¿Qué queda de ti si te quitan la cultura?
Hace unos días que he vuelto de un viaje un poco largo. Dos meses y medio por el sur-este asiático. He pisado siete países o regiones autónomas que, pese a que la evolución del mundo está allanando todas las diferencias, tienen aún culturas bastante distintas a la nuestra.
Siempre que regreso de un viaje así, los primeros días estoy algo descolocado. Caminando por las calles de la ciudad que siempre he sentido como mía, Barcelona, no puedo evitar sentirme extraño, ajeno a lo que veo y, en un sentido, diferente al resto de mis conciudadanos.
Me siento como un viajero en mi propia casa. Al igual que cuando piso por primera vez un país extranjero, me cuesta distinguir los matices. Todas las personas me parecen iguales, cortadas por el mismo patrón. Como si todas tuvieran la misma personalidad.
La palabra personalidad viene de persona, que en latín significa máscara y hace referencia a la costumbre que los actores romanos adoptaron de los griegos de salir a escena con la cara cubierta. A través (per) de la máscara el actor hacía sonar (sonat) su papel. En China todo el mundo camina rápidamente, habla fuerte y come arroz. En Barcelona todos utilizan las mismas palabras para un momento determinado, sujetan la cerveza de una forma particular y quieren comprar el mismo producto. Al final, nos creemos nuestro papel.
Entonces, esta persona que veo en Barcelona, tan igual al resto para mis ojos, si hubiera nacido en China, ¿sería entonces patrón 100% chino?
¿Qué queda de nosotros si nos quitan nuestra cultura? ¿Cuál es nuestra parte invariable que es igual tanto si nacemos en Barcelona como en China? ¿En qué medida esta parte invariable es igual a las partes invariables de los demás? Dirigirse hacia el conocimiento de este lugar interior es el viaje más emocionante que se puede emprender jamás.