Historial médico

Ana Muñoz
hierbamala
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5 min readJul 11, 2019

Yo también tengo algunos hábitos. Siempre desayuno lo mismo, me baño con agua a la temperatura de la fiebre, y solo salgo de casa si llevo un libro en el bolso. Pero antes de todo eso –la calle, el baño, el alimento–, cada día y todos los días desde julio de 2017, ingiero 20 gramos de tamoxifeno apenas me despierto.

Indicados en el prospecto, algunos de los “efectos adversos frecuentes” son alteraciones vasculares, irregularidades menstruales, malestar gastrointestinal. Alteraciones vasculares quiere decir “aparición repentina de debilidad o parálisis de los brazos o piernas, dificultad repentina para hablar, caminar, sujetar cosas o pensar”. Finalmente, este hábito –mi hábito– también puede provocar la pérdida de cabello, dolor de cabeza y calambres en las piernas.

El prospecto tiene razón porque he observado en mí misma cada elemento de esta lista. Sin embargo, no he sufrido todos a la vez, ni de manera continuada. Lo cierto es que no es para tanto.

Me digo que no es para tanto.

Entiéndeme. Una paciente pronto comprende que lo único peor que un cáncer es otro cáncer. Una comprende que tal vez no viva cien años, a pesar de que la familia por ambos lados sea tan longeva. Porque cuando la enfermedad regresa, siempre regresa con más fuerza.

La muy cabrona.

Sin embargo, la preocupación que hoy me quita el sueño es que si un segundo tumor habita en mi pecho, me cortarán ese pecho. Esta vez no habrá alternativas a la amputación. Mamá me lo dijo.

No quiero exagerar. Sobre todo, no me quiero victimizar. En la misma cirugía o después quizá puedan colocarme un implante. Y una vez más daré gracias de ser hija del siglo XX.

Ni te darás cuenta de que mi teta es tan falsa como Pornhub.

Pero elijo la palabras cortar y amputar porque son los verbos precisos. Porque eso es lo que sucederá: me amputarán.

Aunque no sea para tanto.

***

Cada mañana, cuando despierto, la misión de los 20 gramos de tamoxifeno que he aprendido a tragar sin agua es bloquear mis receptores de estrógenos. Para decirlo simple: el cáncer de mama de padecí a los 29 años nació y creció gracias a mis hormonas. Un tumor en mi pecho derecho se alimentó de mis estrógenos hasta alcanzar un tamaño de tres centímetros. Era una bola dura e inmóvil. La medicina moderna dice que, si el tumor vuelve, lo mataremos de hambre. Nos ocuparemos de que no encuentre un sola hormona que calme su apetito en mi flujo sanguíneo o en donde quiera que habiten las hormonas.

De alguna manera sé que mi cuerpo sigue buscando formas de canibalizarse.

***

Recuerdo con vergüenza una imagen de mí misma a los quince o dieciséis años hecha un ovillo en el suelo de la cocina llorando tan fuerte que no lograba darle el dramatismo necesario a mis palabras, porque entre hipo e hipo es difícil articular frases coherentes y ya no digamos frases que describan la magnitud de la tormenta interior. De hecho, en esos casos, respirar se convierte en un trabajo a tiempo completo y a lo sumo una balbucea “déjame en paz” mientras se sorbe los mocos.

La razón concreta de mis berridos no la recuerdo aunque sospecho que tuvo que ver con mi mala educación sentimental, cierto narcisismo adolescente y con pasar demasiadas tardes traduciendo las letras de Nirvana. Mi madre me levantó del suelo y en lugar de un abrazo me dio un pañuelo. Dice Chiara que los piscis adoramos el drama, pero yo también sospecho de esos mensajeros químicos que viajan entre células llamados hormonas.

Como todos los asuntos “femeninos”, las preguntas sobre mis hormonas han sido respondidas con vaguedades. Cualquier disfunción de mi cuerpo era, en boca de los médicos, “algo normal”.

La primera vez que tomé la pastilla del día después (el mismo día o días después de perder la virginidad, ya no recuerdo) tuve una regla profusa que duró tres semanas. Y dejé de tener la regla solo porque mamá me llevó al ginecólogo y este me prescribió amchafibrin. Y después me recomendó tomar píldoras anaovulatorias, es decir, píldoras anticonceptivas para regular mi periodo. Es decir: más hormonas.

Qué fácil es lograr que las mujeres nos sintamos responsables y culpables de nuestras enfermedades mientras que asuntos que determinan más nuestra vida que el nombre de nuestro marido sean tan azarosos para la ciencia que todos los casos pueden describirse como “algo normal”. El cuerpo de la mujer, tan misterioso e incontrolable como la mujer que lo habita.

Pero todos estuvieron de acuerdo: no fue normal padecer un cáncer a los 29 años. Desde luego a mí no me lo pareció.

***

Tengo una foto de enero en donde las dos sonreímos heladas frío y parecemos hermanas, con nuestras bufandas hasta la barbilla y la mirada en otro lugar. En otra foto tenemos el pelo recogido de la misma manera y llevamos pendientes de aro plateados. Natalia y yo nos parecemos en algunas cosas y a estas alturas ya no nos sorprende cuando una termina la frase de la otra.

Supongo que porque se puede afirmar que conoces a alguien sin conocer todos los detalles de su historial médico, no es hasta leerle que reparo en que tenemos algo más en común: a las dos, en un hospital, nos diagnosticaron una displasia. Un hospital en Perú y un hospital en España repitieron la misma palabra para referirse a un crecimiento de células anormales en el cuello del útero. El culpable habitual de esta anomalía es el virus del papiloma humano. Y ese virus, que el 80% de los sexualmente activos padecerá en algún momento de su vida, cuando se verbaliza, cuando se escribe en un papel, es como desplegar una pancarta que dice “yo follé sin condón”.

Porque tomé la pastilla del día siguiente me recetaron las píldoras anticonceptivas. Porque ese cóctel de medicamentos alteró mi sistema hormonal desarrollé un cáncer. Conclusión: porque no siempre usé protección en la cama tuve un tumor. Efecto adverso de ser un poco zorra: cáncer.

Esta lógica suena en mi cabeza tan consistente como cuando de niña le pedía a mi abuela que dejara la puerta de la casa abierta para que pudieran entrar los Reyes Magos. Es probablemente una falacia ad ignorantiam, el razonamiento de quien no tiene todas las piezas.

Sin embargo, que no sea cierto no quiere decir que no lo piense.

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