Mucho chino en China (o el misterio del autobús en forma de tren) (y III)

Marc Busqué
Historias del mundo
3 min readOct 12, 2017
Ilustración de Anna Llopis.

Ya estábamos informados que en China no es lo mismo para el cuerpo viajar en autobús que en tren, pero la realidad superó nuestras expectativas durante esas 12 horas nocturnas en el interior del exprés hacia Guilin. Para empezar, nuestra última provisión de esperanza se desvaneció cuando, buscando el número de nuestro vagón, vimos que dejábamos atrás las literas para dar paso a simples, incómodos y estrechos asientos.

Como las malas noticias siempre abundan para el que lleva mal ánimo, y yo lo llevaba durante ese inicio de noche, tuve la mala suerte que el peor elemento de las 1000 personas del tren se sentó delante mío. Primero, el buen hombre no dejaba de levantarse y chocar sus rodillas contra las mías. Después, empezó a comer mandarinas y a escupir las pielecitas encima de mis pantalones, se supone que inadvertidamente. A la vez, el humo de los cigarros de los pasajeros, mi pesadilla particular, invadía sigilosamente el ambiente del tren.

Pero lo peor estaba por llegar. A alguna hora incierta, el ente decidió quitarse los zapatos para intentar descansar un poco. En ese momento, una nube tóxica de peste tan sólida que se podía coger con la mano lo fosilizó todo. Como nos encontrábamos en una cultura extraña para nosotros, pensamos que quizás los chinos lo toleraban todo y no le dijimos nada. Nos limitamos a esconder la nariz dentro de nuestra humeada chaqueta e intentar respirar lo mínimo posible. Sin embargo, la mujer de su lado se levantó y se fue (dudo si saltó con el tren en marcha) y, acto seguido, hizo lo mismo el hombre de mi izquierda. Aprovechando la oportunidad, el susodicho decidió estirar sus patas en el asiento que había quedado libre. Como resultado, sus quesos quedaron a un palmo de mi nariz, la cual no ayudaba a mejorar la situación debido a su gran tamaño. Cuando ya estaba estudiando las cortinas para hacerme una soga y colgarme con ellas, el hombre de mi izquierda regresó y le dijo al sujeto que se pusiera los zapatos (en chino, claro). Mi alegría fue tal que casi le doy un beso en los morros, a la vez que me di cuenta de la increíble contención que pueden otorgar unos simples zapatos. Sin embargo, el individuo aún disponía de un último as en forma de cigarrillo, pero en ese momento se topó con Anna, que perdió toda barrera cultural y lingüística para hacerle entender que, por favor, se lo fumara en el espacio entre vagones. Todo hay que decirlo, el ser obedeció sin rechistar. Al fin, 12 horas y 12 tics en la cara más tarde llegamos a Guilin.

Ilustración de Anna Llopis.

Tengo que decir que esta es una de las experiencias que, ahora, recuerdo con más cariño del viaje por China. He escrito esta serie de entradas con un cierto tono de humor primermundista, porqué reír es sano, pero no hay que olvidar que lo que uno prueba en un viaje es el día a día de muchísimos otros que son tan personas y se merecen lo mismo que uno. Aunque a veces pueda parecer muy duro para los que no estamos acostumbrados, viajar en el transporte local de los países de destino es siempre una de las mejores formas para conocer la realidad del lugar. Lo recomiendo mucho. Al fin y al cabo, no es tan difícil mentalizarse para una situación con un final próximo en el tiempo y la recompensa en conocimiento y proximidad vale la pena. Los que realmente tienen motivos para quejarse son los habitantes del lugar, quienes tienen que soportar transportes horrorosos día tras día.

Ilustración de Anna Llopis.

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