La pelota en el tejado de Cuba

Marc Busqué
Historias del mundo
2 min readOct 12, 2017

Cuba, una mañana soleada de julio. Bueno, en Cuba sobra lo de soleada. Ya tu sabes, un calor infernal. Como ayer y como mañana. El gran viajero y mejor compadre Jaume y un servidor hemos comprado un par de entradas por un pesito cada una (unos 3 céntimos de euro) para presenciar el juego de pelota (béisbol) entre el Holguín y el Gibara. De acuerdo, no es el partido del siglo, y tampoco del año. La liga nacional terminó con las finales de abril. Para entonces, al calor ambiental se le sumó el calor pasional de los seguidores de cada equipo. En las esquinas calientes de cada población (reuniones informales en las plazas donde el ejercicio es discutir) cada analista dió su opinión y el animoso carácter cubano se burló más que nunca del equipo rival.

Tomamos asiento en las gradas. A punto de empezar el partido, el público nos da su reprimenda por nuestro despiste al no levantarnos con el himno nacional cubano. Como si nos quemara el culo, nos erguimos bien tiesos para remendar nuestro error. ¡Asere, tremenda cagada!

Holguín vs. Gibara

El juego empieza y aprovechamos para intentar descifrar como funciona esto de la pelota. Ya nos perdonarán, nosotros venimos de un país futbolero y nada más. Por lo visto, se trata de conseguir más carreras que el rival, y estas se obtienen cuando un atacante (los que batean) consigue volver al punto de salida pasando antes por las distintas bases. Si el atacante consigue batear empieza el momento de éxtasis, aquel que da sentido a un deporte de masas. Entonces, el orden se transforma en un aparente caos en el que los atacantes avanzan bases mientras los defensores intentan volver a sentar al público. Pero bueno, no hace falta dramatizar. El partido no es importante, hace calor… Los pocos que han venido, todo hombres, aparentan ser unos cuantos más por el hecho de tener cada extremidad en un asiento distinto. Parece que el momento orgullo nacional terminó con el himno.

El dictador Batista escapó de la revolución con el rabo entre las piernas y un buen botín bajo del brazo. Los guerrilleros lograron terminar con la mano invisible pero negra de los Estados Unidos. Sin embargo, la pasión por la pelota, que fue introducida por marineros estadounidenses y por cubanos que regresaban de ese país, permaneció intacta. De hecho, el mismo Fidel Castro presume de haber sido en el pasado un gran pelotero, antes de cambiar bate por fusil. Pero la verdad, viendo el siguiente video, impagable documento, parece deducirse lo contrario…

Escena del documental Fidel!, de Saúl Landau.

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