Sed de mal

Jon Úbeda
Hollywood Babylonia
3 min readSep 14, 2020

Durante décadas, los cineastas han rendido homenaje a esta importante película de cine negro que Orson Welles rodó en los años cincuenta del siglo pasado. Sed de mal es un escabroso relato sobre la corrupción que se desarrolla en los destartalados tugurios y moteles de una sórdida ciudad fronteriza, donde el honorable oficial de narcóticos mexicano Charlton Heston y el degenerado policía americano Welles entran en conflicto por un asesinato cuya jurisdicción está en disputa, mientras Janet Leigh se convierte en un títere atemorizado.

Heston obligó a la Universal a contratar a Welles para dirigirla y para interpretar el papel de Hank Quinlan. Welles tiró el guión y escribió su propia adaptación de la novela de Whit Masterson, Badge of Evil, transformando un insignificante thriller en arte. Sumida en una atmósfera siniestra, la película aún es célebre por su plano secuencia del comienzo, tres brillantes minutos en los que la cámara, situada sobre una grúa, desciende en picado hacia la bulliciosa escena nocturna, mientras Miguel «Mike» Vargas (Heston) y su coqueta y rubia esposa estadounidense Susan (Janet Leigh) cruzan dando un paseo a Estados Unidos para tomar un helado con soda. Un hombre anónimo pone una bomba en un descapotable, hay peatones por doquier, la mujer que acompaña al conductor se queja de que oye «un tictac en su cabeza», los recién casados y un policía intercambian unas palabras y… ¡boom! la luna de miel ha concluido.

El jefe de policía Quinlan llega de la frontera estadounidense para controlar la investigación, mientras Susan es retenida por los narcotraficantes mexicanos que Vargas intenta encerrar. En cuestión de minutos se han repartido las cartas en un malévolo y perverso juego. Para evitar que Vargas lo desenmascare, Quinlan secuestra y droga a Susan (sirviéndose de Mercedes McCambridge, que interpreta a una lesbiana vestida de cuero, y sus matones enloquecidos por las drogas). Quinlan es uno de los grandes psicópatas del cine negro, una figura aborrecible cuyo abuso de poder le ha convertido en un monstruo (el obeso Welles se caracterizó para parecer aún más grueso y se puso una nariz falsa), a quien en un principio no reconoce la enigmática prostituta (Marlene Dietrich) como el hombre con quien en otro tiempo mantuvo relaciones. La confianza de Heston en su papel evita que el satírico Welles lo aplaste. Sin embargo, el personaje más conmovedor es la trágica figura, tardíamente ennoblecida, del lacayo de Quinlan, Pete Menzies (Joseph Calleia).

Rivaliza con el soberbio inicio una serie de audaces y complejas puestas en escena que han dado a Sed de mal su reputación como epitafio del cine negro, los elementos estilísticos exageradamente teatrales de Welles, que alcanzan un hiperrealismo con la contrastada fotografía en blanco y negro de Russell Mean, y la banda sonora de Henry Mancini, mezcla de música latina, jazz y rock and roll. La caza final es un delirio de exuberancia visual, efectos sonoros experimentales y omnipresente fatalidad.

Welles se enojó con el montaje de la Universal y en 1998 se estrenó una restauración hecha minuciosamente a partir de sus notas. Sed de mal resiste como una obra maestra de la técnica, la imaginación y la audacia.

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