Refugiados: el final del camino

HERES Magazine
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9 min readAug 3, 2016

Una mañana de 2012, Alina miraba por la ventana del edificio en el que trabajaba desde hacía ya algunos años. Era directora de uno de los bancos más importantes de Ucrania. Hoy, después de convertirse en refugiada, Alina mira con el mismo entusiasmo la vida, pero el marco de la ventana es otro. Desde el despacho del edificio de Cruz Roja de Zaragoza, Alina recuerda con nostalgia lo fácil que era su vida: “Mi hija llora cada noche porque quiere volver a Ucrania, donde tenía su jardín con juguetes. Lo teníamos todo. Teníamos una casa grande, trabajo, coche y nuestra hija podía aprender inglés o natación”.

Su marido huyó de la guerra hace un año y medio para evitar que le mandaran a luchar contra Rusia, y para Alina es muy importante mantener a la familia unida. Por eso, al poco tiempo huyó de Ucrania junto a su hija de cinco años para reunirse con su marido en España: “Todos los jóvenes van obligados a la guerra y, si se niegan, van a la cárcel. No quería que mi familia pasase por eso y nuestra obligación era estar juntos. Tengo muchos amigos que no volvieron de la guerra o que volvieron sin pies, sin manos. Esto es una guerra y nosotros solo queremos tener salud y vivir”.

El idioma también fue una barrera muy importante para Alina y su familia. Sintieron una soledad que solo puede sentir una persona que abandona su país por obligación. Ella tenía cuatro títulos universitarios y cuatro idiomas, una lista a la que poco a poco ha ido añadiendo el castellano: “Es muy duro ver cómo mi hija, que es una persona muy extrovertida, me pide al llegar a casa que le diga como se dice algo porque quiere hablar a los niños del colegio”.

En octubre de 2015 se quedaron sin dinero y con el estatuto de refugiado apenas tenían una ayuda de 300 euros mensuales. Hasta que su marido empezó a trabajar, estuvieron mucho tiempo así: “Cuando ese mes fuimos a por la ayuda, la trabajadora nos dio 50 euros de lo habitual, decía que me lo compensaría al mes siguiente, pero yo los necesitaba en ese momento para poder vivir”.

“En diciembre del año pasado nos quedamos solo con tres euros en la cuenta, no podíamos ni comprar un pequeño regalo de Papá Noel para mi hija”

“Hemos pasado por situaciones muy difíciles”, recuerda Alina, “en diciembre del año pasado nos quedamos solo con tres euros en la cuenta, no podíamos ni comprar un pequeño regalo por Papá Noel para mi hija, no podía llevarle a los parques porque todos los niños jugaban con sus juguetes y mi hija lloraba”.

Alina confiesa que está deseando volver a trabajar, necesita como sea dinero para mantener a su familia. Habla tranquila, presumiendo del español que en escasos meses ha conseguido dominar casi a la perfección. Hace pequeñas pausas, respira y contesta. Cuando llegan los peores recuerdos, sonríe con especial ilusión. “Antes estábamos peor”, repite una y otra vez. Lleva apenas diez meses en España pero su sueño de conseguir trabajo le ha convertido en la alumna ideal para un curso intensivo de castellano. Se pasea por Zaragoza con su diccionario de lengua española particular, donde apunta cada nueva palabra que aprende. Es extrovertida y su mirada sincera te cuenta lo que su sonrisa consigue ocultar: “Creo que es importante luchar en todo para que el mañana sea mejor”.

La historia de muchos refugiados es parecida a la de Alina. Fawaz huyó de Siria cuando entendió que la guerra, no solo no acababa, sino que cada vez acechaba más la zona donde vivían, un pequeño barrio a las afueras de Damasco. Era empresario, tenían dos casas, tres coches y dos empresas con más de 20 empleados antes de la guerra. Recuerda que en 2011, cuando estalló la guerra, todo desapareció y muchos de sus trabajadores murieron.

“Perdí todo pero no quería perder a mi familia”, sonríe aliviado, porque en España ha recuperado poco a poco la esperanza. Pero en su mirada aún hay miedo. Su vida se convirtió en un infierno. Él, junto a su mujer y sus cuatro hijos, se mudaron en dos ocasiones a diferentes barrios cerca de Damasco. El conflicto poco a poco se iba apoderando de los barrios donde vivían hasta que la comida y los bienes imprescindibles eran inexistentes. Recuerda que fueron unos días confusos en los que toda la gente de las afueras de la ciudad había ido a refugiarse en el centro de Damasco.

La familia de Fawaz vivía en un dúplex que habían alquilado y afortunadamente todos se encontraban en el piso de abajo cuando una bomba explosionó en el salón de su casa. Ese fue el momento en que Fawaz se dio cuenta. Estaban viviendo una realidad que acabaría matándoles. Fue así como, en 2013, decidió venir junto a su familia en condición de refugiados a España, donde tenía una hermana trabajando. Querían ir a Alemania o Suiza porque hay más dinero y más ayudas para refugiados, pero acabaron en España donde actualmente Fawaz se está especializando en fontanería y estudiando castellano. Además, tiene una feliz noticia que celebrar: su mujer por fin ha encontrado trabajo.

La familia de Fawaz vivía en un dúplex que habían alquilado y afortunadamente todos se encontraban en el piso de abajo cuando una bomba explosionó en el salón de su casa.

Sus hijos se están acostumbrando a España. En casa ahora se habla en español, un paso importante para unos niños que cuando llegaron tenían pesadillas a causa de la guerra: “En Siria había continuamente muchas bombas. Cuando llegamos a Zaragoza eran las fiestas del Pilar, y mis hijos cuando oían los fuegos artificiales tenían mucho miedo”. Los ojos de Fawaz transmiten esperanza, las cosas empiezan a cambiar: “En Siria no había palomas, como en ningún sitio donde hay guerra. Por eso, la paloma es sinónimo de paz y los niños se vuelven locos cuando las ven”.

Khaled es un joven universitario de 24 años que lleva casi dos años en España, viviendo en una habitación de alquiler. Huyó de Damasco y de la realidad que había empujado a sus amigos a la guerra. Muchos no habían vuelto y él no quería correr la misma suerte. Después de seis meses en España consiguió la condición de refugiado y empezó a buscar un trabajo y una forma de acabar sus estudios de ingeniería electromecánica. “Estudiar en España es muy caro, no tenemos ningún tipo de ayuda y no puedo gastar tanto dinero en mis estudios”, asegura Khaled, que ahora trabaja en una fábrica pelando patatas. Intenta hablar a menudo con su familia, que sigue en Siria, pero cada vez la guerra y la falta de electricidad lo hace más difícil.

“He venido aquí porque cuando empezó la revolución de Siria, el gobierno cogía a chicos jóvenes para llevarlos como soldados. Un día llegaron a mi casa y querían cogerme. Por eso yo necesitaba salir de allí. No quiero entrar en esta guerra”. “Tengo muchos amigos que salen por el Mediterráneo, otros mueren en cárceles y uno murió con el ISIS”, así relata el joven sirio una guerra que según datos de la ONU ha acabado con la vida de 250.000 civiles y ha provocado que más de la mitad de la población tenga que huir de su hogares.

Khaled se vio solo en el mundo cuando con apenas 24 años tuvo que dejar a su familia y su país para venir a España como refugiado. No hablaba castellano y se vio inmerso en una cultura diferente en la que él no parecía encajar. “Es difícil, es otra cultura, otras personas que hablan otro idioma, no puedes hablar con ellos ni conocer gente. La primera vez que salí a la calle después de llegar, quería comprar pan pero no sabía ni siquiera como se decía, no podía ni hablar”, recuerda Khaled con cierta angustia aunque sin perder la sonrisa. Su sentido del humor y la alegría que transmitía es lo que sorprende a cualquiera que se sienta en frente suyo. Ha vivido cosas que nadie querría imaginar y, aun así, Khaled sigue encontrando motivos para reír y se siente agradecido al pensar que la vida le ha dado otra oportunidad, aunque sea lejos de su familia y de su casa.

“Cuando mi padre sale a trabajar nunca sabemos si volverá o no”

Muchas veces recuerda con nostalgia cómo era su vida en Damasco antes de que todo empezara, sus amigos, su vida en la universidad: “Recuerdo salir con amigos, tener mis estudios, a mi padre, a mi madre. Ahora es difícil imaginarlo cuando estás solo”. Khaled vive con miedo, intenta hablar a menudo con su familia pero sabe que la situación allí es muy delicada: “Cuando mi padre sale a trabajar nunca sabemos si volverá o no”.

Tiene un hermano de 20 años que huyó a un campo de refugiados en Alemania, y confiesa que a menudo le insiste en vivir juntos en España, pero Khaled sabe que es difícil y que en Alemania además podrá continuar sus estudios: “En el ministerio pedí una beca, pero los refugiados no tienen derecho a ella. Yo no he terminado mis estudios, porque en España los que no tienen dinero no pueden pagarlo. Por eso prefiero que mi hermano se quede en Alemania, e intentar ir yo a vivir con él”. Su otra hermana tiene 18 años y aún sigue atrapada en Siria, están buscando una solución para sacarla de allí, pero no quieren que corra el peligro de hacer un viaje por mar.

A Khaled, al igual que el resto de refugiados, le costó mucho adaptarse a la sociedad, sobre todo por el idioma. “Hay personas a las que les gustan los extranjeros y también los árabes, pero otras te rechazan en el momento en que les dices que eres musulmán”, contesta cuando le preguntan por el trato recibido por parte de los españoles una vez llegó a nuestro país.

Esta guerra, como todos los conflictor, es confusa, también para los propios sirios. Saben cómo empezó todo, lo tienen muy claro, pero lo que está pasando ahora y lo que está por venir se ha convertido en algo ajeno, en algo que no entienden, que no llegaban a imaginar que tuvieran que vivir: “La guerra empezó con solo un bando armado. El pueblo se manifestaba pacíficamente pero los ataques por parte del Gobierno hizo que naciese el ejército libre de Siria. Ahí empieza la guerra armada, y más tarde se suman al conflicto otros países y todo cambia”.

Khaled quiere volver a Siria en cuanto acabe la guerra pero “ahora todo está mal y el futuro está aún más negro”. Echa de menos a su familia y en especial a su hermano, al que ha ido a visitar en Alemania con sus ahorros.

Esto son las historias de sus vidas, de una realidad que para muchos aún es desconocida. Historias que van cambiando y ordenándose, porque aunque el futuro sea incierto Khaled seguirá agradeciendo el poder vivir en paz, Fawaz bendiciendo que sus hijos tengan hoy menos miedo y Alina siempre seguirá mirando por la ventana e imaginando una realidad mejor lejos de la soledad y junto a su familia.

Antes de despedirse y marcharse del edificio de Cruz Roja donde se había realizado la entrevista, Alina quiso agradecer haber tenido unas horas para contar todo por lo que habían pasado ella y su familia. Quiere que su historia sirva de altavoz para más familias que esten pasando por la misma situación.

Recogida de cajas por la asociación AAPS

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