Caídas

Todo comenzó con una caída.

Eduardo Hernández
Historias con Ñ

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Una caída. Todo comenzó con una caída. Bueno, en realidad, primero chocaron de frente por estar más concentrados en su mundo interior que en el parque por el que corrían velozmente sin mirar hacia adelante. Y se estrellaron de frente, cayendo estrepitosamente. Una mezcla de miedo y rabia los invadió con esta desagradable sorpresa, pero sólo mirarse a los ojos borró estos sentimientos y los reemplazó con una amplia sonrisa en sus rostros. Ambos se miraron, despeinados y llenos de polvo encima, y casi simultáneamente soltaron una carcajada.

- Hola -dijo él, poniéndose de pie y ofreciéndole su mano para ayudarla a pararse-. Perdón, venía distraído cambiando la música de mi iPhone. Me llamo James.

- No te preocupes -río ella, nerviosa, con su rostro rojo de vergüenza-, yo también venía mirando para cualquier lado. María… yo soy María.

James tomó la mano de la chica y la ayudó a incorporarse. Volvió a pedirle disculpas, se despidió cordialmente y retomó su camino. María se quedó ahí por algunos instantes, sacudiéndose el polvo de encima, y cuando se prestaba a seguir corriendo, oír su nombre la hizo voltearse.

- No sé si sea raro que te ofrezca esto luego de lo que pasó, pero… ¿te gustaría acompañarme a correr? Esos otros gringos que van corriendo allá son de mi club de running -dijo James con un marcado acento británico, apuntando a varios extranjeros que trotaban a lo lejos.

- Eh… no sé… -respondió María, tímida.

- ¡Vamos, será entretenido! -sonrió él.

Y lo fue. María acompañó al joven en su carrera por el Parque Forestal de Santiago y terminó compartiendo con sus amigos en la azotea de un edificio cercano. Conversaron por horas, siempre con una cerveza en la mano. Rieron, hablaron de la vida, compartieron anécdotas. Pero, más que sólo eso, algo especial pasó esa tarde: se conectaron. Cuando ya la luz del sol se apagaba y un viento helado comenzaba a soplar, James encaminó a María a la estación de metro más cercana. Al notar que ella temblaba un poco con el frío de la noche, se sacó su chaqueta y la cubrió con ella. “Llévatela, no te preocupes. Ya me la devolverás cuando nos veamos de nuevo” le dijo.

Parecieron eternos los tres días que María espero para ver a James de nuevo. Tenía su chaqueta, eso le daba la seguridad que él querría reunirse con ella para recuperarla. Por mientras, se conformó con oler la prenda, impregnada con su olor. Tuvo miedo. James era encantador, simpático, interesante… pero estaba de paso. Era irlandés y vivía en Londres. Al menos, esa era su única dirección fija en el mundo. Trabajaba la mayor parte del año como fotógrafo periodístico, viajando por todos los continentes. Chile era su último destino, pero sólo por un mes. James se marcharía pronto y ella no quería sufrir por él.

La verdad es que James no estaba muy entusiasmado con la idea tampoco. Sintió algo especial, nuevo, cuando estuvo con María. Pero ya había conocido a muchas Marías en su viaje sin fin por el mundo. Era atractiva en todo sentido, pero era una chica más. No pensaba tener algo que pareciera una relación, ni siquiera estaba en sus planes. Al mismo tiempo, se sentía estúpido pensando esto cuando ni siquiera se habían besado. Sólo estaban ahí, sentados en un bar del barrio Lastarria, tomando una cerveza, conversando. Él había recuperado su chaqueta, pero quería algo más, algo por lo que recordar su paso por Santiago de Chile. Puso en marcha sus técnicas de seducción.

No requirió mucho esfuerzo, pero no fue por ninguna técnica que James aplicó. Si ambos terminaron en el departamento de María, desnudos en su cama luego de una genial sesión de sexo, fue porque los dos lo quisieron así. Y no fue sólo esa vez, sino que varias más. Aunque esas sesiones siguientes fueron mucho más responsabilidad de James. Ella tenía siempre tiempo para él, pero ella no era su prioridad. Él siempre había sido independiente, era su forma de ser y le gustaba. Le había dejado claro a María la situación entre los dos: esto no era ni sería una relación; era sólo sexo. Ella aceptó, teniendo claro que no servía de nada tratar de tener algo más con el tiempo limitado que tenían.

Hay algo curioso con el sexo. Cuando lo haces con alguien que no te gusta sólo por saciar tus necesidades, te sientes vacío. Pero si lo haces con alguien que te gusta, y si a eso le sumas una conexión especial entre ambos, se genera una mística: la intimidad. Esta intimidad es un atajo al enamoramiento, y luego al amor. María y James sólo pensaban mantener su relación en un nivel físico, pero pronto la relación salió del dormitorio. Corrían juntos, comían juntos y conocieron a sus respectivos amigos. Todo esto se dio de manera natural, sin que se lo cuestionaran mucho, o al menos no abiertamente. Ambos sabían que ahí había algo más, pero tenían miedo a decirlo, ya que el verbalizarlo lo haría real.

Inevitablemente, llegó la noche final. El sexo fue bueno, como siempre. Una, dos, tres veces. Sus cuerpos sudados y el calor no fueron un problema para permanecer abrazados hasta el amanecer. Entonces la alarma del teléfono de James comenzó a sonar. En silencio, lloraron y se apretaron aún más fuerte, sin querer dejarse ir. Un fuerte sentimiento se apoderó de ellos, pero ninguno parecía querer expresarlo.

- Te amo -murmuró finalmente María, mirando a James a los ojos.

- Yo… creo que también… te amo -respondió él

Ambos se besaron, lloraron y se abrazaron nuevamente, hasta que la alarma de James sonó de nuevo. Él se levantó, se vistió y besó a María por última vez, sintiendo la misma agradable sensación en el pecho que sintió desde la primera vez que hablaron. “Sí, la amo” pensó, pero su viaje comenzaba de nuevo y se sintió mucho más feliz por eso. Dejó a la chica en su cama, en Santiago, en Chile. La dejó para no volver.

Siguieron en contacto por algunas semanas, hasta que James se sintió muy cómodo de vuelta en su vida anterior. Su sentimiento por María era nuevo y muy agradable, pero también era desconocido y lo sacaba de su zona de confort. Viajando fue muy fácil dejarlo de lado y seguir adelante con su vida. Por otro lado, María no lo tomó bien. Sí, había amado antes, pero esta vez había sido mucho más intenso, y pese a lo corto, se sintió mucho más real. Dejarlo ir fue el peor dolor que había experimentado en su vida, y por los meses que siguieron a su partida, no fue la misma. El sufrimiento fue tanto que ella dejó de ser ella. La María de la que James se enamoró había muerto.

El invierno de ese año fue el peor que había visto Santiago en mucho tiempo. Ese día en particular fue el más malo de todos. La tormenta había durado más de tres días, y ya esa medianoche las calles alrededor del departamento de María parecían ríos salvajes de agua turbia, y en la vereda que daba a la entrada del edificio se había formado un gran charco que parecía una piscina de barro. Fue ahí que, desde su ventana, María vio a un desconocido tocando insistentemente el timbre de su departamento. “¿Quién podrá ser a esta hora?” pensó mientras bajaba las escaleras, lamentando que su edificio no tuviera un portero que hiciera este trabajo por ella. Entonces lo vio.

- Hola, María -dijo James, con un gran bolso en su espalda y completamente empapado.

- ¿James? -preguntó ella, sin poder reconocerlo completamente tras esa barba larga y el pelo desordenado.

- Sí, yo… acabo de llegar del aeropuerto.

-¿Qué haces aquí? -dijo María, visiblemente enojada.

- Necesitaba verte…

- Dos años. Han pasado más de dos años, James. ¿Crees que después de todo este tiempo YO quiero verte? -exclamó ella, volteándose para regresar adentro.

- ¡Por favor! -rogó James, tomando del brazo a María, que violentamente se soltó-. Sólo necesito un minuto…

-¡Un minuto! Sólo eso.

James miró a la chica. Su cara no había cambiado, era tal cual a la que tenía guardada en sus recuerdos, o incluso más hermosa. Esa sensación en el pecho… la sentía de nuevo.

- Lo siento… no sabes cómo lo siento… -las lágrimas de James se confundían con la lluvia que caía sobre su rostro, pero su expresión dejaba en evidencia su emoción-. Viví toda mi vida, esos 28 años, sin saber lo que era el amor. Entonces te conocí. Supe en ese mismo instante, cuando te vi en el piso, con tu cara llena de polvo, que serías especial. Y te seguí conociendo, y sentí este agradable… calor acá -tocó su pecho-. Te amaba, desde el primer momento lo supe. Pero entonces tuve miedo. Tenía toda mi vida planeada y quería viajar, conocer todo el mundo… te amaba, pero para estar contigo tenía que quedarme aquí. Así que huí…

María miraba atentamente a James sin mostrar la más mínima emoción.

- Seguí haciendo lo que quería, y viajé y viajé… Viajé por todo el puto mundo y le dí la vuelta más de una vez. Pero me sentí vacío. Los lugares… eran sólo fotos, postales. Las experiencias también. Y las mujeres… tuve muchas, pero cada vez que estaba con una me sentía más y más vacío, porque ninguna eras tú. Hay 7 mil millones de personas en el mundo, pero sólo hay una a la que puedo amar… a la que amo. Tuve que recorrer cientos de miles de kilómetros para darme cuenta de eso, y tuve que vivir más de dos años sin ti para darme cuenta de que nunca se pondría mejor de lo que dejé atrás, en Chile. Y aquí estoy, frente a ti. No sabes cuánto he esperado este momento, ni tienes idea de lo estúpido que me siento ahora, diciéndote todo esto. Pero si no lo hago ahora, sé que me voy a arrepentir el resto de mi vida.

- ¿Qué es lo que quieres, James? -preguntó María con la voz quebrada y sus ojos llenos de lágrimas.

- A ti, María. Te quiero a ti. No me importa si tengo que pasar el resto de mis días en Santiago si puedo irme a dormir y despertar cada uno de esos días junto a ti… Así que… ¿crees que puedas perdonarme, María?

- No -respondió, volviendo adentro y cerrando la puerta tras ella.

James no pudo sostenerse más en pie. El peso de su bolso y el dolor lo hicieron caer de rodillas dentro de la poza en la que estaba parado. No le importó. Ya nada tenía sentido. Lloró como nunca había llorado en su vida y golpeó una y otra vez su reflejo en el agua sucia, como si de esa forma estuviera golpeando al James que hace dos años había decidido abandonar a quién ahora sabía que era el amor de su vida.

De pronto, una voz. “¿Tienes dónde quedarte esta noche?” escuchó James. Miró hacia adelante y la vio. Era María en la puerta de su edificio. Él no respondió. Se abalanzó hacia ella y trató de abrazarla, pero el peso de su bolso lo hizo perder el equilibrio al hacerlo, provocando que, al tomarla, cayera de espaldas con ella en el charco de barro. Ella se pudo haber puesto furiosa, pero soltó una fuerte carcajada, y ambos rieron mientras la lluvia terminaba de empaparlos. Entonces se quedaron en silencio, mirándose a los ojos por largos minutos, acariciando sus rostros, como reconociéndose tras una larga espera.

- ¿Por qué te demoraste tanto? -murmuró María.

- Soy un gringo muy huevón -respondió James, acercando sus labios hacia los suyos.

Lo que siguió después de eso fue un perdón verdadero. Bueno, hubo mucho sexo primero, y luego de eso vino el perdón. Los años, la gente que pasó por las vidas de ambos, todo fue perdonado y olvidado. Ya nada importaba ahora que estaban juntos de nuevo. Es por eso que en su historia parece no ser coincidencia que en inglés enamorarse se diga falling in love, lo que español se traduciría literalmente como caerse en el amor. Una caída los unió y otra los reunió. Ellos se cayeron en el amor. They fell in love.

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Eduardo Hernández
Historias con Ñ

Chilean project of a writer. In love with life and love itself. Blogging at http://thegrayscaleinbetween.com