Dune está condenada

Dune es una película que gana cinco puntos por construir un mundo y menos de la mitad por contar la historia. La construcción sísmica del mundo de Villeneuve es todo tono y poca melodía

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7 min readJan 9, 2022

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Por Miguel Ernesto Dorta Pedraza

En una de esas fiestas típicas de las películas americanas para adolescentes, Dune sería la típica muchacha superficial que te tira el dinero a la cara y te cuenta historias que probablemente se haya inventado. Las cuenta, además, con la frivolidad de quién no las ha vivido y de quién no las entiende. Mientras, dos muchachas nerds de grandes espejuelos y ropa ancha, sentadas a los pies de una escalera, debaten en voz baja cómo sí han hecho todo lo que cuenta la “cool”. Sus nombres: Star Wars y Game of Thrones.

Esa comparación no es del todo justa porque, de hecho, nada en materia de Ciencia Ficción alcanza a Dune, gustos aparte. Herbert es el maestro de este género y ha influido en todos los que vinieron después, George Lucas incluido; y también en la construcción fantástica para hablar sobre el poder, como el caso de GoT. Pero Villeneuve no solo no logra capturar ese espíritu sino que da vida a un largometraje tremendamente insulso y artificial.

Y eso viene a convertirse en el mayor problema de Dune. Lidiar con su pasado, lidiar con su legado. La frase “Dune is doomed” se legitima con esta cinta porque se convierte en el tercer o cuarto borrador de esa idea que te esfuerzas tanto por pulir que pierdes lo que inicialmente te hizo apasionarte por ella.

Dune comienza con un título que dice “Dune Part I”: una promesa estándar pero bastante presuntuosa, incrustada en esas palabras: después de estos (interminables) 155 minutos estarás tan enganchado por esta saga que quedarás hambriento de la Parte II. Esa, en cierto modo, es la promesa de todas las franquicias.

A lo largo de las décadas, más de unas pocas películas han surgido del ADN del universo de Herbert, como por ejemplo el acto de apertura de la mencionada Star Wars. Hay una razón por la que es la primera parte de esa película; el desierto es un escenario terriblemente árido para la ciencia ficción. (Star Wars comienza lento y árido a propósito, todo para establecer la revelación de su segunda mitad). Dune es rico en temas y motivos visuales, pero se convierte en una película sobre Chalamet (Paul Atreides) pilotando a través de tormentas de arena y relacionándose con los rebeldes del desierto, criaturas más nobles que interesantes.

Una definición sencilla de lo que es una gran película de ciencia ficción y fantasía podría ser una en la que la construcción del mundo es asombrosa, pero no más esencial que la narración. En las dos primeras películas de Star Wars, esas dinámicas estaban en perfecta sincronía; así como en The Dark Knight y Mad Max. Blade Runner, a su manera, es una película sorprendente, pero su construcción de mundos tiene más fuerza que sus trascendentales tintes neonoir.

Visto desde esa perspectiva, Dune es una película que gana cinco puntos por construir un mundo y menos de la mitad por contar historias. La construcción sísmica del mundo de Villeneuve es todo tono y no melodía. Dedica minutos preciosos a detallar la topografía de Arrakis y los trajes que permiten a las personas sobrevivir en sus desiertos, pero no dedica ni un momento a las preocupaciones privadas del Duque Atreides sobre el feudalismo intergaláctico que da forma a su destino, o al nebuloso conflicto interno de Paul por dejar su viejo mundo atrás. Que Star Wars y sus éxitos de taquilla hayan quemado los tropos de ciencia ficción de Herbert en el inconsciente colectivo debería ser una oportunidad para una película del siglo XXI como esta, no una excusa.

No se puede negar que lo que produce es una maravilla técnica, pero después de gastarse más de 150 millones es lo mínimo que cabría esperar. Esto es solo la industria siendo industria, pero el problema con las maravillas técnicas es que en 20 años la veremos y diremos: “no fue tan asombroso”. La sensación de nuestros hijos al ver esos paisajes, esos encuadres y esos efectos especiales será la misma que la nuestra al ver hoy los de Star Wars. Además, ese sentimiento de decepción con Villeneuve está también de fondo. Un director capaz de dotar a sus películas de atmósferas e imágenes impactantes e inquietantes, pero que en sus últimos trabajos se ha rendido más ante la imagen como concepto artístico que al contenido.

Encima, aunque la escala y el detalle son asombrosos, esta exposición se desarrolla lentamente, demasiado. Aunque es encomiable que Villeneuve le haya dado al mundo tiempo para respirar en la pantalla, sí afecta el ritmo. Se siente que hay un impulso mínimo hacia adelante a medida que se dedica tiempo a la exposición y la construcción del mundo. Es algo que funciona mejor en la página que en la pantalla y se ve agravado por el hecho de que solo estamos viendo la mitad de la historia. Eso quita interés al filme porque significa que gran parte de lo que estamos viendo se siente como una configuración laboriosa para una película –esperemos– más apasionante por venir: la parte uno es la tarea aburrida antes de que comiencen a suceder las cosas jugosas. Los fanáticos que saben hacia dónde se dirige pueden sentirse más indulgentes con el ritmo mesurado, pero para otros se sentirá como si la película comenzara a avanzar hacia algo que no termina.

Tenemos esas cámaras lentas, decenas de flashbacks (Zendaya parece una actriz de comerciales de Champú) y de planos detalle para subrayar la importancia de personajes o de símbolos. Esto no solo repercute aún más en el ritmo sino que termina por desconcertar y cansar al espectador atento.

Pero no es solo que la historia pierda el pulso. Pierde la capacidad de involucrarnos emocionalmente en ella. Con una docena de actores archiconocidos el elenco no es problema aquí, el problema es lo que se le da a hacer a ese casting. Nadie tiene mucho tiempo para distinguirse, todos funcionan como simples engranajes carnosos en la batidora de Villeneuve. Realmente no aprendemos mucho sobre los personajes individuales de la película, lo que dificulta comprender o preocuparnos por lo que está en juego en la historia.

Y luego simplemente termina, ya que un personaje tiene el descaro de decirle a Paul (y a nosotros) que esto es solo el comienzo. Como regla general, deberíamos abrazar cintas graves y complicadas como esta, ya que escasean en nuestra era de desechables curiosamente empacados. Pero Dune funciona con una seriedad tan distante y poco atractiva que es difícil de amar. Es incuestionablemente ordenada, pero todo se siente obligatorio, carente de cualquier tipo de vida idiosincrásica. Ha habido comparaciones con el remake más salvaje y loco de WB, Mad Max: Fury Road de George Miller, que son ridículas. Deben ser los tonos ocres de la arena en cada película. Fury Road tenía una sensibilidad totalmente original, gloriosamente desquiciada. Dune se contenta simplemente con posar. En toda su maravilla, se olvida de hacer cosas básicas como darnos algo o alguien a quien animar, sentir o pensar durante más tiempo que el tramo de la película.

Lo que es menos convincente aún es la mitología del elegido, presentado de manera confusa para enmascarar la simplicidad en su núcleo. Abundan las visiones, las advertencias murmuradas y las epifanías oraculares, todas trabajando para convencernos de que el héroe de la película es, de hecho, el héroe. El hecho de que la cinta sea, en última instancia, un prólogo largo y exagerado, un preludio de la acción en lugar de su propia historia autónoma, hace que la robusta teatralidad de Villeneuve sea más endeble de lo que debería ser. ¿Qué es todo este alboroto sobre algo que sabemos que está por llegar pero que todavía no se mostrará? Chalamet se esfuerza por asumir el manto, pero es tragado por el halo que lo rodea.

Dune no anula la afirmación frecuente de que el libro no se puede filmar. La película no logra plasmar la intrincada construcción del mundo de Herbert en forma satisfactoriamente digerible. Quizás el material original, con su interminable glosario de términos que describen lugares, pueblos, tradiciones religiosas y sistemas políticos, sea demasiado denso para convertirlo en algo cinematográficamente ágil.

La historia y la estructura social compleja que son parte integral de la visión del autor se condensan en un borrón, obstaculizando la mitología. Las capas de alegoría política, religiosa, ecológica y tecnológica que le dan a la novela un estatus tan exaltado se mezclan en el guion de Jon Spaihts, Villeneuve y Eric Roth como algo sin vida. Dune vuelve a reflejar la decadencia de Hollywood y se pliega sumisamente a todas las reglas actuales del cine Blockbuster: espectacularidad como fin en sí misma, ritmo desordenado, personajes sin profundidad y corrección política.

Denis Villeneuve tenía razón, esta película es demasiado grande para disfrutarse en pantalla pequeña. Lo que quizás no perciba el director canadiense es que hay historias tan crónicamente masivas que una pantalla de cualquier tamaño lucharía por contenerlas. Dune es una de ellas.

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