La Revolución no puede ser enemiga de las libertades

La censura y el paternalismo, a la hora de filtrar la información “dañina” es una manía contra la que se debe combatir abiertamente

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6 min readDec 18, 2021

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“La Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades”.

Fidel Castro / Palabras a los intelectuales, 1961.

por Javier Darío Canales*

Esta es una pequeña reflexión dispersa, a propósito del artículo ¨Palabras que devoran las palabras¨ de Gustavo Arcos, profesor y amigo, me gustaría decir. Proveedor, además de sus excelentes clases de cine cubano, de herramientas de lectura para analizar la realidad sin las cuales no habría podido articular estas ideas.

El núcleo de todo proceso transformador es el lenguaje, que no es solo una herramienta para la comunicación. Es el sistema operativo con el que aprehendemos y asimilamos la realidad. Y como todo sistema operativo viene con sus limitaciones, sus bugs, sus puertas traseras, pero también está abierto a expansiones y actualizaciones.

No creo que sea una revelación para nadie que la unificación de Patria y Revolución, ha sido desde el inicio un punto central dentro de la proyección comunicativa de la administración revolucionaria. Sobre esas dos palabras se vuelve una y otra vez, y no es de extrañar, pues constantemente están siendo resignificadas, referidas, y puestas en contexto. Como tampoco creo que nadie desconozca que semejante relación creó un espacio para que aquellos a los que Tomas Gutiérrez Alea definió como “Los que se creen depositarios únicos del legado revolucionario, los que saben cuál es la moral socialista y han institucionalizado la mediocridad…”, hicieran un daño trabajosamente reparable a la cultura cubana y a la Revolución misma.

Pero no podemos quedarnos en el resentimiento en un momento tan convulso, donde los acontecimientos y sus reverberaciones se suceden con gran velocidad, hemos de ser efectivamente transformadores. Ser verdaderamente revolucionarios. Nuestra misión generacional sería entonces, a mi parecer, llevar el concepto de Revolución a su definición mejor.

El pueblo, no como categoría mítica, ni como símbolo abstracto de los discursos y las consignas, el pueblo de verdad, la gente, los seres humanos concretos que trabajan y hacen caminar al país, en gran medida se sienten ahora menos activos del proceso revolucionario de lo que se sintieron nuestros padres y abuelos, al alejarse en el tiempo sus etapas más transformadoras. La épica más romántica de la construcción del socialismo se ha disipado o estancado, y el hecho de que no tengamos un pueblo suficientemente instruido en temas de cultura política trae dos grandes problemas: la visión romántica del capitalismo, junto a su “democracia” liberal, y el total desconocimiento de lo que es realmente el pensamiento y la praxis marxista.

Al hombre y la mujer de a pie no le interesan de forma prioritaria las ideologías y la política, y esa desconexión que pueden sentir con la dirigencia del país es nuestra responsabilidad. La verticalidad, el desgaste cotidiano, el funcionario que fabrica una burbuja ficticia de sobrecumplimiento, nos ha pasa factura y nos ha hecho tanto daño como cualquier atentado mercenario.

Explicar en televisión las técnicas de guerra no convencional o hacer hincapié en el innegablemente y demoledor efecto del bloqueo, es un esfuerzo vano si el pueblo solo puede pensar en subsistir.

Concuerdo completamente que es necesario encontrar una alternativa, una solución a los problemas y carencias, como una que ponga en sintonía el discurso oficial y el popular. Un cambio. La pregunta sería: ¿Este cambio está necesariamente situado fuera de las coordenadas de la Revolución? Probablemente no. ¿Puede venir de lo que indudablemente está en contra de esta? Definitivamente no.

La censura y el paternalismo, a la hora de filtrar la información “dañina” es una manía contra la que se debe combatir abiertamente. Lenin hablaba del “derecho a la verdad”, un concepto fundamental en las discusiones sobre la democracia socialista que gira en torno al hecho de que una democracia solo puede existir cuando todas las personas tienen acceso a la información, al conocimiento y a la formación de un pensamiento crítico. Siendo este último elemento el más importante, porque elimina la “necesidad” de la censura. Cuando el pueblo es verdaderamente un pueblo instruido y culto, no puede ser manipulado.

Frente al contexto de las redes sociales la necesidad de esta cultura resulta urgente, como también lo es la comprensión de la libertad artística y de expresión en general. Las nuevas generaciones traen en su arte muchas problemáticas y mucha ira, que debe ser canalizada en progreso y libertad, no en silenciamiento. Los comisarios y censores históricos — cuyo fallo tradicionalmente ha consistido en su falta de instrucción y la de sus superiores — , han sido en distintos períodos agentes activos en la construcción de la Historia del Arte en la Revolución.

Sus intenciones eran las de salvaguardar cierto concepto de integridad ideológica, pero por desgracia con frecuencia desarrollaron prácticas con las que una revolución marxista no puede convivir: la sacralización de líderes y figuras históricas, el puritanismo y la moralina, entre otras ideas y prácticas que parecieran tener más que ver con la mentalidad conservadora burguesa. Por no hablar del coste humano, en sufrimiento personales y frustraciones, como haber privado a un público de obras de arte verdaderamente trascendentes y válidas bajo el cuestionamiento de ser consideradas ¨contrarrevolucionarias¨.

Confío en el proyecto socialista, no porque haya probado ser perfecto en su funcionamiento, sino porque dentro del mismo pensamiento marxista está la noción de la constante rectificación, en cualquier otra dirección solo veo capitalismo y no voy, por cuestiones de espacio, a enumerar las razones por las que ese camino no lleva a ningún lado.

Cartel de René Mederos

Reconozco delante de cualquiera los errores cometidos dentro de la Revolución, y hablo de la UMAP, el Quinquenio Gris, los actos de repudio con la misma tranquilidad y honestidad como revolucionario con la que podría hablar de los aciertos de la Campaña de Alfabetización, la Operación Milagro, de las Misiones Médicas o de los candidatos vacunales, y los asumo no diciendo que hubiera hecho lo mismo -aunque quien sabe cómo hubiera pensado yo en tales circunstancias-, sino porque es la única forma de aprender de ellos y evitar que se repitan.

La película Fresa y Chocolate, cuyo tema central es el lugar del sujeto que ha sido apartado de la Revolución por ser y pensar “diferente” y que sin embargo tiene tanto para aportarle, está muy en consonancia con esta reflexión, por lo que habría que recordar las palabras en boca de su protagonista: “Esos errores son la parte de la Revolución que no son la Revolución”.

Una revolución verdadera, además de un proceso continuo, justo y dialéctico, es como un recipiente de pensamientos, acciones y preocupaciones. No la veo como una máquina destructora que arrasa con todo, por el contrario, no destruye, sino que recoge con esa justicia y dialéctica todo lo que le pertenece.

Es ahí donde debería estar nuestro énfasis y capacidad revolucionarias: No pensar en censurar sino en asimilar, teniendo la capacidad y claridad de distinguir el pensamiento diferente, la crítica y hasta el propio resentimiento que haya sido provocado por nuestros errores -si este es capaz de superarse a sí mismo-, que no estén irremediablemente en contra, pues si ponemos dentro de la Revolución todo lo que cabe en ella, la otra parte de esa histórica sentencia ya resultaría implícita.

* El autor es estudiante de Licenciatura en Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual

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