Economía colaborativa: la hora del ciudadano creador
Salgo de participar en la presentación del dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre consumo colaborativo, satisfecho porque la Unión Europea concluya que compartir entre nosotros lo que ya tenemos puede contribuir a mejorar nuestro acceso a productos y servicios, estrechar las relaciones sociales y preservar recursos y energía. Advierte, con razón, de que los intercambios entre ciudadanos parecen a priori sujetos a más riesgos que aquellos que se hacen entre estos y empresas. ¿Cuáles son los niveles de calidad, garantía o seguridad exigibles en estos nuevos mercados?
De momento son las propias empresas de la economía colaborativa las que en su propio interés contratan seguros suficientes, fijan mínimos a todos los prestadores de servicios, verifican identidades, documentos y teléfonos de contacto e informan o recaudan los impuestos devengados en cada transacción.
El informe adopta el punto de vista del ciudadano como consumidor y vela por sus derechos. Lo hace, sin embargo, desde el marco mental de la desproporción de fuerzas evidente entre las corporaciones que rigen nuestras vidas y cada uno de nosotros por separado, y en muchos de los casos juntos también. Pero aquí las fuerzas están más equilibradas: un comentario desfavorable argumentado, y quizás documentado con el móvil, o una valoración especialmente baja medida en estrellas puede representar para esa persona una grave pérdida de reputación social, de su capacidad para generar confianza, de su calidad percibida y oportunidades como proveedor.
Resulta que lo complicado no es alquilar un apartamento a un particular, lo difícil es que el particular tenga el derecho a poner su apartamento en alquiler. Lo complicado no es encontrar a alguien que ofrezca plazas libres en su coche para un trayecto y día determinado, lo complejo es que el propietario o conductor conozca que no hay trabas ni restricciones legales en la mayoría de los seguros para compartir los costes con quien considere oportuno. Lo complicado no es encontrar a alguien capaz de hacer una reparación en casa o comprar, trasladar y montar un mueble de Ikea en una plataforma de profesionales, lo embarazoso es que un profesional sin trabajo regular consiga dedicar 250€ al mes a pagar a los autónomos y esté al día de todas sus obligaciones fiscales sin la ayuda de un profesional.
Resulta que lo engorroso no es dar a conocer tu proyecto y recaudar fondos de mucha gente diferente para llevarlo adelante, lo arduo es que lo recaudado sea tratado como una inversión y no como un ingreso. Hablemos también de los derechos del ciudadano como creador. ¿Cómo creamos las condiciones para que cada uno pueda poner en valor lo que tiene, lo que sabe o lo que sabe hacer?