La innovación que mueve el mundo

Las dimensiones inadvertidas de la innovación

Bea Santiago
Igeneris
5 min readMay 4, 2022

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Trabajar en Igeneris me ha ido convenciendo de que la innovación de modelos de negocio es una gran herramienta para cambiar el mundo. Construimos sobre los planos de la rentabilidad, el valor, la reputación, pero también sobre el sentido del cambio en la sociedad. Nos preocupa y nos ocupa que el legado de nuestro trabajo haga bien y perdure en el tiempo.

Somos conscientes de que la innovación llega también por otras muchas y diferentes vías y que, frecuentemente, poco o nada tienen que ver con el doing business (aunque, de hecho, surjan oportunidades de negocio a raíz de esos cambios). Todo ello nos inspira. El mundo se mueve “a un ritmo despiadadamente inhumano”, que diría José Tolentino Medonça, y tenemos la oportunidad, capacidad y obligación, de contribuir a su mejora.

Los avances en el marco de un desafío tan complejo como lo es el desarrollo económico y social de los países aterrizan desde disciplinas y campos de trabajo diversos. Es imposible entender la realidad desde un solo ángulo; hay un sinfín de respuestas y estas son multiformes. La economía es el reflejo de los sucesos que ocurren fuera de ella y que, al mismo tiempo, la constituyen. De ahí que, en palabras de Hayek, un economista que sólo es economista no sea un buen economista. Me pregunto si esto último no será también verdad para el resto de profesionales, y si buscar una solución creativa para un problema complejo requiere mucho más que el pleno dominio de una materia.

Nuestros sistemas económicos son impredecibles, insaciables y cambiantes, y han determinado el bienestar de todas las sociedades. La esencia humana se refleja a todos los niveles de decisión; también desde el punto de vista de la innovación –la innovación que mueve el mundo. Hubo innovación cuando algún antepasado nuestro empezó a intercambiar aquello de lo que tenía mucho por otra cosa que le faltaba; también cuando una asamblea decidió formalmente por primera vez a su líder; y habrá innovación en la forma de relacionarse de aquí a 20 años.

Los ejemplos son infinitos, y una reflexión sobre su alcance daría para una newsletter independiente, así que he decidido centrarme en tres planos en los que creo que la innovación mueve el mundo de forma diferente y en distinta magnitud: las relaciones internacionales (apoyadas en el comercio internacional), el desarrollo económico (sustentado por los flujos de capital) y la vida ordinaria.

En el plano de las relaciones internacionales, y, en concreto desde la óptica del comercio internacional, la innovación concebida como el avance en tecnologías, técnicas y procesos ha constituido –y constituye– una ventaja que crea interdependencias y otorga poder negociador. Parte de la riqueza de su estudio emerge precisamente de la tensión entre intereses comunes y opuestos; y es en este nivel donde confluyen estrategia y expectativas de crecimiento, escasez de recursos y, como no, capital intangible. Las ideas (y el talento de quienes las generan) alimentan los motores de la productividad, pero su propiedad y uso al margen de las normas establecidas internacionalmente dan lugar a conflictos.

Los derechos de propiedad intelectual (patentes, marcas y copyright) reflejan un aspecto importante de la seguridad jurídica de un mercado, que es el terreno que pisan los inversores extranjeros, y que en parte determina la posición del país en relación con el resto de naciones. Durante los últimos setenta años, el tejido de las instituciones internacionales se ha fortalecido. Las reglas del juego son ahora más claras que nunca –y las economías que se adhieren a ellas disfrutan de un comercio más transparente, libre, predecible y competitivo, pero también se comprometen a cumplir con ciertas obligaciones y responsabilidades. En este sentido, la innovación mueve el mundo porque puede ser clave en determinar una ventaja comparativa para un país y la relación de este con el resto.

En esta misma línea, el desarrollo económico se apoya sobre los avances que atraen la atención de los recursos tanto nacionales como extranjeros, de los que afluyen y en los que confluyen el resto de indicadores: precios, empleo, crecimiento… en definitiva, medidas de bienestar. Está claro que la innovación no es la única palanca que pone en marcha la maquinaria de la productividad, pero también es evidente que un clima favorable que impulse el emprendimiento, las mejoras en el ámbito político, los avances sociales (apoyados o no en nuevos modelos empresariales), etc., contribuirá al desarrollo económico sostenible y generará confianza para futuras inversiones.

La innovación mueve el mundo también en este sentido. Son buenos ejemplos los países cuyas estrategias nacionales pusieron el foco en el desarrollo tecnológico y comercial de sus productos y servicios hace algunas décadas y cuyas economías han alcanzado niveles de crecimiento sin precedentes. Basta con mirar hacia el continente asiático para reconocer el cambio social que –en simbiosis con otros tantos factores– ha propiciado una apuesta por la innovación.

Aunque no hay duda de que lo que pasa en el entorno internacional impacta directa o indirectamente sobre el día a día de las personas, acercando la lupa a niveles de gobernanza más acotados, podemos comprobar que la innovación y el cambio mueven el mundo también desde lo más pequeño. La vida cotidiana da un vuelco cuando uno descubre que puede hacer algo de forma más transparente, mejor, más sostenible, más eficiente, más agradable… aquello que trae lo nuevo tiene un efecto inmediato en la forma de vivir.

Todo ello ha sido potenciado de forma especial por el cambio de paradigma que surge cuando la innovación tecnológica y digital determinan cómo las sociedades viven, se relacionan (¿e incluso mueren?). Pero nuestra innovación, la que nos está tocando vivir, va mucho más allá. Aunque se apoye frecuentemente en medios digitales, se dilata hasta los ángulos más remotos de la representación política, la agricultura, la prevención de enfermedades, la acción social, el ocio… En muchos casos, la fotografía de esos avances es positiva y esperanzadora. Pero justo por eso, la responsabilidad de hacer bien en el mundo tiene que ir acompañada del deber de entender bien el mundo.

Quienes están convencidos de que pueden contribuir a mejorar la vida de los demás –ojalá nos diéramos cuenta todos de que somos capaces– tienen en su mano la oportunidad de coger la innovación por bandera y ser como un prisma dispersivo al que entra luz y sale un orden de colores. Desde Igeneris lo intentamos. Y eso es precisamente algo que aprecio (y de lo que me enorgullezco) de mis colegas, cuyo trabajo, a través de la innovación, puede mover el mundo a muchos niveles.

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