¿Dónde andas, Vargas Llosa?

Por Pedro Jorge Velázquez

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7 min readOct 20, 2020

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El artista no es su arte. Por lo menos, no siempre. Un escritor no es su obra: esa, en esencia, es algo mayor. La obra es una marca en el tiempo, un padecimiento volátil que señala el camino, que se encumbra, ennoblece. La obra de un artista no lo refleja. A veces, incluso, el artista muere sacrificado por su propia obra.

Quizás por ello se produce un singular efecto placebo en el momento en que un ganador del Premio Nobel de Literatura anuncia un nuevo libro. Todos buscan con premura el texto para valorarlo, compararlo, regocijarse con esas pizcas internas de esnobismo propio. Más aun cuando libros como “Los jefes”, “Conversaciones en la catedral”, “La casa verde” o “La ciudad y los perros” perpetúan un estilo que pareciese, a juicio de lectores exigentes, infalible.

Siempre creí que Mario Vargas Llosa era un escritor. No, no es una obviedad. Escribir no implica ser escritor. El ser que escribe alucina con sus conjeturas, fabrica ideas y se sumerge en su mundo propio y construido. El escritor (como artista en sí) es un sujeto absorto, implacable, observador de las esquinas de su cotidianidad, proclamador de juicios que soslayan los miedos y la mirada del público.

En esa rivalidad entre quien escribe y el escritor aparece la novela Cinco Esquinas, en el 2016, bajo el sello de Ediciones Alfaguaras, propiamente el año en que el artista (el escritor) y el hombre carnal llegaban a sus 80 años. Camilo Marks afirma que a Vargas Llosa “es posible compararlo con esos fenómenos que son los grandes creadores del siglo XIX y comienzos del XX, como Dickens, Balzac, Flaubert, Hugo o Proust”. ¿Será?

Presentó su libro. Se sonrió. Sabía Mario que la crítica esperaba ansiosa, que afilaba sus cuchillos y atendía porque el Premio Nobel era él y no ellos, porque él es el Marqués Vargas Llosa y llegó galantemente acompañado de su actual pareja: una Isabel Preysler que se niega a abandonar su juventud y que luce tan perfecta como cuando quedó embarazada de Julio para dar a luz al futuro cantante de pop Enrique Iglesias.

Allí estaba Mario. Se tornaba paciente como la carátula de su libro, resistió que cada lector lo mirara de lejos y que algunos se aventuraban a (h)ojearlo. Después de un día lectura (no creo que haga falta más) Cinco Esquinas merece ser lanzado al fango donde se lanzan los libros que no están a la altura del autor que conocemos. Pero hay quien, después de darle ese primer bocado, lo guarda para releerlo (no hay que ser precisamente fan de Vargas Llosa para eso) y hallar qué más hay escondido en él.

Una escena de sexo entre dos mujeres amigas, bajo la tensión de un toque de queda local, es la llave con que abre la novela, lo cual es un gancho inicial perfecto. Luego, terminas la novela y entiendes que no era perfecto. Solo era una ilusión. La relación pasional y explícita entre Marisa y Chabela es un complemento descolocado en la historia y pudiera pensarse que se creó solo por conquistar lectores. Sexo siempre sirve, ¿eh? No hay dudas leyendo Cinco esquinas de que la nueva relación de Vargas Llosa con Isabel Preysler le regresa un espectro perverso y hedonista a sus novelas o quizás le importa poco lo que yo o usted creemos de esto y solo lo escribió por deseo.

La trama envuelve, doy fe de ello: nos permite ver un Perú triste, maniatado por los juegos de poder, el Fujimorato, la prensa que no es prensa, el amarillismo barato que gana audiencia y destruye familias. El terrorismo y la concupiscente sensación de sus escenas eróticas se enlazan a merced del morbo que se va acumulando.

Retrato de una sociedad podrida, enquistada en el descontrol político del gobierno de Alberto Fujimori y su mano derecha Vladimiro Montesinos (el doctor), quien utiliza el periodismo amarillista como arma principal para atacar a los detractores del gobierno. La inestabilidad de los sectores económicos y el ambiente de inseguridad pública por los “actos terroristas” de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru muestran a un Vargas Llosa que acude a la literatura para redimir las derrotas en el plano político. Era de esperar que a esta fecha Vargas Llosa sintiera ese rencor inextirpable por Fujimori y, a la vez, emplease todas sus armas (las que le quedan) contra la izquierda peruana.

La construcción de los personajes nos muestra a un creador diferente, apresurado y superfluo. Si bien un relato que nos habla de periodismo amarillista debe tener un director de medio (el jefe del diario “Destapes” Rolando Garro), la periodista rebelde (Julieta Leguizamón) y el desacreditado por el medio de prensa (Enrique Cárdenas), la superestructura del argumento nunca determina la importancia de cada uno dentro de la historia. Según la crítica Roxana Orué “en la misma línea argumental, no es posible tampoco precisar quién es el protagonista o la protagonista de la obra. ¿Marisa, cuyas aventuras sexuales ocupan tantas páginas de este libro? ¿Enrique Cárdenas, su esposo, quien en algún momento participa en estas aventuras y quien previamente se ve envuelto en un escándalo que remece a toda la sociedad peruana? ¿Rolando Garro, director de Destapes, o Julieta Leguizamón, la Retaquita, su reportera estrella? ¿O Fujimori y Montesinos quienes directa o indirectamente dan pie o marco a las tramas mencionadas?”

El estilo utilizado concuerda con la simpleza argumental. El lenguaje es directo y plano. Coquetea con la novela policial, pero se va desarmando en su desarrollo por la trivialidad y la ligereza temática. La energía va decayendo tras la lectura, mermada por la rapidez con que se resuelven los conflictos y la improvisación. El narrador omnisciente representa su opinión, su inquina contra el Fujimorato y las izquierdas peruanas, su crítica al “cuarto poder” como instrumento político que se aleja de las causas sociales y se centra en el descrédito personal.

Si algo es aplaudible en este libro es la elección de sus ejes temáticos, que, aunque frívolos e inexactos, destraban conflictos muy propios de Sudamérica y, en especial, del sustrato social peruano. El añejo barrio capitalino donde suceden los hechos, la confrontación de diferentes estratos económicos, el chantaje y el miedo, el poder y la prensa, reservan un ajuste de cuenta de naturaleza personal con la tiranía de Fujimori.

El crítico Gonzalo Schwenke cree que esta novela tiene una marcada intención social dentro de su ficción literaria: “Si la ficción es la representación narrativa de un orden social, la presente obra literaria es una mera reproducción del orden social donde todo está bien establecido, la fealdad está lejos del poder económico y donde este, protagonistas mediante, es la frivolidad capitalizada. “Cinco Esquinas” se sostiene por una serie de elementos que destacan la prolijidad de la prosa, una historia que es lineal y progresiva en el llano”.

El boom renace. Pizcas. No es posible separarse de su naturaleza, aunque la época de gloria haya terminado y aunque el propio Vargas Llosa haya ido tomándole desprecio. Según el crítico Gerald Martin el suceso de la Revolución cubana produjo un auge del sentimiento sociopolítico latinoamericano y la literatura del boom comenzó a reflejar sociedades, a criticar fenómenos, a cronicar las voces de los desposeídos, silenciados e inadaptados. Y a pesar de que Benedetti en una oportunidad considerase que “afortunadamente la obra de Vargas Llosa estaba situada a la izquierda del autor”, las últimas novelas del peruano han dejado de producir tal efecto, pues parece ser que últimamente el Marqués solo escribe para mantenerse pega’o en los círculos intelectuales, a la venta de todo el que quiera pagarle unos dólares y regalarle una sonrisa complaciente.

Cinco esquinas caló lejos de Vargas Llosa. Traicionó su estilo, ocultó lo mejor de sus universos literarios para traernos un libro adolescente. Por ello es entendible que haya sido aplastada por la crítica y más con el referente anterior de su novela El héroe discreto (2013), considerada por muchos la antítesis total de su obra, por mostrar deficiencias gramaticales y errores anacrónicos imperdonables.

El artista no es su obra. Helo aquí en esta novela corta que, de tan corta, apenas se le toma el gusto. Sabio Cortázar al describir la novela corta o el relato como “un género a caballo entre el cuento y la novela”. Aunque el que anduvo a caballo en este caso no fue la noveleta, sino Vargas Llosa que, lejos de parsimonia alguna, parece un jinete apresurado deseoso de poner el punto final al doblar la quinta esquina. Esto, amén de que todavía escribe, ya no como escritor, quizás, si algo bueno nos deja, es la alentadora idea de que Vargas Llosa todavía está andando; aunque nadie sepa por dónde. ¿Dónde andas, Vargas Llosa?

Descargue con un clic aquí la novela «Cinco esquinas» de Vargas Llosa en formato PDF

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