Sentencia

En el fondo sabía días antes la respuesta. Había postergado el momento, con excusas, con tareas insignificantes o mandados que hacer, siempre con la sensación de ansiedad que le revoloteaba en la boca del estómago.

El día había llegado, lo sabía desde que, ese día, el rayo de sol asomó por la ventana más temprano de lo normal.

Tomó un papel gastado de su escritorio y escribió rápidamente unas palabras. Una sentencia. Se quedó mirándola por varios minutos, o quizá pudieron ser horas.

Dolía tanto ver esa letra cansada. Quién imaginaría que todo terminaría con esos trazos simples, burdos, tan impropios.

Dobló el papel en cuatro. Lo puso sobre la mesa, justo cuando el timbre de edificio viejo repiqueteó en el pasillo. ¿Era hora ya?