Flashback

Giuegi
Historias en español
5 min readApr 3, 2015

— Ven, hay que calentar de una vez
Faltaban cinco minutos para que empiece el match. En el borde del campo había algo de 40 o 50 personas, la mayoría de esa localidad. Justo nos tocó enfrentar el equipo local en este emocionante torneo que ya se encaminaba hacia los cuartos de final. Adrenalina y un poco de tensión comenzaron a penetrar nuestras almas.

— Concéntrate — decía a mí mismo.

La parte más importante de todo el partido era el calentamiento: preparar el cuerpo para lo que se viene, soltar los músculos fríos y acelerar el ritmo cardiaco. — Vengan todos al centro. — El árbitro (él también vivía en S. Agnello) saludaba el equipo rival que conocía personalmente e incluso escuchamos que los motivaba para que accedan a semifinales. De ahí que nadie se queje si esto acaba en una paliza. Breves recomendaciones entre nosotros y cada uno iba posicionándose en su respectiva zona.
Empezó! La pelota se mimetizaba entre tantas piernas y botines colorados. Ya se acerca, abre los ojos. No, ya se fue. Ahí viene de nuevo. — Vaffanculo, pásala. Márcalo! Regresa cazzo, no te quedes muy arriba.
Siempre me gustó ser el fulcro del equipo, tener que putearlos para que sigan con un buen pressing. Marco era el mejor de nuestro equipo, el que hasta ahora nos ha permitido llegar hasta donde estamos. Los demás tenian sus altos y bajos pero éramos un buen equipo, teníamos motivación de sobra.
Gol. Increíble, estamos ganando 1–0. Ya imaginaran quien anotó, si, él mismo. Desde afuera el público comenzó a gritar huevada y media para despistar nuestras miradas diabólicas.
Banda izquierda, es muy rápido! Supera la defensa en un cerrar y abrir de ojos y patea al arco. De instinto me estiro y me lanzo como si el suelo fuera de esponja y logro tocar lo justo y necesario para que vaya en córner. Me sorprendo, todos se sorprenden. Fue un puto milagro pero el partido recién empezaba.
Maldita defensa, es nuestro talón de Aquiles. Amedeo y Cataldo, la tortuga gorda y el distraído no se demoran mucho para mandar todo al agua. Un par de rebotes equivocados y ya empataron. Un infierno, esas 50 personas valían la peor barra brava de cualquier equipo de futbol profesional, ya alucinaba una final de Champions en el Old Trafford.
Esto ya es una locura, el cielo al horizonte promete lluvia y truenos. Siguen atacando: patean, pelean, ya no veo nada. Salgo del área desesperado a despejar cualquier balón, como si toda mi vida se estuviese jugando en ese ring.
Otra vez, nos agarraron de sorpresa, después de que estuvimos muy cerca de anotar el segundo gol. Gol que no haces, gol que te hacen. Maldita ley del futbol. 1–2 y pitazo final, terminó el primer tiempo. La lluvia comienza a caer, a mezclarse con las gotas de sudor que chorrean por la cara.

Sigo recordando el portero que fui, no tenía miedo en ese entonces. — Aquí no juegan bien — me digo — Estas reglas disminuyen la participación del arquero. No me gusta.

Tornamos al otro lado del campo, comienzo a analizar mi nuevo arco, a establecer una conexión con él y a adaptarme a la nueva perspectiva de juego. Hay preocupación, hacemos descansar Mario y entra Liberato.
Juegan duro los hijos de puta, aun así el árbitro no cobra faltas, ni bajo amenaza de muerte.
Banda izquierda, esta vez la jugada fluye y Liberato que parece inspirado por los dioses manda a callar todos: golazo!
La lluvia aumenta, el cielo está prácticamente opaco. La pelota es una mierda, con esta lluvia se pone resbalosa.

Aun así no tenía miedo. Confundido con tantos recuerdos, saco coraje y decido dejarme de estupideces y jugar bien. Nada. Otro gol y no queda nada más que ver el balón detrás de mí y recogerlo sin decir palabra.

Tremenda falta, esta vez se pasaron. Marco se va donde el árbitro, le grita de todo, el árbitro calla y sigue con su impasibilidad. — Io lo uccido a quel bastardo. Yo lo mato a ese bastardo, así fue lo que dijo con la sangre en los ojos. El otro equipo extasiado con nuestro sufrimiento hace lo que quiere, y obtienen un tiro libre por culpa de Amedeo que ya no daba. Esquema perfecto y todo desde cero. Otra vez en desventaja, pero aun creíamos en que se podía recuperar. Faltaban pocos interminables minutos para que esto pase a los anuales del futbol. Todos al ataque, la defensa quedó desierta. Todo dependía de mí.
Malditos contrataques, nos acaban de robar el balón. Son dos, salgo fuera del área de meta y me acuerdo de un arquero que vi en el último mundial. Sabía que no la iba a pasar y a unos metros de mi arco me agacho y hago un movimiento ágil de brazos como si el espíritu de un simio se hubiera infiltrado en mi cuerpo. Hipnotizado, pero no lo suficiente, el atacante eleva la esfera y veo que esta está casi a la altura de mi cabeza. Prácticamente estaba de rodillas en el piso y, más reactivo que un gato, salto hacia atrás y con la punta de los dedos toco esa pelota y la mando al cielo. Me volteo y veo que por poco no choca en el travesaño. Otro milagro, el público habla bien de mí, escucho algunos cumplidos. Todo en pocos segundos que valieron una eternidad. Córner y ahora somos nosotros que incursionamos más rápidos que el viento, mas jodidos que la lluvia y metemos el gol del empate. Marco aprovecha para burlarse de la hinchada y los manda, pero bien lejos. Éxtasis, ese gol fue más intenso que un orgasmo, algo que se fue de frente al cerebro sin pedir permiso.

Tiro de esquina, lo sacan con las manos, con los pies. No entiendo. Ahí se viene, logro desviarlo en córner. No hay córner. Me resigno a no entender porque no aplican las reglas. Me rio, al fin y al cabo estamos entre amigos.

Ya no damos, lo dejamos todo en la cancha. Lino (que entró a remplazar Cataldo) está que lo arruina todo, el partido está acabando y parece no darse cuenta. Nos enfadamos, tapo lo posible y lo imposible. Recibo hasta patadas, pero no es raro cuando eres arquero salir más golpeado que boxeador.
Lloro, ya todo acabó, 3–4 después de una jugada perfecta. Había falta, reclama mi equipo, me quedo frio. Tan rápido es ir desde el paraíso al infierno. Nada, el árbitro nos manda a los vestuarios después de los últimos segundos de anonimia. Fue fácil para ellos controlar el balón y burlarse de nosotros hasta que el partido acabe. De nada sirvió que Marco acabara a golpes con uno de ellos. Me dirijo al vestuario, alguien por ahí me saluda, algún elogio por como jugué pero mucho remordimiento porque teníamos todas las cartas para ir a semifinal.

— Regresa al presente Giuegi, el partido aun no acaba. Sacudo rápidamente la cabeza, mientras un atacante logra entrar en área. Salgo sin mucho convencimiento, y el balón entra mientras trato de agacharme. Otro gol más. Creo que necesito recuperar de nuevo la concentración.

Giuegi

--

--

Giuegi
Historias en español

I believe in the power of words. Creo en el poder de las palabras