Deseo I

Ana Muñoz
hierbamala
Published in
3 min readJun 20, 2019

Desde antes de dejar de ser virgen, pero después de que me viniera la primera regla, sabía que lo que me asustaba no era el sexo sino los hombres. La menstruación y el deseo están relacionados, claro, al menos en el más biológico de los sentidos: llevar a la práctica con alguien del sexo opuesto el segundo puede conducir a la ausencia de la primera. Desde que no menstruo me angustia el dilema del camino contrario: desaparece la menstruación ergo desaparece el deseo.

Hasta yo misma me doy cuenta de que miento de manera compulsiva: primero finjo que de esta nueva situación hormonal me preocupa una sola cosa y, luego, pretendo que alguna de ellas es importante –te digo que debería importarte–, pero todos mis intereses son egoístas*. No pienso en la salud. No pienso en el largo plazo. No pienso en no volver a enfermarme para que mi madre no tenga que arrastrarme de médico en médico, pedir favores a antiguos colegas, comprar mis medicinas. En su lugar tengo ganas de llorar por algo supuestamente vergonzoso y banal y vergonzosamente banal: la posibilidad de ser frígida.

Por suerte, el funeral simbólico a mis orgasmos no será hoy. La menstruación y el deseo descansan, creo, en camas separadas aunque hasta la más estúpida de las revistas también sepa que los dos se unen en la reproducción y la supervivencia de la especie humana. Por si acaso, porque después de algunas depresiones sé que mi apetito es inestable, viene y va, el otro día elegí pasar algunas horas placenteras con alguien.

La puta y la señora: en ese desdoblamiento habita cada mujer. Al lado de otras penurias a razón de nuestros ovarios quizá esta es de las menos trágicas, lo que no quiere decir que sea un lugar cómodo. Está mal que el sexo no nos guste y está mal que nos guste mucho. Se dice que nos cuesta separar amor y deseo. Las amigas solemos ser poco originales en nuestras preguntas (“¿ya te llamó?” “¿ya te escribió?”) Así el sujeto por cuya llamada preguntamos sea un extranjero que vimos por primera vez la noche anterior y que al día siguiente regresa a su país, nos resulta complicado pensar en unidades de tiempo intranscendentes. Todo debe pasar por algo. Todo debe responder a un plan del destino.

Pero quizá solo esté hablando de mí misma. Quizá debería abandonar la pretensión de que puedes identificarte con mi experiencia. Lo cierto es que yo me enamoro de todos –y también de todas, pero sobre todo de todos–. Si el sexo es bueno me da por pensar “podría funcionar, este podría ser el amor de mi vida” y cosas así. La huevada de la oxitocina es cierta. Esta hormona, dice Wikipedia, “podría estar vinculada en la formación de relaciones de confianza y generosidad entre personas”. Luego se pasa y entonces descubres la pila de ropa sucia, el baño sin papel higiénico, la esposa a la que no nombró y otros hábitos que te repelen tanto como que le gusten los toros. Antes o después, las pequeñas traiciones: el mensaje sin responder, el comentario hiriente, el sarcasmo como un dardo, la ausencia. Y volvemos a empezar.

Sin embargo, mi fijación no obsesiva pero ponderable por los hombres flacos y no muy altos no tiene que ver con el amor, ni con la belleza, ni con Edipo. Creo que tiene que ver con el miedo. ¿Son el miedo y el deseo dos caras de la misma moneda?

*La frase se la robé a Natalia.

--

--