La alegría de morir (en Săpânța)
El hambre apretaba y el cielo amenazaba en Săpânța, así que, seguramente, era un buen momento para ir tirando hacia el hostal. Caminando dirección a la carretera, cruzamos por entre medio de un grupo de ancianas ataviadas con las típicas vestimentas negras de esta parte rural del norte de Rumanía. Al dejarlas atrás, de la anónima masa se separó y definió una de las figuras, la cual empezó a seguir nuestros pasos.
- Food? (comida en inglés)-, nos dijo sin dejar de caminar.
Pensamos que, seguramente, tenía un restaurante o bien conocía al amo, y que ,quizás, sí que era mejor comer algo en ese momento, dado lo difícil que es a veces encontrar restaurantes en Rumanía.
- Yes, yes, food. Restaurant?
- No restaurant. My house!
Anna y yo nos miramos entre sorprendidos y suspicaces. Por lo que parecía, la mujer nos estaba invitando a su casa… Pensamos que podía ser enriquecedor y que, si resultaba ser algo raro, siempre podíamos echar a correr.
La señora tomó la delantera y, en un momento dado, cruzó la calle hacia una de las casas del otro lado. Abriendo la puerta del jardín, nos invitó a pasar. Al momento, nos metimos dentro de una pequeña estancia que hacía las funciones de cocina, sala de estar y dormitorio. Dentro se encontraba una mujer más joven y de mirada tímida, su hija, entre los cacharros de una pequeña cocina de leña. La diferencia térmica con el exterior era abismal. Fuera hacía un frío mes de marzo, pero dentro el fuego de la cocina lo inundaba todo de un calor muy agradable. Parecía que, aún habiendo justo al lado una casa más grande y de nueva construcción, las dos mujeres preferían, sabiamente, pasar el invierno en esos apenas quince metros cuadrados.
La verdad es que necesitábamos reconfortarnos un poco después de haber estado caminando bastante rato. Habíamos venido a Săpânța para conocer el llamado Cementerio Alegre. Este cementerio viene a ser una nota disonante en el concierto de penas y lamentos con que la cultura occidental suele encarar la muerte. El camposanto es un bosque de centenares de coloridas cruces de roble de metro y medio de altura. En ellas, unos dibujos muestran escenas de la vida o del momento de la muerte de quienes yacen justo debajo. Los epitafios, escritos en lengua local, son una mezcla de humor, sátira y nostalgia que narran las aventuras, defectos y desgracias de los que nos han precedido en el infortunio.
Quien empezó a dar vida a este cementerio fue el ebanista Stan Ioan Pătraş (1908–1977), quien a los 14 años ya se encontraba grabando cruces. Sin embargo, fue a partir de 1935 cuando realmente empezó a dotarlas de este toque tan personal. Jugando con los colores supo dar simbolismo a sus dibujos: verde para la vida, amarillo para la fertilidad, rojo para la pasión, negro para la muerte.
Cuando Ioan Pătraş pudo estrenar su propia cruz y el epitafio, que ya tenía preparados, lo sustituyó su aprendiz Dumitru Pop, quien sigue actualmente manteniendo un alegre vecindario.
En los escritos de las tumbas se describen también intimidades y vergüenzas de quienes ya no pueden protestar. La afición por la bebida, por las faldas… Săpânța es un pueblo pequeño, donde todo se acaba por saber. Tanto es así que, al poco de entrar a la casa donde habíamos sido invitados, la señora ya nos señaló, con cierto desdén, que su hija estaba separada.
Es difícil poner edad a quien ha vivido en el campo toda la vida, pero la anciana tenía una energía muy superior a la que parecía corresponderle. Es admirable como, podríamos decir que casi aislada del resto del mundo, chapotea palabras de inglés, francés, italiano y español. Todo a base de haber ido abduciendo hacia sus cuatro paredes a especímenes de turistas como nosotros. Nos invitó a compota de manzana y nos ametralló con preguntas varias. Al cabo de un rato nos enseñó la nueva casa de al lado, donde obligó a Anna a vestirse con ropa tradicional y a mi a fotografiarla.
En un comedor de muebles antiguos buscó y encuentró una fotografía:
- Mama…-, nos señaló. Kaput!
- ¿Y ese?-, le dije señalando la foto de un hombre en un cuadro alto.
- Oh! Papa… Kaput!
Realmente, esta gente no le tiene demasiado respeto a la muerte. Tampoco a la propia. ¡Con qué alegría nos mostró el pedazo de meteorito que, explicó, hacías unos meses le habían sacado del riñón! Al despedirnos, la señora nos insistió en que le enviáramos por correo algún pote de champú y jabón de nuestro país. Por lo que parecía le gustaba coleccionar fragancias, así que, al volver, le enviamos el paquete prometido.
Se ha teorizado con que esta falta de solemnidad ante la muerte puede explicarse a través de las raíces dacias de la zona, y ,concretamente, con el hecho de considerarla como un feliz paso a la eternidad al lado del dios Zalmoxis. Quien sabe… Lo que sí que está claro es que, tomándose la vida como se la toma la que fue nuestra anfitriona -con energía, generosidad y curiosidad- no queda nada por lamentar una vez llega lo inevitable.
Sub această cruce grea
Zace biata soacră-mea
Trei zile de mai trăia
Zăceam eu și cetea ea.
Voi care treceți pă aici
Incercați să n-o treziți
Că acasă dacă vine
Iarăi cu gura pă mine
Da așa eu m-oi purta
Că-napoi n-a înturna
Stai aicea dragă soacră-meaBajo esta pesada cruz
Yace mi pobre suegra
Tres días más hubiera vivido
Yo yacería y ella leería (esta cruz)
Vosotros, que por aquí pasáis
Por favor, despertarla no intentéis
Porqué si a casa ella vuelve
Más me va a criticar
Pero yo me voy a comportar
Para que ella de la tumba no regrese
Quédate aquí, querida suegra!