La Pregunta Eterna.

Santiago Siri
Hacker Sapiens.
3 min readOct 31, 2014

--

El hombre en su vanidad se atribuye dones de dudosa procedencia. ¿De donde nacen sus ideas? El acto de la creación mantiene sus rasgos de misterio cuando se admite una exhaustiva inspección sobre el origen de la inspiración. Toda técnica siempre viene aprendida por gracia e imitación de un otro, que a su vez la aprendió de otro otro. Pero toda especie goza de un atributo distintivo y en el caso del sapiens sapiens es haber hablado. ¿El lenguaje nace de nuestra mente? ¿O de la luz que la penetra?

Estoy convencido de alucinar cuando me digo ser yo. Si el estado de vigilia es la unidad consciente que expresa el cúmulo de células, bacterias y neuronas que nos componen es porque existe un todo que supera a la suma de las partes. Sea cual fuere el tiempo y espacio que habita una conciencia, no es el mismo que el espacio al que esta observa. Y esa emancipación del observador con su cuerpo se caracteriza por consolidarse en una visión única. No somos unos esquizofrénicos que conviven con múltiples voces a la hora de apreciar la realidad sino que vamos secuencialmente de pensamiento en pensamiento sintetizando a todo el cosmos de a una sola idea por vez.

Douglas Hofstadter ensayó una posible explicación: despertamos cuando nos damos cuenta que nos damos cuenta. Cuando ocurre un loop, donde el ojo de una cámara mira en su propia pantalla la imagen de lo que filma. Desde que nacemos retroalimentamos una idea crónica sobre nosotros mismos. Nuestra mente se alimenta de patrones, y el “patron de patrones” es el que nuestra mente elige para pensarse a sí misma. En la geometría de todas las formas vivas hay recursividad. Ahí reside la alucinación que nos figuramos cada vez que pronunciamos “yo”. Y es cuando comenzamos a ser parte de lo observado que nos tenemos que poner palabras para poder ser explicados. En la lengua es que generamos las ondas necesarias para simbolizarnos en eso cuya función es simbolizar a todo lo demás. Y así se produce el soplo que da aliento a la vida.

El lenguaje fue la primer forma de tecnología concebida por el hombre. Y la única. Toda expresión tecnológica contemporánea es una extensión en la capacidad del lenguaje. Por eso espontáneamente verbalizamos a toda herramienta que se universaliza (googlealo si queres). Y lo que genera que podamos seguir extendiendo al lenguaje es una característica de su ingrediente principal: desde los tiempos donde las historias se contaban alrededor de un fuego hasta el surgimiento de las pantallas digitales, todo acto de pensamiento consistió siempre de un encuentro con la luz. Y en un universo cuya expansión se evidencia en los espacios que hay dentro de los espacios, toda luz nos acerca novedad. Por eso McKenna solía decir que “la tecnología es la manifestación práctica de la novedad”.

Frente a la inminencia de máquinas cuánticas podríamos ensayar lo siguiente: si los estados de superposición en la información condicen con los mismas sensaciones que componen al sueño y la imaginación (donde la partícula es una onda aún por colapsar), entonces las puertas de acceso a los universos paralelos reside dentro de nuestras conciencias — ¡el gato de Schöedinger estaría encerrado en nuestra cabeza! Para acceder a esos mundos debemos aprender a ser capaces de representar cualquier situación imaginable bajo alguna forma de Realidad Virtual. La plasticidad tanto del bit como de la mente combinándose de ese modo, da nacimiento a un escenario donde crear mundos e intercambiar puntos de vista consolida el alcance del observador respecto a todo lo que observa: nuestro lenguaje comenzaría a superar un umbral de entendimientos donde perderíamos distinción entre los hechos y su mapeo en palabras. Y personas, tecnologías e ideas se amalgamarían hasta que entre todos se cristalice una vez más la pregunta eterna:

“¿Yo?”

--

--