La Comunión.

Santiago Siri
Hacker Sapiens.
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3 min readNov 18, 2014

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“Deberías estar agradecido por tener un ego…” me dijo con parsimonia oriental. “Es el único enemigo que necesitas.”

El autor considera prudente comenzar este argumento en clave darwiniana. Es decir: demostrando que los atributos considerados propios por nuestra especie son en realidad herencia genética de un código mamífero que nos opera desde hace milenios. La esgrima comienza así:

Los monos capuchinos que habitan las tierras de Costa Rica son adictos a las mentas que se encuentran en su hábitat. Al igual que nosotros usan a la yerba de diversos modos aprovechando las propiedades curativas que ofrecen. Cuando se frotan la planta por el cuerpo saben que repele a los insectos. Cuando eligen masticarla, buscan medicarse con su sabor y el efecto que produce. Y cuando otros descubren a uno de los suyos en pícara intoxicación, inmediatamente comienza un ritual donde se comparte la planta entre todos los integrantes de la tribu. La fiesta no es algo estrictamente humano. Al igual que ellos, tanto el five o’clock tea como un buen porro o la ingesta de mate, consisten de rituales entre amigos donde se comparte una planta medicinal. O el alcohol y el tabaco, que siendo las sustancias más consumidas del mundo también operan como un lubricante social cuyo uso originario consiste en curar al espíritu. La sociedad de consumo en su constante fetichismo termina banalizando aquello que supo ser sagrado alguna vez. Olvidamos ese origen paradisíaco del fruto del conocimiento en pos de un uso recreativo y superficial. Pero con una mirada atenta y sensible, es posible rescatar algunos elementos trascendentes de la tradición de celebrarnos.

La misa católica aspira realmente a ser una fiesta. Su estructura tanto simbólica como social consiste de un ritual que, al igual que nuestros primos los monos, tiene como climax al momento de la ingesta. Pan y vino buscan ser los medios para despertar en nuestra conciencia al éxtasis de sentir, según la tradición cristiana, la divinidad que supo profesar Cristo. Pero el foco evangelizador del cristianismo ha terminado por diluir a estas sensaciones en pos de masificar a su contenido. Hoy el pan y el vino no son más que el acompañamiento de cualquier almuerzo. No hay misterio a ser revelado.

Pero esos mismos elementos que configuran a una misa no dejan de manifestarse (de un modo más pagano) en la fiesta moderna. Puede ser tanto en un casamiento como en una furiosa rave, que en algún momento de la noche alguien deja correr a las formas más ardientes de alcohol sin las habituales restricciones. Y para los menos temerosos, también habrán formas tecnológicas del alimento que aparecen con una seductora propuesta de baile y libertad. Cuando la medicina hace su efecto, nuestra percepción se transforma: dejamos de ser islas individuales y nace la comunión. Un punto donde todos nos abrazamos. Donde todos nos miramos. Y donde todos nos aceptamos. La comunión emerge del volátil caldo social que engendra la noche. Y si el ritual es uno de amor, las plegarias que fueron hechas durante la misa son análogas al beat que acompasa el ritmo de una pista. La comunión es el instante donde nace la conciencia compartida. Y su principal atributo es la manifestación de la belleza.

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