El arte de una economía inclusiva

O por qué arrinconamos a las empresas sociales

Lourdes de Lacalle
Igeneris
5 min readAug 4, 2020

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El término ‘Económicas’, en su origen, se entendió como un arte: el de la gestión doméstica.

No es hasta mediados del siglo XX, cuando, ante la profunda crisis socioeconómica en que se encontraba Occidente, toma protagonismo el estudio de la economía (que hasta entonces estaba relegada frente a ‘otras cosas más importantes’ como la ingeniería). Como digo, es en este momento cuando se empieza a buscar en la economía una ciencia que aporte una respuesta distinta a nuestros problemas: se crea el Nobel de economía, se convierte en asignatura casi obligatoria en la universidad,… Así, la economía penetra en nuestras vidas de una manera tal que todo se rige en términos económicos: todos somos vistos como productores, consumidores, usuarios.

En su discurso de aceptación del primer Nobel de la economía en 1968, Keynes diría que ‘El hombre está gobernado por poco más que por las ideas de los economistas y las de los filósofos políticos.’

Mientras que ciencias como la física o las matemáticas se pueden considerar inmutables (el entorno que pretenden definir no varía), para aplicar de manera adecuada los principios de la economía, necesitamos conocer el contexto. En el momento en el que usamos hipótesis y teorías definidas en el siglo pasado para manejarnos en 2020, perdemos perspectiva.

¿Por qué? Si a cualquiera de nosotros nos pidieran que dibujáramos ‘el crecimiento’, probablemente trazaríamos una línea diagonal. Así es como tenemos todos interiorizado su representación. Si siguiéramos dibujando, esa línea se saldría del papel, llegaría al techo de nuestra oficina, al techo de nuestro edificio... ¿El crecimiento de qué? Da igual, cualquier tipo de crecimiento, lo entendemos como infinito. El crecimiento porque sí pudo tener sentido en el siglo XX, pero sabemos que no lo tiene en el XXI. Y el problema es precisamente ese, que llegamos al techo del planeta.

La línea de crecimiento sirve para todo

Dos economías

A finales del siglo XX, después de varios años de desarrollo económico masivo, empezamos a notar los síntomas de agotamiento de los recursos naturales. Los consumidores empezamos a ser conscientes de que estamos destrozando el planeta, y le pedimos cambios a las empresas.

¿Qué sucede? Tal y cómo está concebida la empresa, cambiar la forma en la que produce supondría unos mayores costes de producción, que tendría que trasladar al consumidor final (reduciendo sus ventas) o asumirlo la empresa (reduciendo su margen). El ritmo de la empresa hace que se vayan disgregando dos caminos: el normal y el social.

Utilizando la teoría enunciada por Morgan Simon en su libro Real Impact, podemos distinguir ‘dos economías’: la de los billions y la de los trillions. Por un lado, tenemos los miles de millones (los billions) que se mueven dentro del marco de lo social — la RSC, la inversión de impacto, la filantropía de riesgo… todo ello marginal. ¿Cómo que los billions son marginales? Sí, en tanto en cuanto que en la economía normal se mueven millones de millones (trillions).

La realidad es que, al no estar alineados los intereses de la empresa con las necesidades de la sociedad, acaban disgregándose los flujos de dinero

Obligamos a las empresas a tener unos resultados mejores, unos beneficios más altos, unos márgenes más jugosos….a llegar al techo del planeta para jugar en la economía mainstream.

Inequality is a design failure

Así, la P&L de las compañías simplemente no sale, por lo que asumimos que lo social debe ser anormal, algo así como un ‘extra mile’. Un ejemplo de esto:

  • La empresa que fabrica café y paga a sus proveedores de grano en Colombia un salario justo tiene que cobrar el café más caro para salvar el margen menor. ¿Qué hace para salvar el tipo? Lo etiqueta como ‘justo’ para apelar a la conciencia del consumidor. La realidad, es que este café se queda como un producto social, no comercial… y fracasa (pensemos por contra en los precios que tienen algunas compañías de café encapsulado)

Con la intención de dinamizar el sistema y apoyar la creación de empresas ‘buenas’, surgen instrumentos de financiación específicos, como el capital paciente (dentro del marco de la filantropía de riesgo) o la inversión de impacto. Pero, pocos fondos de impacto han conseguido exits que sean portada de Fast Company.

Gráfico Open Value Foundation

De la misma manera, aparecen los criterios SRI, luego los ESG, los lobbys medioambientales y los departamentos de Responsabilidad Social Corporativa, los cubreparches idóneos. En el fondo, es más fácil para todo el mundo inventar formas de disimular el daño medioambiental y social que generar cambios reales.

Esto acaba perpetuando el parche como solución: legitima la separación entre lo social (el parche) y lo normal (el negocio core).

El sistema acaba obligando a las empresas a llegar al techo del planeta para jugar en la economía mainstream. Es decir, la desigualdad, lejos de ser una externalidad negativa de la economía, es un fallo de diseño.

Be a builder

Pero hay esperanza: en los últimos años, han aparecido nuevos modelos que nos impulsan a ver la economía de manera distinta, a pensar cómo refundar el sistema de manera creativa — desde la teoría de los Doughnut Economics, hasta los modelos de negocio de compañías como Patagonia, Everlane o Lambda School. Estos revolucionarios innovadores nos obligan a darle una vuelta de tuerca a la forma en que somos, creamos y vivimos, a agarrar los trillions para empresas con un modelo de negocio tan bueno, que no tienen que justificar que son sociales para conseguir atraer a la economía normal. Algunos ejemplos:

  • Patagonia es la referencia por excelencia: una empresa textil fundada en 1973 que, desde sus inicios, diseñó sus procesos para que fuesen respetuosos con el medio ambiente. Tiene unos costes mayores por lo que introducen un precio de venta superior al de sus competidores. Gracias a una buena comunicación, consigue el éxito. Es un producto normal.
  • Lambda School es una escuela de formación que cobra a los que pasan por sus aulas una parte de su sueldo, sólo una vez consiguen trabajo. Se alinea con las necesidades de sus usuarios, y consigue el éxito. Es un producto normal.
Fuller era ‘futurólogo’

God save the arts

El arte es un lugar de encuentro, de intercambio de opiniones y de amplitud de miras. Todos ellos, conceptos que le faltan a nuestra manera cotidiana de ver el mundo. El arte es la mejor expresión de una suma positiva: cuanto más, mejor. Más creatividad en el sistema.

Expandamos nuestros horizontes, recuperemos la visión clásica de la economía como un arte. El arte de manejar recursos para crear productos y servicios que mejoren la vida de todas las personas, tengan la renta que tengan, respetando el medio ambiente.

Estamos en un siglo nuevo, en una situación excepcional por la pandemia. Podemos retar las asunciones de los modelos de negocio tradicionales, para crear nuevos modelos que conviertan ser una empresa que genera riqueza económica, así como social, en lo normal. Aprovechando así toda la fuerza de la economía mainstream para las empresas que crean un mundo bueno.

Que lo que haya que justificar sea el impacto negativo, no el positivo.

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Lourdes de Lacalle
Igeneris

I’m a Business Designer @ Igeneris. I firmly believe in Henry Ford’s wise words: ‘Failure is simply the opportunity to try again, this time more intelligently.’