la utopía?

No podemos reducir la capacidad de soñar y tener la esperanza de realizar cambios estructurales en polarización política. La realidad política, social y económica actual ha brindado un nivel de calidad de vida jamás antes experimentado. Sin embargo, no debemos aceptar esta realidad como la única posible.

Debemos ser conscientes de que las utopías suelen ser sueños grandilocuentes e irrealizables, pero no por ello llevan a la barbarie. La historia humana está bañada en sangre, abusos y violencia que han sido justificados por discursos incoherentes, pero útiles. El imaginarnos otro mundo posible es lo que nos permite percibir esta realidad y establecer nuevas posibilidades.

La ciencia por la ciencia terminará siendo utilizada por quienes tienen la visión práctica y utilitaria. Ahora, la ciencia como herramienta para mejorar nuestras posibilidades es una utopía que debe ser protegida por seres conscientes, éticos y capaces de desligarse del pragmatismo económico.

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Arthur Parra
La búsqueda del ser humano del futuro

Un extraña histeria, reconocida popularmente como inspiración, suele abatir mi existencia. Hacer música, dibujar y escribir son el producto de esta posesión.