como zorro en la conejera

Walter Giu
Walter Giu
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2 min readFeb 17, 2015

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No hace muchos años era propietario de un criadero de conejos. Tenía unos machos bastante fogosos y la superpoblación fue un alivio para mi billetera. Los pequeños y pomposos animales vivían de prolongadas orgías e inmensos bacanales de alimento balanceado

El negocio funcionaba de mil maravillas

Cierto día, mientras yo me encargaba de repartir las bolsas de alimento entre los comederos, noté que, de la nada, un extraño agujero se abrió en el aire justo sobre la cabeza de uno de mis conejos

Desde el extraño orificio —podría llegar a describirlo como un portal a otra dimensión— emergió la mano de un hombre que vestía un esmoquin, agarró a uno de mis ejemplares más capacitado para el amor desde las orejas y me lo robó en mi propia cara

Sin que nada pudiese hacer, el agujero se cerró por completo luego de que el mago se hubiera succionado a «Barry White», como lo había bautizado. El conejo era un inseminador natural, padre de unas cuantas camadas de futuros padres fogosos, dueño de un don especial para la conquista. Tendrían que haberlo visto, cantando Can’t Get Enough of Your Love Babe, apoyado sobre el alambrado de la conejera, con una pata descansando sobre comedero y un martini dry en la otra. Rendidor como pocos; si hasta daban ganas de filmar una porno cuando se lo veía actuar

Y así como desapareció «Barry», también desapareció «Elvis», «Sandro» y el «Facha Martel»

La situación con el mago que me afanaba los conejos se repetía semana tras semana —al parecer le estaba yendo bastante bien con los shows—, hasta que finalmente tuve que hacerle frente a la situación. Como las autoridades policiales se habían reído a carcajadas ante mi denuncia, me vi obligado a hacer justicia con mano propia antes de que mis pomposos gurús del sexo siguieran desapareciendo

Por todos es sabido que los magos son muy rápidos con las manos, y por lo tanto nunca llegaba a atraparlo. El agujero se abría y se cerraba en cuestión de segundos, y en cuestión de segundos me quedaba con un conejo menos. Pero finalmente el mago mordió la carnada. El agujero apareció sobre mi señuelo y yo solo tuve que apretar el botón. Las ondas de radio se encargaron del resto y el sonido de la bomba se sintió segundos antes de que se cerrara el hueco abierto en el aire. Conocí al ladrón a la mañana siguiente, cuando las noticias informaban sobre el mago que perdió la mano en un truco.

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