Daniel Villar, El Conejo

Esdrújula
Ignacio
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4 min readAug 27, 2019

Murió Daniel Villar, El Conejo. Me parece irreal tener que escribirlo. En su último cumpleaños, el número 47, ante mi saludo respondió: “¡Viva Lamadrid 18!”. Lamadrid 18 es la dirección de la casa bahiense donde pasé mi infancia, la casa donde lo conocí cuando él, en los ochenta, visitaba a mi hermano, su gran amigo. El Conejo, persona única, personaje irrepetible, gran cinéfilo y cineasta, gran conversador y narrador de historias. En el 92, cuando me mudé con parte de mi familia a Buenos Aires él ya vivía acá y mi vieja tenía que echarlo casi todas las noches del cuarto que yo compartía con mi hermano porque él podía quedarse ahí fumando y mirando tele o películas hasta las tres de la mañana, cuatro horas antes de que yo tuviera que salir para el colegio. Una vez, me acuerdo ahora, nos tocó el timbre un sábado temprano porque se había peleado con una novia y no quería estar solo en su casa para no tirarse por la ventana; así de intenso era. Otra vez, en aquella época, vino enloquecido porque había terminado de escuchar un disco de Nirvana y después de varios minutos de silencio había empezado a sonar otra canción: ese track oculto le parecía algo mágico, surreal, increíble. Cuando fui más grande y empecé a escribir entablamos una relación diferente. El Conejo leía mis libros y me escribía algo acerca de cada uno, cosas que de alguna manera tenían que ver tanto con el libro como con él. De Los puentes magnéticos, por ejemplo, entre otras cosas me escribió: “Me encantó leerte mujer, más que antes. Tan sutil, tan despiadado, mucho más gracioso. Se me corporizaba mi novia que ya sabés, apretada por los pasillos de la ciudad, tratando de vestir la mancha oscura del “¡suéltame pasado!”, que es una peli de James Bond de su ex~papá & de una descocada accidentada genial. Genial la captura de la sexualidad de tarjeta Sube, de las agendas ajustadas para ordenar amantes, ya no tan obsesivas, ahora docente, SUTEBA. Me gustó ver la noche porteña, los intentos de ser algo sólo para enamorar ─cineasta, gitano─, como decía Caloi… Chau, me envalentonaste. Luche, Abuelo.”

El Conejo leyó todos mis libros menos el último. En ese cumpleaños, después de escribirme “¡Viva Lamadrid 18!”, agregó: “mañana a la noche venite al festejo y traeme un ejemplar de la nueva novela”. Yo le dije que sí y al final no fui, no recuerdo por qué, y ahora no me queda otra que arrepentirme. Después de eso ya no volví a verlo ni a escribirle. Hoy, cuando me enteré de su muerte, se me agolparon un montón de recuerdos en la cabeza; los que escribí más arriba son un porcentaje mínimo que no alcanza a describir fielmente nada de lo que fue.

El Conejo trabajó en un montón de Mundiales de fútbol para TyC Sports, dirigió video clips, cortometrajes y publicidades protagonizadas por Maradona, fue docente de la carrera de cine y escribió, dirigió y protagonizó su largometraje “Un Dios para una hormiga”, en el que una hormiga extraída de la Plaza Las Heras debía viajar a Brasil, donde fue a filmar con una camarita y un presupuesto reducido y aprovechó el casamiento de unos amigos para filmar unas escenas pero no se sabe bien por qué fue echado de la fiesta y terminó la noche deambulando solo por un pueblo de calles de tierra. Para El Conejo todo podía ser una gran aventura. Hace tres años se casó por civil (se divorciaría pocas semanas después) y en el medio de la ceremonia me gritó: “Abuelo, escuchate esta: ahora vamos a ir a comer a Guerrin para festejar, a un salón que está al fondo y se llama salón presidencial” y pasó a describir cómo lo había descubierto. Lo que para cualquier otro podía ser un detalle sin importancia, para El Conejo era una gran historia para contar.

Una tarde, hace cuatro o cinco años, me invitó a su departamento porque quería que trabajáramos juntos en un guión para un documental. El proyecto quedó trunco enseguida, pero recuerdo que esa tarde me leyó un texto de su autoría que después me mandó por mail. Y acá copio algunas partes, en su homenaje:

Como soy un convencido

de que esta es mi primera vida

quisiera, querido Vishnú

(si Brahmā y Śivá lo dejan)

pedirle lo siguiente

(Primero pregunto:

¿si uno muere y luego reencarna

la Historia vuelve a ser la misma?)

Si sí:

Me gustaría nacer el mismo año

que esta vuelta (1971)

pero en vez de pampa húmeda

en California

hijo de padres hippies.

Mamá puede tener problemas

de drogas, pero la pido

igual de bella

e ir desde chiquito a Berkeley

hasta ser un eximio guitarrista…

O Vishnú, le dejo opciones

por si las moscas:

Nacer en el año 28 del siglo XX

y en Medicina

conocer al Che

entre polleras escocesas con alfiler

de gancho plateado al frente y

fumando negros

bajo una bulliciosa escalera

militante, decirle:

“Che, Ernesto, ¿y si…”

y vivir con él 10 años…

Si no puede ser, todo bien

no le digo sabré entender

porque no creo que recuerde

cuando finalmente

transmigre; ahora:

un favor, soy argentino:

no me vaya a hacer nacer

Videla

Galtieri

o Suárez Mason, eh…

que se arma…

y contra todo pronóstico

me rebelo

a mi destino

de cualquiera de esas tres

si pueden llamarse vidas

proclamo al rock ley nacional

pongo a Moris presidente

y le doy de morfar cosas ricas

a todo el mundo

a costa de los campos de Anchorena.

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