Sí, yo lo hice…

· Daniel Armas ·
Historias Sueltas
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3 min readDec 23, 2013

Pues sí, todo lo que ha dicho usted ha sido cierto, desde su suposición de la forma en que la maté hasta la de haberla llevado yo, ya muerta con su amante. Todo es cierto. Y, sin embargo, lo único en lo que no estoy de acuerdo es en su afirmación sobre que según usted, por los hechos que he cometido debo sentirme mal. Sencillamente no lo entiendo —afirmé yo.

¿Pe.. Pe… Pero qué dice usted? ¿Es que acaso no se arrepiente de sus atroces acciones? —preguntó el estúpido abogado que me acusaba.

En absoluto. Es más volvería a hacerlo, ella no quería estar conmigo, yo no quería estar ya con ella, y su amante deseaba tenerla en su cama. Todos salimos ganando, ¿no lo cree? — le contesté.

Señor juez, creo que con la declaración del acusado es suficiente para hacer la decisión del caso y condenarlo a pasar un gran periodo en la cárcel —parloteaba el abogado. — Además…

Su señoría, si me permite antes. Quisiera decir con mis propias palabras lo que hice para que así pueda dictaminar mejor cual será mi destino — dije yo después de interrumpir al abogado.

Hable señor, aunque quiero que se dictamine en el acta que el acusado ha declarado ya su culpabilidad absoluta en éste caso, y que se le deja dar su testimonio para cumplir su derecho de libertad y porque así lo dictamina la ley — dijo el juez mirando de manera fija y sin emoción a la mecanógrafa que se encontraba en la sala.

Excelente, gracias su señoría — comencé a hablar. Pues bien, todo comenzó hace un año y cuatro meses. Mi esposa (difunta ahora), empezaba a actuar muy extraño, se ponía nerviosa cuando le preguntaba sobre su día y era más cálida de lo normal conmigo. Eso me hizo sospechar que me engañaba, y pues no me equivocaba. Después de un año de callar me decidí hablarle sobre el hecho infiel. Ella no negó nada e incluso se puso altanera, gritándome que ella deseaba estar con su amante, eso me puso furioso y por mi mente pasó un fugaz pensamiento que luego haría realidad: asesinarla.

—Y es que, ¿cómo no iba a matarla? Si ella no quería estar conmigo sino con su amante, y yo no quería estar ya con ella y, además, su amante también deseaba estar con ella, pues lo mejor era asesinarla y luego llevarla al hogar de su amante. Así, ella no estaría conmigo, yo no estaría con ella y su amante podría tenerla sin ningún problema. Como ya dije antes, todos salimos ganando.

—Es todo señor juez — terminé yo con la misma calma con la que empecé mi relato.

—Cínico, ojalá y te pudras en la cárcel — murmuraba no tan bajo el abogado.

—Pues bien. Habiendo ya no más pruebas ni testimonios que escuchar, tengo que declarar sin duda alguna que el acusado aunque es culpable se le dejará en libertad. He dicho. Se levanta la sesión. — declaró el señor juez con aplomo, mientras golpeaba su escritorio con aquel mítico martillo de la justicia (un concepto estúpido para mí).

—¡Es absurdo su señoría! ¿Cómo puede dejar a éste hombre libre cuando asesinó a una mujer con total alevosía? —vociferó el estúpido abogado.

—Ya decidí y no puedo ni quiero cambiar mi decisión. Yo hice lo mismo alguna vez, y también consideré justa mi causa — en ese momento el juez se retiró, y el abogado sólo pudo mirar con su estúpida cara como se iba aquel.

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· Daniel Armas ·
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Sarcástico por nacimiento. Escritor por afición. Fotógrafo por pasión. Irreverente por diversión. Crítico por necesidad.