El último tramoyista del Villena

No hay rastros de asientos, cubierta, telón, tabloncillo. Huele a moho, a madera muerta. Del coloso que fue el Teatro Villena, solo queda una osamenta con osteoporosis

Lázaro Ernesto Arias
lazaroarias
9 min readDec 29, 2020

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Hace más de 40 años, Juan Leal vio como un tenor habanero aplaudió tres veces frente al foso y certificó una acústica irrepetible. Aquel día, aunque era un recién llegado, supo que no trabajaba en un teatro cualquiera.

Juan ya cumplió 71 y vuelve sobre las mismas historias. Repite el ritual del tenor con resultados atroces. Nos acompaña un piano de cola que no volverá a dar una nota, dos reflectores dormidos bajo el umbral imaginario del tabloncillo, 10 consolas desactivadas, un rotor oxidado, y la campana que tocaba Juan cinco veces a las nueve menos cuarto, tres veces, a las menos cinco, y una vez, cuando comenzaba la magia.

No hay rastros de butacas, gradas, cubierta, telón, tabloncillo. Huele a moho, a madera muerta. Del coloso que fue el Villena, solo queda una osamenta con osteoporosis, el aura de un condenado que espera una segunda vida.

“Yo he estado en muchos teatros, pero, como el Villena, pocos.”

Los ojos de Juan suben al escenario, se frotan con vigas y columnas, saltan sin temor a derrumbes. A fin de cuentas, esta es la casa que más vivieron. Juan se ganó un apartamento trabajando en una microbrigada, pero renunció a él sin litigio cuando se divorció con su primera esposa y se fue a vivir a las afueras. El huracán del siglo solo le dejó un sofá, un juego de muebles, un escaparate y un puñado de esperanza. El televisor que le robaron en el periodo especial –y apareció luego– se le humedeció para siempre. En unas horas el tramoyista fue custodio, el propietario, albergado.

Para rematar: en marzo de 2018 cesó su contrato y Juan Leal dijo adiós al trabajo de su vida. Pero no ecuché un solo lamento sobre el tema. Juan es más de recuerdos.

Desde aquella tribuna le calaron una trompetilla al juez-compositor Alejandro García Caturla. Desde las gradas del tercer piso, el de la plebe, un vecino vio boxear a su hermano negro con un blanquito de Santa Clara. Allá colgaron el proyector cuando esto fue un cine-teatro.

Este es el escenario donde Caturla firmó una orden de distanciamiento con su tierra natal. Aquí Zenaida Rumeu dirigió su camerata. Mirta Medina cantó con un tobillo hinchado. El Guayabero ofreció doble función a la oscuridad de las velas del periodo especial y Edecio Alejandro demostró que no importan los recursos donde se pone corazón.

Allá, en las butacas, se sentaba un ama de casa con un trabajador azucarero que escogía tabaco en tiempo muerto a ver trabajar a su hijo: aspirante a actor profesional, sin vicios, cristiano, incógnito sargento de tramoya.

Entre este cielo y este suelo cobrizo estuvo el techo nuevo que repararon en el 500 aniversario de la Octava Villa, el que Omara Portuondo hizo llorar de comején un año antes que Irma y la tormenta subtropical Alberto la echaran abajo definitivamente.

Eran casi 94 los años que el Villena llevaba en el negocio del entretenimiento. Pero eso ya es historia. ‘Demolición’ es una de esas palabra con la que cuesta sentirse cómodos.

“Pienso que el Villena se levante, dice Juan, Remedios sin su teatro es como si le faltara una pierna”

En sus tiempos mozos, este teatro abría sus puertas a más de 600 espectadores por función.

APUNTES: MARTES TEMPRANO. El Cordón de Corcho es una de esas barriadas sin orden o lógica, bautizadas por la miseria periférica a las villas coloniales. Nadie recuerda a un turista pasarse por esta zona. La ruta de la desgracia no se oferta en ninguna agencia cubana o extranjera.

A pesar de traer pistas equivocadas, un brazo mudo y de barro apuntó a una media-casa azul. No deben vivir muchos tramoyista por aquí. Toqué. La puerta era de aluminio hueco. El llavín estaba bocabajo y a la izquierda.

Esperé. Toqué más fuerte. Me recibió, a ladridos, el perro.

MARTES, A LAS 10 Y ALGO DE LA MAÑANA. La segunda casa, contigua y colindante, es de Luis Báez. Y de no ser porque su casa está a medias y vive en el mismo rancho de siempre desde los años ochenta, cualquiera diría que las viviendas –la de Juan y la de Luis– se reflejan y apuntalan entre sí. O que hicieron una casa y la partieron a la mitad, una para el señor tramoyista sin trabajo y otra para usted, señor subsidiado.

Luis juró que Julito –cualquiera cambia Julio por Juan ya sabía que lo buscaba. Otra vez fueron 4 km de ida y vuelta. El calor de julio de 2018 se siente en cada pedalazo.

VIERNES, ALREDEDOR DE LAS 9 AM. A la tercera va la vencida. Creía. Fue la tercera vez que noté una cola de bidones de plástico que esperaran su turno en una manguerita a nivel de suelo, cerca de los rieles y las traviesas; fue la segunda que Luis juró que mi visita era esperada; la primera que escuché voces. Era la radio. El tramoyista no estaba.

11 Y 30 DE LA MAÑANA, EL VIERNES. Luis apuntó con su bastón de 4 patitas al señor que venía con dos jabas pesadas y una gorra roja fósforo que se distinguiría a kilómetros. Ese siempre anda moviéndose, dijo Luis con sana envidia. Conversamos un rato sentados en unos troncos.

DOS AÑOS DEPUÉS. OCTUBRE DE 2020. Luis bajó unos cuantos kilos, le cancelaron el subsidio. Juanito me reconoció a pesar de la barba. Los bidones en cola eran más grandes, y la manguerita que trae agua al Cordón de Corcho, la misma.

“A veces uno se equivoca…”

Conducir una tramoya es un oficio sin ribetes de arte, una pasión sin ánimos de lucro, un trabajo para un técnico de apoyo que capitanea telones, escenografías y efectos especiales bajo las órdenes de un mariscal escenográfico. Un tramoyista debe concentrarse como los actores mismos, asegura Juan, además, dominar por igual el abc de una velada, un concierto o una obra de teatro.

Solo entonces puedes establecer la conexión hombre-tramoya. Sentirte un alguien en hacer posible la creatividad ajena, resucitar la atmósfera de lo creíble, complacer antojos no siempre certeros.

No fue fácil. Juan Leal llegó al Teatro Villena sin edad laboral. Repartió programas para buscarse unos centavos en los años sesenta. Como profesional comenzó en el año 1978, un par de puestos de trabajo después del servicio militar en Santa Clara, unos meses en la agricultura y en la fábrica de zapatos donde conoció a su primera esposa.

Ya siendo tramoyista, cuenta, iba a tocar un pianista de Villa Clara, Nelson Camacho, y la presentación la hacían en off: ¡Ahora con ustedes…! y el nombre del artista. ¿Tú me entiendes? ¿Qué pasa? A nosotros nos habían dado un uniforme que era un zafari color clarito. El presentador se da cuenta que el micrófono está caído y salgo a arreglarlo y la gente empieza a aplaudir.

La gente pa´ mi que pensaba que yo iba a tocar. Sale Nelson y dice: estos aplausos… los comparto con el técnico… En 40 años fue la primera y la última vez que me aplaudieron.

Otro día me equivoqué. Llegué llorando a casa de la vieja y juré que no volvía. Al otro día me esperaban los actores para calmarme. Ellos también se equivocan.

Interior del teatro Villena en Julio de 2018

La estructura ecléctica de tres niveles del Teatro Villena ya va por su tercer bautizo. Primero adoptó el apellido del español que la construyó para financiar una biblioteca. Más tarde, el del filántropo que lo adquirió cerrado e irrentable. La toponimia revolucionaria quiso llamarlo como el intelectual clandestino que murió en cama de tuberculosis: Rubén Martínez Villena.

El Villena pertenece un poco a muchos: músicos, actores aficionados, al talento local, a Damaris (exdirectora), Jesús (último especialista), Zaida (directora del sectorial de cultura), Reynaldo (Jefe de Grupo de Patrimonio), al acomodador de manos engarrotadas que se preguntó por qué no llevaron al Vicepresidente de la República al Villena cuando vino a Remedios; a tantos, que se llenaría un municipio de 505 años.

Cómo no cogerle cariño al teatro municipal que trajo hasta Remedios a Ana Belén y Víctor Manuel, al Buenavista Social Club, al Ballet Nacional, el de Camagüey, a Frank Fernández, Héctor Téllez, Mirta Medina, Alfredo Rodríguez, Beatriz Márquez, Ivett Cepeda a Edecio…

Así dejó el huracán Irma al Teatro Villena en 2017. Foto: Cubadebate

El Jefe del Grupo de Patrimonio de Remedios insistió siempre en una inversión cuando el techo cayó y el Villena fue agregado a la sempiterna lista de mantenimientos y reparaciones. En el 2019 llegó a Remedios la Empresa Nacional de Investigaciones Aplicadas (ENIA) –contratada por la Empresa de Proyectos Villa Clara– a analizar las grietas, la corrosión del acero, la resistencia del hormigón y a dar la noticia que nadie quería oir: la estructura no soportaría una cubierta.

Roberto del Portal, es un tipo alto, de melena nívea –y sin pelos en la lengua– que trabaja en el telecentro provincial. Parecían, entonces, más que convencidos:

En estos momentos, del teatro solo tenemos el nombre y la esperanza de que lo van a reparar (…) se espera el certificado para la demolición y el proyecto…

No hubo forma simple de explicar a Juan Leal porque, después de tantos despojos, le iban a demoler al Villena y las tesis de ambas partes: los que temen que el viejo caiga para no levantarse y los persuadidos de que no habrá otra alternativa.

Los dirigentes de esta provincia sienten que el teatro hace falta. Y son gente preparada, ninguno está ahí por gusto… Ninguno es analfabeto, ¿no?

Jesús Díaz Rojas, el especialista principal del teatro, me contó sobre las tres variantes de muerte asistida que manejó la empresa de proyectos: demoler y empezar de cero; demoler sin tocar la fachada; demoler la pared del fondo y reforzar lo demás.

Nadie se atreve a hacerle un estudio de factibilidad al mayor de la casa, al viejo del pueblo. Demoler un teatro de 97 años y empezar de cero generará más ingresos que restaurar o reparar.

Antes mi mamá se sentaba conmigo por el día en el teatro. Mi padre iba a las actividades. Cuando partieron, miraba al público y me parecía que estaban allí.

Juan asegura que existe un proyecto. (Ya escuché eso en septiembre de 2018, en junio de 2019, otra vez a principios de este año, y de voces autorizadas) Pero al Teatro Villena solo veo entrar y salir custodios. Dice Juan que lo van a contratar de asesor de la obra, que no será una demolición total, que van a traer gente que trabajó en Varadero y prometió que me va a llamar cuando suceda.

Para ilusionarse basta contarle una buena mentira a los sentidos. A corto plazo, siempre resulta gratis. Ser escéptico es una decisión personal que impide disfrutar ciertas cosas, pero protege de otras más dañinas.

Juan Leal pertenece a una generación que nos cuesta entender: los que piden trabajo –no negocio–, los que encuadran recuerdos –no rencores– y se sienten felices con lo que no perdieron; porque vivieron de 'nada’, palparon el 'todo’, despertaron con 'poco’, y se transformaron en criaturas –perfectamente humanas– a prueba del despojo.

Frente al foso donde aquel tenor habanero legitimó la acústica de este teatro condenado, me pregunto con qué derecho vengo de tan lejos a robarle la ilusión al último tramoyista del Teatro Villena.

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Lázaro Ernesto Arias
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Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...