el adiestramiento del Rosario

Walter Giu
Walter Giu
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2 min readMar 12, 2015

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Tal como me lo había ordenado Sor Alfonsina, arrodillado sobre granos de maíz soporté el rezo de un Rosario completo. Los pinchazos de los maíces sobre la rodilla comenzaron a molestarme ni bien empezó el Credo. Aunque doloroso, al principio fue tolerable. Luego siguieron el primer Padre Nuestro y los tres Ave María. Gloria. Oh Jesús Mío. Habiendo terminado el Primer Misterio del largo proceso que quedaba por delante, sentía que mi piel estaba a punto de agujerearse

Con las manos temblando de dolor y los ojos brillosos de sufrimiento, junto con el grupo de pupilos comenzamos el Segundo Misterio. Sentía que cada vez rezaban más lento, como si los hijos de puta lo estuvieran haciendo a propósito para cagarse de risa después. Terminó el Padre Nuestro y le siguió el racimo de Ave María. Una, dos, tres. Diez en total. Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. 35 rezos se cumplieron con el segundo Gloria. Treinta y seis con el bendito Oh Jesús Mío

Era viernes y meditábamos los Misterios Dolorosos. El Cuarto Misterio pertenecía a “Mat 27:32: Nuestro Señor carga la cruz al calvario”. Aquel sacrificado ya había sufrido la agonía en el jardín, la flagelación en el muro y la coronación de espinas. Cómo no iba a soportar yo unas simples semillas de maíz. Un Padre Nuestro más. Diez Ave María más. Otro Gloria más. Las semillas ya no se sentían. El dolor había desaparecido

Caí de costado, al borde de la inconsciencia, mientras comenzaba con un Dios te salve

Sor Alfonsina castigó mi muslo derecho con la vara y de un tirón de brazo me puso en posición de nuevo. Volver a sentir los pinchazos me aflojó los mocos. Sentí el dolor venir desde adentro y mis piernas volvieron a tensarse

El Quinto Misterio reza sobre la muerte de Jesús en la cruz. Ya 66 rezos habían hecho eco en la parroquia. Las voces parecían estar grabadas en la pared. Los sonidos llegaban desde todos lados. Había rezado el Rosario en aquel lugar desde que tenía memoria y nunca había sentido la tan nítida y ejercitada voz de mis compañeros. Las palabras, las sílabas y las letras parecían avanzar como un ejército sincronizado, levantando las botas al unísono, bajándolas decididas al suelo. Comprendí en ese momento que les era imposible apresurar la marcha puesto que hasta el ritmo tenían acostumbrado

Me mantuve consciente hasta el séptimo Ave María del Quinto Misterio y desperté a las pocas horas en el hospital del convento. Camino torcido desde aquel Rosario inconcluso, siento pinchazos en los días de humedad, tensiono la mandíbula cada vez que escucho las primeras palabras de un Padre Nuestro.

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