Dos palabras

Lau Mica Alvarez
Historias pasan
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5 min readApr 28, 2020

La seño de primero nos sentó juntas. Medio que desde jardín que dábamos vueltas pero fue Mirta la causante de todo. Estábamos en la misma mesa. También estaba Adrián, por ahí, dando vueltas. Le decíamos el Chino justo antes de que se fuera a Italia.

Con Flor le pedíamos a la seño nos mandara “redacciones con ilustración”. Nos gustaba escribir sobre el futuro. Tenías que escribir lo que te imaginabas y después dibujar sobre eso. Me acuerdo que mi futuro era apocalíptico. Siempre nos llenábamos de basura. Muy alejada no estaba (la del COVID-19 no la vi venir).

Teníamos un código para copiarnos en los “verdadero o falso”. Era tan sencillo como repetir la pregunta, haciéndonos la que nos dictábamos, y decir la respuesta en primer lugar: Si era verdadero, decíamos verdadero primero. Ya en séptimo y con el boom de Xuxa aprendimos a copiarnos por lenguaje de señas. Eso nos llevó a ser siempre abanderadas o primeras escoltas (alternábamos en cuando una iba a la bandera). Las tragas orgullosas del grado.

Muchos recreos la pasábamos adentro, cuidando a Natalia y jugando al Ludo Matic y muchos otros al poliladron, al verdulero. En gimnasia al quemado. Ella era mucho mejor que yo y casi siempre era la delegada. Cuando jugábamos en contra era terrible. Me acuerdo que, como yo patinaba, a veces llegaba tarde a ensayos de actos. Una vez, para un acto del día de la Tradición, llegué tarde a ensayar y me dijo “yo zapateo, vos sarandeá así” y ahí fuimos de gaucho y paisana. La otra, en el coro, me dijo “están buscando voces finitas porque no hay” así que simulé un soprano que no soy para poder quedar en el coro con ella. Cantamos la de Los Simpsons en inglés — que no sabíamos — para el día de la Familia (algo disfuncional si lo pienso ahora).

Cuando empezamos la secundaria seguíamos hablando una hora por teléfono todos los días, contándonos chismes del San Andrés y del Modelo, y de todos los chicos que nos gustaban. Habíamos inventado que éramos primas (mentira que quedó hasta cuando fuimos adultas): no, no somos primas. Empezamos a ir a bailar juntas, mi viejo era el remisero y nos pintábamos un lunar en la cara porque creíamos que era sexy. Teníamos la misma pollera que con un molde nos habían hecho mi vieja y Rozi a las dos juntas. Parecíamos tenistas y una vez nos lo dijeron. Cada vez que mi viejo nos decía “no miren a los hombres a los ojos” nos mirábamos cómplices porque significaba que alguna de las dos tranzaba.

Cuando me fui a Uruguay, pasó vacaciones conmigo. Me acuerdo de noches cantando, peinándonos, hablándonos. De mil cartas. De hacernos las “americanas” en el aeropuerto de Carrasco (a mí me había pintado hablar en inglés y ella me alentaba). No teníamos vergüenza porque en los ojos de la otra éramos perfectas: perfectas con nuestros quilombos, perfectas con nuestras falencias, perfectas con nuestras fallas.

En la facultad nos cruzamos en varias materias y logramos hacer un grupo de amigos en común: porque tratábamos de compartir lo incompartible. Y ahí los chismes se unieron a las fiestas, a las horas de estudio, a los nervios y a seguir entendiéndonos con la mirada. Cuando arranqué con mi primer laburo, al poco tiempo cambié de puesto, y ella me reemplazó así que trabajamos en la misma oficina, con los mismos compañeros. Mi viejo nos llevaba todos los días así que también compartíamos el viaje. Después ella cambió de laburo a Barracas y yo al poco tiempo me fui a otra empresa, en Barracas también así que compartíamos el Roca a la vuelta. Eran mails y mensajes todo el día, y cerraban con los 15 minutos del Roca. A veces pasábamos más tiempo esperándonos en Yrigoyen que los 15 minutos del tren.

Empecé teatro y la presenté a mis amigos. La amaron al instante. Salíamos juntos al Andén o al Refugio, y cantábamos Ojalá, La Flaca y esas canciones de barsucho del sur. Y después ya salía ella sola, con mis amigos, que se volvieron ya sus amigos. Y actuamos, juntas y separadas. Y nos animamos a cantar, y lo hicimos como el orto, pero de nuevo: a los ojos de la otra éramos perfectas. Y esto no significaba decirnos que hacíamos todo bien, significaba que a pesar de los errores y de las cosas malas, nos amábamos igual.

Flor vivió un tiempo en lo de mi abuelo, usó las sillas y mesas que hoy tengo en mi departamento, y se reencontró con el Chino en un cumple mío.

Hay muchas cosas más, obviamente, son ¿cuántos? 34 años de amistad en unos párrafos. Imposible de contar todo. Y no quiero, porque es mío y es de Flor. Pero hoy, yo que siempre invento historias de otros, quería hablar de ella.

Y un día como hoy, estas dos palabras, que no me voy a olvidar nunca en mi vida: Falleció Flor. Dos palabras. Tengo la imagen del mensaje de Mariano que me llamó después y entre gritos me pudo contar (bah, a mi vieja, yo no podía hablar). Tengo el mensaje de fondo gris y letras negras. Así: Falleció Flor.

Es trillado escribir sobre que un instante te cambian la vida. Pero es tan trillado como cierto. Y a mí, dos palabras: Falleció Flor. Porque esas palabras hicieron que el mundo se pare, que me replantee mis prioridades, que elija vivir más el momento, que me perdone, que me priorice, que sea feliz, que me supere, que aprenda, que llore, que me quiebre, que engorde, que sufra, que me emborrache, que quiera, que viva, que siga, que ame. Hay dos palabras que pueden cambiar todo en un segundo: Desde los clásicos te amo, te odio, quiero irme, nunca más, hasta los fríos COVID-19. Dos palabras.

¿Si tuviera que elegir dos palabras para describir lo que era para mí? Mi hermana, mi compañera, mi cómplice, mi rival, mi maestra, mi sostén, mi humorista, mi guerrera, mi amiga.

Como esas dos palabras se quedaron en mi mente desde hoy hace un año, me tomé el trabajo de buscar cuáles fueron las últimas dos palabras que yo le dije a ella. Y tengo la suerte y la paz, de que mis últimas dos palabras fueron: Te quiero.

Te quiero, Flor. Te extraño, Flor. Seguí volando por ahí, como un pájaro.

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Lau Mica Alvarez
Historias pasan

Publicitaria (de título), reciente standupera y proyecto de escritora. Reciclando historias que pasan. Lalala.