Un episodio de ausencia

NSL
hierbamala
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2 min readJun 9, 2019

Volver a Lima ha sido como volver al útero. Volver a San Juan ha sido como volver hacia el exacto momento del nacimiento: confuso, lleno de líquidos, conmoción, gritos, algo de llanto. Me pregunto quiénes estuvieron en el momento en el que nací. Mi mamá se enorgullece de decir que ambos nacimos por parto natural. Cuando estaba embarazada de mí, comía sandía. Yo no creía que los antojos de embarazada fueran algo cierto, hasta que mi tía Rocío, la española que se casó con mi tío Óscar y que es muy -pero muy- delgada, nos contó de la vez en que tuvo que subirse al coche, ir corriendo al Carrefour, comprar un paquete de empanadas congeladas y comérselas, así, frías, en el estacionamiento. Fue un ataque. Un ataque de sus mellizas. En cambio, yo solo atacaba a mi madre con sandías; y ya cuando nací, con preguntas. Una de las últimas: ¿cuál es la gracia de los niños cuando tienen tres años? Mi mamá ha vuelto a dictar a niños pequeños porque el Ministerio ha cancelado las plazas de profesoras de inicial en las aulas de tecnología. Preguntan, dice. Esa es la gracia a los tres años. Yo siempre, incluso antes de esta obsesión por escribir las cosas, quise saber sobre algún detalle, algún gesto, alguna característica, algo que hiciera de mi nacimiento algo especial, de mi niñez algo especial, de mí algo especial. En otro momento, mi mamá me dice: siempre nos sentabas a la mesa para hablar sobre ti. Cuando le pregunto, a mis 27 años, mientras como el ceviche que no puedo comer en Nueva York, a qué jugaba cuando era niña, me responde: no te gustaba jugar, te gustaba leer, ah, pero el que leía más era tu hermano. Me sorprende no odiarlo. La verdad es que lo quiero demasiado y mi mamá tiene una teoría para ello: que me transmitió el miedo a perderlo desde la barriga. Cuando ella estaba embaraza de mí, a poco tiempo de dar a luz, ella y mi hermano estaban sentados en la sala de la casa en Atocongo, viendo televisión. La cabeza de mi hermano se movió hacia un lado, sus ojos eran una mirada perdida y acababa de orinarse. Un episodio de ausencia, así lo llamó el médico al que mi mamá tuvo que llevarlo, sola o conmigo, en la época sin celulares, temiendo que su hijo se haya muerto.

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