Los llanos de Mojos (y IV)

Marc Busqué
Historias del mundo
4 min readOct 9, 2017

En un lugar dónde no existen las piedras ni los metales, no es de extrañar que se hayan conservado pocos restos de sus antiguos habitantes. Cuando llegaron a estas tierras los primeros colonizadores, se encontraron con grupos étnicos severamente diezmados por las epidemias que habían introducido los primeros expedicionarios europeos. Estos habitantes ya habían perdido el conocimiento del manejo del colosal sistema hídrico, capaz de transformar un entorno de inundación hostil en productivo.

Al igual que en el resto de América Latina, la peor pesadilla que podrían haber soñado los mojeños se materializó con los visitantes de más allá del Atlántico. Primero aparecieron los cazadores de esclavos y luego se instauraron las misiones jesuíticas. Éstas, eran lugares dónde los indígenas encontraban protección frente los esclavistas pero a un precio muy alto: someterse a un proceso de aculturación que tenía como objetivo hacerles olvidar sus raíces y adoptar las europeas y del cristianismo. Si bien es cierto que en ellas el indígena obtenía resguardo, también lo es que eran a la vez un chantaje, ya que debían olvidar sus dioses y su sabiduría ancestral para creer en el dios del cristianismo y aprender, por ejemplo, música barroca.

La iglesia de San Ignacio de Mojos tiene su origen en la época de los jesuitas.

Lo que vino después de la expulsión de los jesuitas de América fue algo aún peor: sacerdotes corruptos y gobernadores civiles de la misma calaña. Durante el auge del caucho en el siglo XIX, el indígena fue esclavizado. Trabajó y murió para que los coches de los países ricos pudieran lucir neumáticos.

El mojeño actual vive las consecuencias de la historia de su pueblo. Los primeros días que estuve en San Ignacio de Mojos fueron asfixiantes, no sólo por el calor de la época sino por la densa humareda que lo envolvía todo. Era el tiempo del chaqueo, la quema de hectareas de pampa para regenerar, sobretodo, pasto para el ganado. La quema es muchas veces incontrolada y tiene resultados desastrosos, destruyendo también el monte y dejando atrapados en una cárcel de fuego a muchos animales que acaban también ardiendo, causando un daño irreparable al ecosistema.

Durante el chaqueo se queman hectáreas de pampa y de monte.

Las tierras de Mojos están en manos de unos pocos latifundistas que se dedican a la explotación vacuna. Antes de la llegada de los jesuitas, la principal forma de aprovechamiento del entorno seguía siendo la agricultura. Fueron ellos los que introdujeron la ganadería, la principal actividad económica en la actualidad. Este modo de producción no tiene ningún sentido en Mojos, ya que los malos pastos y las inundaciones causan una ridícula producción de tan sólo 11 kilos de carne por hectárea al año. En época de lluvias, no es extraño ver desde el aire vacas literalmente con el agua al cuello, refugiadas en los restos de los antiguos terraplenes. La agricultura ha quedado reducida a pequeños campos de 1 o 2 hectáreas llamados chacos y que trabajan los campesinos.

La agricultura se practica a pequeña escala en los chacos de los campesinos.

A lo largo de los años, a los mojeños se les ha impuesto un modo de vida que no ha nacido para su medio natural. En el presente, el asfalto de la capital del Beni, Trinidad, hace aún más asfixiante el calor tropical. Los canales de navegación han quedado en desuso, cubiertos de vegetación o cortados por carreteras que en época de lluvias son imposibles de transitar.

Pero lo peor es la falta de seguridad que se ha ido incrustando en el carácter de los mojeños, acostumbrados desde siglos a que les digan lo que deben de hacer. Vinieron los jesuitas y les dijeron que eso en lo que creían no era cierto, que el único Dios era el suyo. Les hicieron olvidar casi por completo su cultura y construir violines para tocar música barroca y renacentista. Después, otras personas les obligaron a trabajar como esclavos.

Aún perduran muestras de la cultura originaria, como en el caso de los Macheteros.

De esta forma, el mojeño se ha acostumbrado a resistir y a no tener iniciativa propia. Si alrededor del 90% de ellos vive en la pobreza no es porqué no sepan hacer nada para evitarlo, sino porqué se les ha enseñado que ellos no saben hacer nada para evitarlo. Siempre deben ser otras cabezas pensantes las que tomen las decisiones. En cambio, en los talleres que se impartían en la Biblioteca Pública de San Ignacio de Mojos, los niños, que aún no han tenido tiempo de aceptar ese papel, nos sorprendían cada día a los que ahí trabajábamos con una gran iniciativa y ganas de aprender que luego se pierden en la población de más edad.

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