Tu y yo somos cómplices de asesinato

Marc Busqué
Historias del mundo
4 min readOct 12, 2017

La última semana a los grandes medios les pasó inadvertida la publicación de un nuevo decreto ley contra el paro. Según este, a partir de ahora, toda persona que se encuentre sin trabajo podrá ser detenida por la policía y privada de su libertad en unos centros que serán construidos especialmente para este fin. Estas cárceles estarán rodeadas de altas vallas con cuchillas y vigiladas por un cuerpo especial de policía al cual, de forma excepcional, no le serán aplicadas las leyes españolas con tal que así puedan utilizar cualquier medida para evitar que los internos escapen.

Si la noticia del párrafo anterior fuera cierta, quiero pensar que nuestra sociedad no lo permitiría. Se convocarían protestas en todas las ciudades contra la brutalidad de la ley, se escribirían un montón de artículos clamando al cielo… El gobierno, aunque solo fuera por el miedo a perder votos, se vería obligado a retirar la medida y se podría ver forzado a dimitir debido a las presiones internas e internacionales.

Entonces, ¿por qué está pasando ya algo terriblemente parecido en Melilla y en el resto de la frontera con África? ¿Cuáles pueden ser las razones por las que permitimos que miles de jóvenes que no han cometido ningún delito sean privados de libertad, apaleados y muchos mueran por el simple hecho de buscar un futuro mejor?

¿Legalismo? No creo que la razón de fondo sea la asunción miope de que, para vivir en un país, hacen falta papeles. Las leyes deben ser hechas para el hombre y no contra él. Además, en cualquier caso, el decreto sobre los parados también se hubiera convertido en ley injusta pero la hubiéramos tumbado.

¿Miedo? Sí, seguramente hay bastante de eso. Nos invaden. Nos vamos a quedar sin trabajo. Miedo suele ser sinónimo de ignorancia. Para empezar, sin trabajo ya nos hemos quedado y el culpable no ha sido la inmigración. El argumento de la invasión cae por su propio peso. Excepto unos pocos aventureros, muy poca gente en el mundo abandona su hogar si no es impulsado por la necesidad de ganarse la vida. Ya va siendo hora de darse cuenta que hay que empezar a repartir, a dejar de vivir a costa de otros. Si en el mundo hay para todos pero solo lo disfrutamos unos poquísimos, y lo hacemos a través de la extorsión, está claro que la justicia no está de nuestra parte.

Creo que el motivo principal de la impasividad frente al crimen en vallas y pateras es la falta de identificación con los jóvenes que intentan llegar hasta aquí. Con los parados, que somos nosotros mismos o alguien muy cercano, nos vemos mucho más reflejados que con un tío de Guinea-Bissau. Para empezar son negros. O sea, diferentes; otros. ¿Qué sabemos de sus países? Entre poco y nada. Tienen que ser muy diferentes a nosotros. Casi tanto como lo es un animal.

Existe un experimento realizado en el año 1963 y que muestra de forma tenebrosa hasta que punto el grado de empatía que sentimos hacia una persona nos hace tolerar su dolor, incluso si somos nosotros mismos quienes lo infligimos. En el experimento Milgram, un voluntario es incitado por parte del experimentador a someter descargas eléctricas progresivamente más fuertes a otro participante cada vez que este comete errores en un ejercicio de memoria. El participante que recibe las descargas es un actor y, en realidad, no sufre ningún daño, pero eso no lo sabe el voluntario. Aunque el objetivo principal del experimento es explicar como la mayoría de personas son capaces de hacer cosas horribles por obediencia debida (el 65% de los voluntarios aplicaron la descarga máxima de 450 voltios, cuando ya hacia rato que el actor fingía estar inconsciente), los resultados también mostraron que cuanto más identificado socialmente se sentía el voluntario con el actor, menos proclive era a someterle a las descargas.

Las personas que intentan llegar aquí y son golpeadas, violadas, o mueren en el desierto, el mar o a los pies de una valla, son como tú y como yo. No solo eso, son los mejores representantes de sus sociedades, los más válidos, pues hace falta ser joven y emprendedor para atreverse a eso. La desgracia de sus países de origen es doble, ya que a la desestructuración crónica se le suma la fuga de cerebros que, ironía, aquí no dejamos entrar.

A los gobernantes de allá ya les va bien la situación, pues es una vía de escape para gente que, de otra forma, iniciaría protestas internas. Pero las responsabilidades vienen sobretodo de este lado. Recordemos que primero los esclavizamos para obligarles a construir nuestro progreso, luego les otorgamos una independencia de papel mojado que sirve de excusa para volver a esclavizar sólo un poco más sutilmente, gracias a dictadores amigos y políticas de secuestro. ¿Ahora que hemos destruido sus sociedades ya no queremos que entren?

Superar este bache de indiferencia es realmente sencillo. Sólo hay que hacer un pequeñísimo esfuerzo mental. Para empezar hay que preguntarse, ¿haríamos nosotros lo mismo? Ponte que eres tú, y que naces en un lugar que en muchas cosas es más un infierno que un país, sin ninguna posibilidad de cambiar. ¿No intentarías emigrar? Si la respuesta es sí pero aún así quieres que se evite la entrada de los inmigrantes, la única justificación que puedes esgrimir es el egoísmo. Así que aceptalo y no intentes colar falsos argumentos si hablas sobre este tema. Pregúntate también si quieres ser egoísta toda la vida. Además, ¿no somos ahora, otra vez, un pueblo emigrante? ¿Como puede un pueblo emigrante negarle a otro el mismo derecho que a él se otorga?

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