Relato de un migrante fallido

La odisea de Richard y su peregrinación por Centroamérica

Lázaro Ernesto Arias
Horizontes
11 min readFeb 25, 2020

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Foto ilustrativa: Diario la Tribuna

Los minutos parecen horas. El tiempo es relativo para Einstein, la física y para un cubano que arde de fiebre sin saber a ciencia cierta qué le espera en tierra. El viaje de vuelta hace escala en Panamá. Richard espera problemas en la oficina de emigración al aterrizar en Cuba. Rige el desorden en su pasaporte: cuño de entrada en Trinidad y Tobago y no el de salida, de salida en Colombia y no el de entrada. Eso y una numeración que ni sabe qué significa.

A Richard le pesa incorporarse, moverse, respirar. No lo sabe aún, pero los valores de creatinina en sangre andan disparados y amenazan seriamente sus funciones renales, sus glóbulos rojos disminuyen en número, los blancos luchan contra la infección, las mucosas debajo de los ojos y su cara tienen un color idéntico, pálido, famélico. La anemia es inminente.

La señora de la aduana cubana toma el pasaporte, ojea, ojea. Mira a los ojos de Richard a medio derretir luego de días de fiebre, mal comer, mal dormir, mal soñar. Al menos ya se siente en tierra, en su tierra. De aquí ya no lo van deportar.

Su padre espera afuera en un auto. Evidentemente algo no anda bien.

Dos meses antes Richard empacó. Solo lo imprescindible: ropa para unos días, aseo, sueños, recuerdos y la firme determinación de establecerse en un país de Suramérica para continuar viaje hacia los Estados Unidos.

Reservó un pasaje de ida y vuelta para las apariencias y pega un salto sin retorno hasta las islas de Trinidad y Tobago con una visa de turismo. Atrás dejó un trabajo mal pagado, a la vieja con su hermana y 31 años sin penas ni glorias.

Uno de cada 3 migrantes –dice El País– que hacen el tránsito vía Centroamérica es víctima de violencia, casi 74 mil cubanos viven en 15 países de América del Sur, algunos con el mismo plan de Richard: tomar un respiro para atravesar uno de los principales corredores migratorios del mundo hacia América del Norte.

Richard se marcha sin compañía, de polizón de su propia suerte. Su única limitante viaja en la espalda baja, uno en cada sector de la cavidad retroabdominal, a unos dedos de distancia hacia el interior de la piel: sus riñones.

Planeó pasar unos tres días en Trinidad y seguir para Venezuela. Todo demoró: no aparecía el contacto con los lancheros, nombre artístico del contrabandista.

– (…) Uno piensa que es llegar y ya, pero el trabajo está difícil. En Trinidad ni almorzaba, pasé noches sin comer…

Después de 15 días en Trinidad se desespera. El dinero sale más rápido de lo que entra. Trabaja en un puerto, en el desmantelamiento de un barco varado cubierta abajo. Ve anochecer, salir el sol, y no le pagan.

Un amigo de causa, tan emigrante y tan cubano como él, lo pone en contacto con las personas adecuados. Disimula la duda y el miedo, el contrabandista es el conocido de un conocido, pero no hay vuelta atrás en eso de llegar a los Estados Unidos. Parte el viernes a media noche junto a seis venezolanos. No tuvo tiempo ni de comer.

– Tú estás loco, me dijeron, eso es una locura. Y aquel barco que no salía, y pa´ atrás, y el agua hasta aquí” levanta la barbilla y se señala el cuello de toda su pequeña estatura, cabello cobrizo y piel tostada.

Nada de comodidad. La embarcación apenas cuenta con espacio para unos bidones de combustible, un motor fuera de borda, equipajes y 6 venezolanos y un cubano en posición fetal con una mochila y riñones incómodos.

— La cosa estaba mala, habían capturado hacía poco a un grupo de venezolanos. Navegamos como tres horas hasta el punto de encuentro con otro bote ya más cómodo ya en territorio de Venezuela

La guardia costera detiene el transbordo del primer bote sin necesidad de altavoces o amenazas. Botas militares se apresuran sobre la cubierta. Las luces descubren el desorden y los nervios de Richard. Revisan todo. Encuentran el pasaporte:

– Cubano, usted anda lejos, me dijeron. Se llevaron algunas cosas de los venezolanos y nos dejaron seguir de la forma más natural del mundo”.

Vadean como 4 horas por las aldeas dormidas a orillas del Orinoco, el tiempo engaña en eso de huir de tu vida a los Estados Unidos. Atrás quedaron las Antillas, pero viene un tramo peligroso. Amanece. De Maturín, estado de Monagas, toma un taxi hasta Caracas con dos de los venezolanos. En la terminal de Caracas espera desconfiado: trae dólares, dinero cubano y trinitario.

– La gente nota que eres cubano y que andas con dinero, y Caracas estaba… malísima

Un chofer le estafa 20 “de los americanos” por un boleto Caracas-Maracaibo y un resto que da risa. Richard aborda una buseta (autobús) con paños en las ventanillas como para perder la noción del tiempo y el espacio en un viaje de 12 horas en busca de la próxima frontera.

Puntos de control en Caracas, Venezuela. Foto: Globovisión

Un militar sube a pedir cédulas. Es un punto de control. Viste arma y uniforme. Llega el turno de Richard que muestra de mala gana toda su ingenuidad en un documento: su carnet cubano. Baje, le dijo el tipo de verde campaña. Richard intenta convencer al guardia que vive en Venezuela y forma parte de una misión cubana. El militar –el chico– da con un pasaporte que no registra la entrada legal al país. Richard escupe, de la verdad, una parte.

El militar también tropieza con una estampa en verde de Benjamin Franklin (100 dólares). Richard no se queja. Se marcha el guardia con la estampa de un padre fundador y vuelve con una manoseada y constreñida de un presidente republicano: Ulysses S. Grant (de 50).

¿Mire a ver si esto sirve? — cuestiona el castrense.

Bueno… imagino que para algo sirva.

Puede continuar. Todos quieren cobrar su parte y sacarle renta a los que se fugan a los Estados Unidos. Segundo punto de control: examinan las maletas, Richard lleva su mochila mojada sobre las piernas. En el puente de Maracaibo ocurre una tercera requisa, recuerda Richard. Trepa un militar y, con la calma de un guardia que comienza el servicio del día, revisa cédula a cédula, persona a persona, cara a cara:

— Una cosa increíble, no me pidieron nada. Ni me moví ni lo miré. Se la pidió a todo el mundo, a todo el mundo en la buseta menos a mí.

Trochas de la Guajira, punto de tránsito de mafias de combustible y de traslado de emigrantes. Foto: informador.com.co

“Las trochas de Maracaibo son como trillos campo adentro por donde van y vienen taxis como los de Cuba. Llevan y traen personas por caminos hasta Maicao. A veces hay puntos de control, pero los mismos taxistas van pagando.

“Aquel pueblito indígena se llamaba la Guajira, eso está repleto de gente pa´ pasar pa´ Colombia. Los bolívares que tenía no alcanzaban y me acerco a un taxista para ver cómo podía pagarle. Notó mi acento.

¿Tú eres cubano? A usted no lo llevo (…) Pero ¿por qué? Había que pasar por un puesto de emigración. Cuando pasemos te van a hacer tierra y te va a salir más caro el viaje…

“Me quedé solo. Era sábado y oscurecía. Llevaba casi 24 horas sin comer, dormir o beber agua. Cumplí misión en Venezuela hace unos años, y se me ocurrió llamar a una señora cincuentona que conocí.

“Ella prometió pasarme la frontera (…) Yo pensé que ella sabía. Ella pensaba que era pasear hasta Colombia

“En otro punto de emigración detuvieron al taxi. Sabía que si hablaba… Un puro de emigración miró como iba vestido. Enseguida: ¡usted! ¡baja! Nos metió a los tres en una habitación: ud. no tiene papeles, lo vamos a revisar, a quitarte el dinero, a deportarte…”

“Me pidieron mil dólares. Mil. Así de simple. Me tumbaron 600. Quedaron 400 y se los di a la señora para que me los guardara. Más adelante otro punto más, estos eran militares. La tomaron con la señora. Los 50 dólares estrujados sirvieron de algo

“El taxista decía que conocía alguien en la Raya, la frontera. Allí están los dos puntos de emigración, el de Venezuela y el de Colombia, bandera de Venezuela aquí y bandera de Colombia como bajando la calle.

“El taxista me hizo una seña con la mano. Por allí se pasa a pie ¡Usted! Me detuve y pa´dentro otra vez, que si yo tenía familia en los EEUU, esto cuesta mil dólares… Les ofrecí mis últimos 400 dólares. Eran las dos de la tarde y salimos de Maracaibo a las 5 de la mañana. Parece que se cansó, me dio 100 dólares y se quedó con 300…

Plaza de Valledupar, Colombia

Richard encuentra refugio con unas colombianas que lo acogen en el suelo, en un cuartucho de Valledupar rentado para dos y media persona: 2 mujeres y un pequeño. Intentó recuperar fuerza y capital en Colombia. Era su plan desde el inicio, lo repetirá varias veces.

Las colombianas llevan un estilo de subsistencia que no agrada al organismo de Richard. Tantos días de viaje ya pasan factura. Fallan los riñones: fiebre, debilidad, dolores, fiebre, sobre todo fiebre para nublarlo todo. Ni piensa en asistencia médica en Colombia sin papeles o dinero. Compra unas pastillas. No mejora.

— Cuando me vieron tanto tiempo tumbao me echaron de la casa, no podía ni levantarme, creo que se asustaron, no sé…

La desconfianza es tu único amigo en eso de marcharse a los Estados Unidos. Richard se alquila solo. Cada vez le queda menos plata. Era un cuarto vacío con cocinita y baño. Concilia cuerpo y sueño en una hamaca que le presta un vecino. El regreso a Cuba se convierte en una posibilidad.

La fiebre lo desconectó aquella noche. Richard no lo sabe aún, pero ya los valores de creatinina en sangre andan disparados, sus glóbulos rojos disminuyen, los blancos luchan, las mucosas y sus ojos y su cara toman un color preocupante. La anemia es inminente.

— Pensé que me moría… sin mentirte. Y me moría solo. Mi primo ya insistía pagarme el pasaje de vuelta a Cuba. Me dije: tengo que volver.

Entregarse es la solución rápida y saludable.

Aeropuerto de Barranquilla

Richard llega al aeropuerto de Barranquilla a la hora exacta en un taxi que se compadece de los 25 mil pesos colombianos que le quedan. Arde de fiebre. Al subir las escaleras se queda en blanco, poco dueño de sí. Fallan los pulmones. Pierde el vuelo. No quisieron chequearlo, no con la escotilla cerrada, no en ese estado.

Los servicios médicos atienden a Richard. El médico prescribe: no apto para volar. Nada más cerca de la realidad. Luego de dos meses de emigrado y una semana de fiebre, lleva la muerte estampada en el rostro. Con un papel que contradecía el del día anterior, a golpe de ruegos, recupera el pasaje.

Lo requisan varias veces y eso que anda sin mucho equipaje. Debe ser esa jodida numeración que no conoce. Ya en la Habana, la oficial de la aduana cubana toma el pasaporte, ojea, ojea. Mira a los ojos de Richard a medio derretir luego de días de fiebre, mal comer, mal dormir, mal soñar. Al menos ya se siente en tierra.

– Estuve 20 días ingresado en el hospital en Cuba. La fiebre siguió 10 días más de sueros y medicamentos. Terrible aquello (…)

Filosofía de un emigrante

Infografía de Cubadebate

– La gente ve a uno que estaba apretao en Cuba y a los dos años viene y lo está invitando a uno tomar y uno dice: ¿esto qué cosa es? Yo no creo que la gente se vaya solo por cuestiones políticas…

Richard no se llama Richard, prefiero evitar que su nombre real o su foto termine en una lista de posibles emigrantes de alguna embajada o pierda su visa de turista. A mi enlace con él le sorprendió que accediera a repasar –por horas, detalle a detalle– su viaje frustrado, sus razones y desesperanzas.

– Yo creo que fue… no sé… ya te digo, en Colombia no iba a vivir mejor que aquí, y menos sin papeles (…)

Dos carpinteros usan la escalera encaracolada de casa de Richard como trampolín hacia la cubierta del vecino, se meten trastazos de martillo en la grabadora. Su casa queda a un pasaje laberíntico a dos izquierdas de la calle y forma parte de esa gran favela en que se convirtió una ciudad con más de 250 mil habitantes.

El refrigerador dice que “Cristo Salva”, la cama está hecha, con mosquitero por si acaso el dengue… Sobre la meseta vestida de mosaiquitos amarillo-laboratorio hay fotos de la vieja, de él de pequeño; el sofá parece en forma para unas horas de charla, no mucho más. Richard no vive mal mal, pero sus motivos deben ser más grandes que su casa:

– Aquí hay dos o tres cosas que hay que cambiar… A vece tienes el dinero y no encuentras que comer. A cualquier lugar que vayas la gente está pa´ buscarse lo suyo por arriba de la cabeza del que sea (…) Cubanos machucando cubanos

Hace días el agua llega al barrio –cuando toca– en gamas térreas. En su ciudad se raciona el transporte público, las personas se desvelan en las farmacias por medicamentos para el corazón, la diabetes… Fuerzas policiales custodian –cuando toca– las colas para comprar aceite, pollo, detergente. Corren rumores –y ya no lo son tanto– de más productos normados, precios topados… Su ciudad es el dibujo a escala de la asfixia y herrumbre de un país que no por cotidianos corroen menos.

– Aquí se vive con una tranquilidad tremenda pa otras cosas, sin tantas preocupaciones. Aquí, yo que estoy enfermo, sé que voy al hospital y no cuesta nada.

Richard puede pasar por un caso singularmente trágico, pero su historia, la que no cuenta con sonrisas y cervezas y amigos que invitan, es la historia de náufragos de patria que apuestan el cuello a una utopía, de las miles y miles de vidas que se atropellan por una cerradura angosta, distopía por tierras que no dan la bienvenida.

– Pasé menos de dos meses, viré sin un peso y enfermo. Esa gente que hace el trayecto completo debe estar viéndoselas… Pero la cosa aquí está difícil difícil…

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Lázaro Ernesto Arias
Horizontes

Periodista cubano, de pueblo y de sangre caliente... Escribo por convicción, reciclo historias que con el tiempo prescriben...