El día que más quisieron en Venezuela a Hortensia

Lo mismo un paciente desenfundaba una pistola para acomodarse en el sillón y lo mandaba a guardarla, que interpelaba a un guardia que buscaba a unos malandros en su consulta.

Lázaro Ernesto Arias
Horizontes
6 min readSep 8, 2021

--

Muestra, de la mano derecha, los dedos que por estos lares más sonrisas remendaron. Hortensia vino a la sucursal del banco popular a cobrar el retiro y señala a esas tres falanges como deudoras de un sufrimiento ajeno, reiterado. El ortopédico le dijo que la fuerza continua, la humedad y la temperatura fueron –serán– los peores enemigos de sus articulaciones.

— A ella yo le tengo más miedo que a cualquier otra cosa

Dice otra retirada, bajita, mucho más próxima a entrar.

Y no solo aquí, y no solo así. Allá en Venezuela, los malandros le decían que si hubieran tenido una madre como ella no estarían tan dañados. El abuelo al que Hortensia le cedió el asiento pregunta qué significa 'dañados’. Hortensia responde que jodidos, drogados. Preguntan si había mucha marihuana en Venezuela. Tanta como cigarrillos. Los malandros iban a tratarse y se disculpaban por el tufo a hierba. Hortensia mentía por ser cortés: hubo compañías y olores a los que nunca se acostumbró.

— Dejé amigos, familia, en Venezuela. Los malandros también me tenían un cariño tremendo.

Un malandro desarrolla el instinto canino de olfatear el miedo, pero también la lealtad y el agradecimiento. Hortensia Pérez Céspedes era, además, la responsable administrativa de un Centro de Diagnóstico Integral en el Estado de Barinas: abrirlo de día, cerrarlo de noche, dar de comer, recibir a los heridos. Lidiar con chiquillos de 17 años que portaban pistolas, jovencitas con los pulmones medio muertos de tanto aspirar basura.

Los malandros fumaban en el techo y ella salía a algo, a saludar, a colgar una jabita en el cordel como si no les temiese. El holor a marihuana se filtraba por la ventanas como un espectro sin dueño. Lo importante era no demostrar el miedo, o en eso confiaba. 'Tencha' –mulata, risueña, afro canoso– no aparenta su edad, me dirá al teléfono que 63, pero que la edad de su espíritu se lee a la inversa.

— Yo nunca fumé, fui fumadora pasiva, y mira el problema que tengo en los pulmones. Mi hijo fuma, pero fuera de la casa.

La columna rebelde de Ernesto Guevara liberó la ciudad de Remedios en 1958; Camilo Cienguegos, los poblados, fincas e ingenios que le hacían camino más al sur. Hoy Buenavista sigue siendo un pueblito de gente orgullosa y alegre. Del noreste de Villa Clara, quizás el que más cerca se tueste al Sol.

Aquí carenó Horten en 1986, chiquillo en ristre, a tiempo para fundar el policlínico en el pueblito de la loma con mirador. Volvió para curarse el mal de amores y a poner todo en orden después de una temporada en la Habana. Regresó a hacer buenas migas con casi todo el que se topaba, aunque hubo siempre quien no le perdonó sus métodos o un dolor residual.

El Che acompañó hasta Argelia lo que quedó para la historia como la primera misión médica cubana. Cuatro de aquellos especialistas fueron tan dentistas como Hortensia; que comenzó en las escuelas becadas en el campo de Camajuaní, pasó por Manicaragua, La Habana, Remedios. Prestó dos veces servicios en Venezuela. La primera vez (2003-2007) junto a la oleada de especialistas que inauguró la misión Barrio Adentro en el Estado Barinas, y más tarde (2012-2014) en Carabobo.

Lo mismo un paciente desenfundaba una pistola para acomodarse en el sillón y lo mandaba a guardarla, que interpelaba a un guardia que buscaba a unos malandros en su consulta. En Cuba había pistolas más grandes que aquella. Para ella todos eran pacientes, más si allí nadie se había quejado con la policía.

Aún contacta con sus amigos de Venezuela. Guarda las cartas que le mandaba su esposo, sus colegas. En pleno siglo XXI, mandar una misiva a puño y letra a veces era la vía más expedita para el tráfico de afecto. También lleva presente a aquel tipejo que se empeñó en invalidar su tesis y revocarle la misión. Aquel largo viaje a Táchira para redimirse. Sentir la inseguridad de un novato: la paciente temía a los dentistas y Hortensia a fallar y perderlo todo. Pero salió bien la cosa, hasta olvidó que las diapositivas existían.

Un año antes de su regreso definitivo, lloró a Hugo Chávez como cualquier venezolano porque "ya lo sentíamos como nuestro". En su primera misión trabajó en la tierra natal de Chávez, visitó su casa. No quiso creerle a su asistente de inmediato porque la oposición lo mataba todos los días. Como si se aconsejara ella misma, recita el primer mensaje que mandó a su hijo: "(...) Mantente sobrio".

— Pregunta. Pregunta cómo trabaja Pedro Villarreal. Peter estudió electrónica pero aprendió un poco de mecánica. Él se lleva con todo el mundo, siempre está riéndose. Es... es como su madre

Su casa está a dos pasos del banco. Su hijo trabaja allí mismo. Los abuelos maternos de Pedro fallecieron no hace mucho, su abuela era enfermera y su abuelo chofer. Otro día que coincidimos, Tencha hacía la cola para cobrar el retiro de un viejito que no podría levantarse a las 4 de la mañana y caminar hasta allá. Cuando se mudaron a Buenavista, Pedro tenía solo 5 añitos. Más de veinte cuando Hortensia se fue a su primera misión, 36 cuando le diagnosticaron cáncer a su madre. Escucho vagamente a Pedro. Rectifica algunos datos al otro lado del teléfono. No imagino a un biógrafo más justo que un hijo preocupado y siempre presente.

Cuando el cáncer, Hortensia tuvo ojos amarillos. Un cólico la dejó fuera de combate. Pasó por todas las pruebas y procedimientos pertinentes. De recuerdo le quedaron siete puntos y un "tubito de plástico" que suplanta la identidad de la conexión estómago-vesícula. Hasta hoy no le ha fallado y sigue sonriendo resuelta.

— Yo soy un bicho malo, muchacho. Tuve médicos que me atendieron de maravilla y los tengo siempre presentes

En sus tiempos, esa mano derecha soportaba extraer sin problemas unas 30 piezas. En Venezuela despachó unos 40 pacientes a diario. Miles pasaron por sus manos hasta que colgó los instrumentos aquel septiembre de 2014, justo el día de su cumpleaños, treintaitres años de servicio después.

Tencha escribe versos para espantar los disgustos o cuando se le mezclan la alegría y la añoranza en una reacción exotérmica. Ayuda y se deja ayudar. Tuesta el café en molinillo, con leña, porque en caldero no sabe igual: tres vueltas a un lado, tres vueltas al otro, y así de seguido. Persigue hace tiempo la suscripción del semanario Vanguardia, dice que a los periodistas hay que leerlos, escucharlos. Pensé en si en realidad la gente aún nos ve así: si existe alguna otra Hortensia entonces queda esperanza.

Cierto día, en Venezuela, ni el primero ni el último de nostalgia intensa, atendió a una de sus pacientes más complicadas: una señora de dientes mochos, hipertensa y cardiopata con la que nadie se atrevía. Para celebrar las últimas cinco extracciones los dos hijos de la señora le ofrecieron regalarle lo que sea, lo que ella pidiera.

— A veces uno se refugia en el trabajo pero llega el momento que no puedes más, que tienes el dinero, que no puedes comunicarte con tu gente...

Esquiva la sonrisa un momento, sus ojos se inyectan de solo contarlo. Casi todos en la cola del banco la observan. Ningún dinero podía comprar lo que ella quería. A cambio, pidió un poco de cariño prestado.

— De la señora y sus hijos en adelante le pedí a todos los pacientes de ese día que por favor me dieran un abrazo, que le había tirado con todo a ese gorrión y no se iba.

Le place recordar –repetir– que aquel fue el día que Venezuela quiso más a Hortensia.

--

--

Lázaro Ernesto Arias
Horizontes

Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...