Ágora.

Santiago Siri
Hacker Sapiens.
5 min readNov 9, 2014

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El autor considera que si el ego es el bug, entonces deberíamos intentar obviar la función yoica del lenguaje. Expresarnos sin autorreferencialidad. Decirnos ‘yo’ implica recargar en nuestro imaginario capacidades para otros tiempos cuando la avaricia era necesaria porque había escasez. Al poder generar superinteligencias conectándonos a través de un universo de información abundante, fomentar las ideas sobre uno mismo deja de ser relevante. No hay inteligencia individual que pueda ganarle a una de escala global dado que al debuggear al lenguaje del yo — silenciar al ego — implicaría usar la energía hasta entonces aprovechada por un algortimo recursivo para ponerla estrictamente al servicio de otros.

La posibilidad de extender el alcance de nuestra conciencia evolucionando al lenguaje es gracias a que elaboramos hardware simbólico cada vez más sofisticado. Esto permite a nuestras ideas romper ciertas cadenas. Nuestro pensamiento colectivo requiere tanto de esfuerzo digital como de construcción social humana. Y con el surgimiento de Internet apenas estamos dando los primeros pasos hacía formas de entendimiento más globales.

Paul Graham sugiere que “hay que mantener a nuestra identidad pequeña”. Cuando comenzamos a asociar nuestra identidad a ideas políticas, deportivas o religiosas, dejamos de soportar que se hable mal de una presidenta, Boca o Dios. Confundimos el argumento intelectual con un ataque personal. Y ese espejismo es consecuencia de alucinarnos como ese ‘yo’ que tiende a emparentarse con cosas que le son ajenas para sobrevivir su ficción en nuestra mente. El yo no es una idea real, sino que es sencillamente un sistema operativo para nuestro cuerpo. Si esa misma parte de la mente (que consiste del patrón más grande que reside en nuestra estructura neuronal) la comenzamos a sumergir en un mundo sin necesidad de yo, comenzaríamos a vernos diferente. Desarrollando un sentido de pertenencia más empático con el otro o el todo.

Steven Pinker dice que en las fronteras originarias del lenguaje es probable que encontremos palabras vinculadas con los insultos. Las personas que pierden la capacidad del habla (por ver a su neocortex atrofiado, la capa superficial, más compleja y reciente del cerebro) suelen olvidar todo menos expresiones como “¡Concha!” o “Pija”. Esto se diagnostica como el Síndrome de Tourette. Y según estudios contemporáneos el lugar donde almacenamos la memoria vinculada con el insulto nace en el cerebelo, el centro profundo del cerebro o la parte más antigua y reptil de nuestra mente. Por eso los que sufren de Tourette se terminan quedando solo con puteadas. “Es probable que los insultos hayan sido las primeras palabras del hombre” sostiene Pinker. Y cuando se hace una disección sobre el arte de putear, se descubre que el insulto esta ligado a un impulso esencial: lo sexual. FUCK! Fuimos chamuyeros desde siempre. Pero no es trivial entender que significa el sexo: se trata de una conexión. Fue por querer conectarnos que pudimos elevar la conciencia del mono hacía la del sapiens. Y conectarnos es lo que debemos seguir haciendo.

A medida que vamos aprendiendo sobre la naturaleza de las redes sociales (Facebook ha cumplido ya una década), queda claro que el desafío de convivencia más importante con el que nos confrontan es el del trolling. El discurso cargado de odio. Así como en los ’90 los virus informáticos eran estrictamente digitales, ahora también desarrollan actitudes simbióticas con la psicología humana. El problema se ha vuelto tan grande que la nueva generación de compañías de seguridad informática son las que se dedican a la moderación de comunidades online. El sistema represor de la inteligencia social: la policia de internet. Estos patrones emergentes son las primeras manifestaciones de una mente global en construcción.

¿Como sería pensarnos colectivamente? Es precisamente sobre eso de lo que se trata el arte de la democracia. Fuimos maleducados al recibir la enseñanza de que se trataba apenas del mero ejercicio del voto. Cuando uno revisa las ideas originales de los Griegos y se remite al concepto de ágora descubre que su significado armoniza la idea de reunión con la de expresión pública. Y es considerada una idea opuesta al acto de guerrear según varios cantos clásicos. Pero no solo fue un concepto, también fue el ágora la principal tecnología utilizada por la democracia griega dado que así llamaban a sus plazas donde se juntaban a deliberar. Con la tecnología que disponemos hoy en día, desarrollar nuevas definiciones de democracia implica también entender las nuevas conductas que posibilita. Y el desafío más complejo que tenemos no es realmente el de como asegurar la privacidad de la información, sino el de como combatir al prejuicio. Toda separación con el resto empieza y termina con un yo.

No sería la primera vez que modificariamos nuestro lenguaje. Julian Jaynes — en una tesis que Richard Dawkins describe como “el trabajo de un genio consumado o absoluta basura” — sostiene que en nuestra psiquis fuimos primordialmente esquizofrénicos hasta aproximadamente el año 1000 AC. La cosmovisión original del hombre politeísta era incapaz de discernir la voz de su conciencia con la de un dios. Para probarlo Jaynes acude a toda la literatura clásica donde muchas veces en el poeta intercala en una historia llamados a los dioses. Cuando de repente en La Iliada se oye “¡Oh musas vuelvan a mi!”, no es su protagonista Ulises quien las llama sino el propio autor Homero que considera al fruto de su imaginación como algo que le es dictado. Jaynes considera que a medida que el hombre debió migrar hacia nuevos lugares y desarrollarse bajo sociedades más complejas, se fue consolidando la mente auto-reflexiva por sobre la esquizofrénica dando paso a la cosmovisión monoteísta. Y plantear nuestro sentido de pertenencia a un todo que trasciende a las partes posibilitado por la tecnología moderna implicaría dar un nuevo salto en la evolución del pensamiento.

¿Como se sentiría ese mundo? Sin yo se apaga la furia del troll sin necesidad de controlarnos represivamente. Se trataría de esparcir una nueva noción de identificación humana donde tal vez despierte el plural del ego, un nobis. Fusionando nuestras inteligencias bajo una gran red que permita captar mejor en nuestra conciencia desafíos de escala planetaria. Aceptando que al final del día da igual tanto pensar como ser pensados.

Y la mejor parte es que no importa si yo tengo razón o no.

¿Cual yo?

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