En el sesquicentenario de María, de Jorge Isaacs

Al cerrarse el año del 150.° aniversario de la novela de Isaacs, Carlos Rincón, con su libro “María la de El Paraíso”, limpia la honrilla manchada por las celebraciones con la edición del juicio en el que la intelectualidad colombiana de mediados del siglo XX la condenó

Editorial PUJ
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8 min readJul 4, 2018

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Por Gloria Agudelo

Escena de la primera versión cinematográfica de “María” basada en la obra de Jorge Isaacs. En la fotografía los actores Sinisterra Gómez y López Pomareda. Hacienda El Paraiso, El Cerrito. Santiago de Cali, C. 1930 — http://bibliotecadigital.icesi.edu.co/biblioteca_digital/handle/10906/43064, CC BY 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=45391287

Primera premisa: María, nuestra clásica novela, es el pilar sobre el que se edifica la literatura nacional colombiana. Segunda premisa: todo lo que toca a María es primordial para los colombianos. Hace 150 años se publicaron en Bogotá los primeros 800 ejemplares del libro que hizo llorar a toda América. A pesar de esto, las celebraciones de su sesquicentenario transcurrieron con más pena que gloria: la Feria del Libro de Bogotá de 2017 le puso a María un rancho; la Universidad del Valle publicó una reedición de las actas de un coloquio que tuvo lugar hace marras, y la preocupación principal del Ministerio de Cultura parece que consistió en investigar hasta qué punto es irreversible el deterioro causado por el ácido úrico en el mármol de Carrara del monumento de María y Efraín en Cali. La conclusión solo puede ser una: pamplinas.

Al cerrarse el año del 150.º aniversario, el libro María la de El Paraíso. El juicio en televisión de la novela de Jorge Isaacs: los ecos y el dolor de lo que pudo haber sido y no fue, editado por Carlos Rincón, profesor emérito de la Universidad Libre de Berlín, limpia la manchada honrilla. Si estuviera en mi poder, yo le otorgaría tres premios: el Óscar por el título más despampanante, tan apropiado para desternillarse de risa en estas celebraciones; la medalla de oro académica por la edición de los documentos del juicio de María en la televisión colombiana en 1957 y su eco medial, y el balde de plata, un accesorio que se usaba para enfriar la champaña, por el baldado de agua fría con que acaba de quitarnos las sempiternas anteojeras.

Aunque el libro estaba terminado en 2012, parece que ha necesitado del coraje intelectual y cívico de la Editorial Pontificia Universidad Javeriana para ver la luz.

El Óscar por el título

Marías hay muchas: María la de San Victorino, la de La Capuchina, la de Juanchito, la de La Calera, la de la plaza de Berrío, la que está junto a la Casa Mosquera. Pero, como la madre, solo hay una María: la de la hacienda El Paraíso. Al parecer, la María que Isaacs imaginó era una niña judía— que por temprano bautizo católico resultó conversa y recibió ese dulce nombre — ; El Paraíso era una hacienda esclavista; Efraín, por obedecer a su padre, aplaza el endogámico matrimonio con María, para regresar solo cuando ella muere, y luego cae en la depresión y muere, sin haber dejado descendencia, poco después de haber escrito esta ficción casi incestuosa entre primos hermanos, casi que de amor y frustración.

El título de telenovela del libro, con informaciones sobre el contenido y el recuerdo de la voz aterciopelada de Leo Marini, es el más adecuado para salir de la farsa de autocomplacencias que rodea María, de Isaacs. Ningún mejor antidepresivo para los tataranietos accidentales de los “hermanos de Efraín” de hace 150 años. Veamos por qué los otros dos premios.

María la del Paraíso. Carlos Rincón (editor). 204 p. Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Medalla de oro académica a la documentación

Para espantar a todos los que, por buenas o malas razones, se acercaban a María, funcionó por años un vade retro, Satanás, y una suerte de vacilación ante las tentaciones de la desmistificación. ¿Para qué hacer un articulito, para qué una tesis de maestría en Literatura acerca de si hubo alguna vez un proceso contra María, si no se puede consultar ese sumario judicial? El libro editado por Rincón, en su prime- ra parte, pone fin a este enredo. En ella aparecen el juicio, las reacciones que provocó y unos suplementos críticos del editor que lo explican.

El proceso contra María se presentó en la televisión colombiana en el año de 1957, en el mes de mayo, antes de la caída del general Gustavo Rojas Pinilla. En ese momento, la televisión solo tenía un canal en blanco y negro, de limitada cobertura nacional. Fue un simulacro de juicio en directo, con Pedro Gómez Valderrama y Carlos López Narváez disfrazados de acusador y defensor, respectivamente. Esta primera sección del libro está constituida por las actas de seis de las siete sesiones que el tribunal presidió, levantadas en el curso del proceso. En ellas, se contemplaban desde presuntas fallas técnicas en la estructura de la novela has- ta la posible vinculación entre la obra y sus proyecciones perjudiciales para el pueblo colombiano.

Sin embargo, las reacciones de quienes lo presenciaron por televisión, y hasta de quienes lo conocieron de oídas, como Germán Arciniegas, en Nueva York, no estaban previstas. Estos son los ecos del juicio, la segunda clase de materiales que componen la documentación. La tercera consiste en las reacciones posteriores al juicio, entre las que se encuentran tres de gran interés. La primera es una encuesta a favor y en contra de María, que contó con la participación de personajes que marcaron la vida cultural colombiana del siglo XX. Ahí están Hernando Téllez, Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara, Alberto Zalamea, Jorge Eliécer Ruiz, Otto de Greiff, Gabriel Giraldo Jaramillo, Jaime Posada y Eduardo Santa, entre los más conocidos. Los otros dos materiales sobresalientes son uno de Bernardo Ramírez, que, en 1957, como ejecutivo de una agencia de publicidad, manejaba todo el tinglado de ese juicio simbólico en la televisión; y otro de Hernando Valencia Goelkel, cofundador de la revista Mito. Con el más que elocuente título de “Entre lo menesteroso y lo ridículo. Evolución de la novela en Colombia, inclusive María”, Valencia Goelkel comenta cómo María forma parte del capital irrisorio de la cultura nacional, junto con otros dos o tres nombres que conforman “el costado positivo de un género cuya expresión entre nosotros fluctúa entre lo menesteroso y lo ridículo”. Hay que destacar muchísimo este trabajo de edición, merecedor de la medalla de oro, por haber localizado y transcrito los materiales señalados y por acompañarlos con notas valiosísimas sobre el tribunal, sus miembros y sus fuentes. También es de admirar un glosario con los términos más usados en el juicio (como cuadro de costumbres, idilio o Romanticismo). No es un glosario para fotocopiar y consultar por cuanto neófito pueda tener que vérselas con literatura colombiana, sino para aprenderlo de memoria.

Isaacs, Jorge: María. Edición de Gustavo Mejía, Caracas: Ayacucho, 1978

El gran premio del sesquicentenario: el balde de plata

El título, la documentación y la edición son premiables. Pero la mejor labor, lo mejor de lo mejor en el libro, son los dos extensos estudios de Barbara Dröscher y Carlos Rincón que conforman la segunda parte. Ambos niegan, por decirlo así, los versos que canta hasta hoy Leo Marini: “No quiero arrepentirme después / de lo que pudo haber sido y no fue”. O mejor, comprueban, con dolor, que en Colombia ese bolero no tiene happy end, aunque se invoque la autoridad que da la autoproclamación de ser romántico, como decía Jorge Luis Borges a propósito de María, en los años treinta, en la revista femenina El Hogar, de Buenos Aires. En 1980, la norteamericana Doris Sommer, ahora profesora de la Universidad de Harvard, trabajó en los Estados Unidos con figuras importantes de su generación. Entre ellos, Benedict Anderson, renovador de la problemática de la nación como comunidad imaginada, y Homi K. Bhabha, cofundador de los estudios poscoloniales con sus tesis sobre la hibridación. Sommer realizó, como se destaca en el libro, una proeza intelectual: cruzó las entonces novísimas teorías de Anderson sobre nación con los planteamientos también entonces muy recientes de Michel Foucault sobre historia de la sexualidad; además rescató del libro La novela histórica, de Georg Lukács, la idea de novelas históricas fundacionales, con el tema de la relación entre los amores contrariados y la nación, explicada por Lukács a través del ejemplo de la novela Los novios, del italiano Alessandro Manzoni. Con estos ingredientes, Sommer elaboró el concepto de ficciones fundacionales para construir y estudiar un corpus compuesto por ficciones latinoamericanas, en el que incluyó a María.

Dentro de ese nuevo orden de ideas, durante la década de los ochenta, María fue para Sommer la ficción fundacional del Estado nación moderno en Colombia. Sin embargo, María la de El Paraíso muestra justamente que en estas tierras eso no ocurrió ni podía ocurrir. Los dos estudios, de Dröscher y Rincón, son investigaciones detalladísimas, que, como se dice, “con lujo de detalles” nos muestran por qué la novela es la ficción fundacional; sí, fundacional, pero fracasada de Colombia. Como dice Dröscher, “el hecho de que la historia de María tenga que terminar con su muerte, para que la narración pueda comenzar y tomar su camino, evidencia el fracaso de un proyecto nacional integrador. Sólo como objeto del discurso melancólico María pudo convertirse en un mito nacional, de manera que María es la ficción fundacional fracasada en las letras y en la historia nacional colombiana”.

Apostillas

Mi familia no es muy rezandera, pero con seguridad que cuando mi tatarabuela pensaba en los muertos de Palonegro y en la pérdida de Panamá debía encomendarse a las benditas ánimas del Purgatorio. Como mi abuela, muchos conocidos suyos de El Líbano (Tolima), se encomendaban a ellas, durante la violencia que siguió al 9 de abril de 1948. A mi mamá la tocaron los últimos cincuenta años de guerra. Ella también ponía veladoras a una estampita de las benditas almas. Si pienso en Ralito, y en otras venturas actuales, creo más bien que aquí siempre se las ingeniaron para que esto no pudiera ser un Estado nación moderno. Pero no he perdido del todo la fe en las almas, que dizque están en un lugar que sé que se inventó en el año 1000: el Purgatorio. ¿Será por lo del Paraíso?

Para terminar, y aunque admito que es una desfachatez ser tan directa, debo decir que este libro no es para fotocopiarlo, sino para comprarlo. Hasta puede servir para comenzar a formar una biblioteca personal de literatura colombiana. Y quizá, siendo aún más optimista, para que los estudiosos se enteren de que hay toda una historia por escribir y descubrir, un legado que se ha dejado en el olvido y en los pantanosos sótanos de las hemerotecas y salas de manuscritos raros, que debería ver la luz, no por gracia de manos de extranjeros, sino por las de sus herederos.

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