El sueño de la razón produce monstruos

Ana Muñoz
hierbamala
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2 min readJun 1, 2019

Regresaba a la casa. Era mi primer día en Bremen, Alemania y me habían mostrado un camino para volver a casa, pero en el sueño tomaba otro ruta, en un lado paredes cubiertas de hiedras y al otro fachadas blancas de tres alturas. Creo que el recuerdo pertenece a una esquina de Barranco en Lima porque las ciudades terminan por parecerse unas a otras, pero esa es otra historia.

En el cuarto había un hombre encantador que me quería escuchar. Me hacía preguntas, deseaba aprender algo que yo le podía enseñar. Sus palabras y las mías intervenían en un juego de seducción discreto, aunque de alguna manera, él me hacía saber que no estaba disponible. Algunos hombres han entendido que si fingen escucharme tiendo a entregarme, impaciente y sin hacer demasiadas preguntas. Sé que esta entrega es, al final, una cárcel para dos mal ventilada. Sin embargo, desde hace algún tiempo, no son mis elaboradas y no tan secretas formas de manipulación lo que me preocupa, sino que quien finge escucharme no es por fuerza quien me acompañará al médico, lavará los platos, me prestará dinero o llevará un vaso de leche caliente a mi cama.

Ahora estoy en una camilla, más bien, estoy atada a una camilla. El hombre al que intentaba seducir calienta sobre una llama azul un pequeño objeto con forma de fusible. El soplete está muy cerca de mi piel, pero me dice que no me preocupe, que no pasa nada. Supongo que le creo a pesar de seguir amarrada. Después, acerca el objeto caliente al lugar de mi vientre donde debe de estar mi ovario izquierdo. Engaña a mi ovario haciéndole creer que a esa temperatura se desarrollan los óvulos, a una temperatura donde las células no se multiplican sino que se achicharran. Entiendo después que para soñar este método macabro me he inspirado en la radioterapia que recibí en 2017; quizás no he encontrado todavía una báscula apropiada para medir mis traumas. Me deja estéril y una pequeña marca en la piel. En una radiografía veo la forma blanca, casi transparente, de un nuevo secreto, de una nueva culpa. Yo no digo nada, solo chillo. Cuando acaba, me tranquiliza que al menos no haya introducido nada en mi vagina, que los métodos de esterilización sean ahora tan sofisticados que baste con ordenarle al ovario izquierdo que se haga cenizas. En el sueño pienso que soy afortunada, que tengo más suerte que otras mujeres. Si me preguntan cuál es mi mayor miedo siempre respondo que es una violación, pero tal vez solo es una de las posibles formas de un terror más amplio e instintivo. Tal vez lo que me aterroriza es lo que suele pasarle a los cuerpos de las mujeres y lo creo así porque los crímenes en los cuerpos de las mujeres en un país que no es el mío hace más de veinte años están encontrando eco en mi propio cuerpo: el cuerpo de una mujer.

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