Entrevista: Carlos Pérez de Ziriza

“Dentro del indie hay dos velocidades condicionadas por los festivales que programan siempre a los mismos grupos”

Carlos Pérez de Ziriza (Madrid, 1973) es periodista especializado en información musical. Escribe desde hace años en medios como El País, Mondosonoro, BEAT Valencia, Efe Eme, Cartelera Turia y El Hype entre otros. Ha publicado diversos libros monógraficos, como “Indie y Rock Alternativo. Historia, cultura y álbumes fundamentales” (Ma Non Troppo, 2017), además del ensayo “No lovides las canciones que te salvaron la vida” (Efe Eme, 2019).

Sergio Murillo
Indie and Festival

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Carlos Pérez de Ziriza | Foto: María Carbonell

Ya que ha escrito mucho sobre ello, se lo voy a preguntar directamente. ¿Qué es el indie?

El concepto indie, que en un principio nació como abreviatura de independiente, se ha ido desvirtuando hasta que se ha ido vaciando de contenido por completo. Originalmente, ser indie era que tus discos los editara un sello independiente. Hoy en día ya no tiene nada que ver con eso. Hay bandas que se consideran indies que editan en multinacionales y otras que se autoeditan sus discos. Entonces, es complicado hoy día delimitar ahí la frontera entre lo que es indie y lo que no es indie.

En su libro ‘Indie & Rock Alternativo’ habla de una escena indie a dos velocidades. ¿Dónde se encuentran las diferencias entre ambas?

Sobre todo, en la forma en que la música se proyecta. Las dos velocidades están muy condicionadas por el auge de los grandes festivales que programan siempre a los mismos grupos. Al final hay una serie de bandas que desde mayo hasta noviembre tienen la agenda absolutamente copada porque van al Low, al Arenal, al FIB, etc. Son festivales prácticamente clónicos porque sus carteles son casi calcados. Y esos grupos, hagan lo qué hagan, tanto si sacan disco nuevo como si no, van a acabar en esos festivales porque tienen un público que está esperando que vayan allí. Digamos que eso sería la velocidad AVE, la de los grandes festivales.

La otra velocidad es la del tren de cercanías. La de los grupos que no pueden entrar en esos grandes festivales porque no están en las agencias de contratación que deberían meterlos ahí. Tienen que conformarse con actuar en pequeñas salas o en festivales de pequeño formato para 1.000 o 2.000 personas.

A nivel de sonido también es verdad que tienen cosas en común. Hay determinados rasgos que muchas bandas de los grandes festivales comparten, y hay otros rasgos que comparten las de los pequeños circuitos. Pero eso no significa que todas las de una velocidad o las de otra sean iguales. Dentro de cada velocidad, entre comillas, hay diferentes estilos y diferentes tipos de banda.

“El concepto indie se ha ido desvirtuando hasta que se ha ido vaciando de contenido por completo”

¿A qué factores atribuiría que los de la velocidad cercanías no pasen a la del AVE?

Puede ser el tipo de música que hacen, que realmente no conecta con el público. También puede ser la propia actitud del músico, que a lo mejor no tiene la constancia para apostar por la música como intento de ganarse la vida, se ve obligado a sacar discos al mismo tiempo que trabaja en otras cosas y eso le quita energía para poder promocionar su música como es debido. O puede ser la falta de un sello o una promotora detrás que realmente impulse su música y lo proyecte a públicos más amplios. Pero al final, la última palabra, como siempre, la tiene el público. Por mucho que un grupo tenga muchas ayudas a la hora de dar a conocer su música, si el público lo acepta o no, está fuera de su control. Nadie tiene una fórmula mágica.

Ya que hablamos de grupos de este estilo, el éxito de Vetusta Morla sería un ejemplo. Cuando empezaron a llenar grandes salas de conciertos fue un poquito antes del boom de los festivales, del que luego se aprovecharon, como es lógico. En ese momento no estaban en ninguna multinacional. Tenían su propio sello, “Pequeño Salto Mortal”. Nadie sabe explicar muy bien por qué su música, sin un gran apoyo promocional, empezó a conectar muy rápidamente con mucha gente, ya que tampoco existía la presencia que tenemos ahora de las redes sociales. Es un buen ejemplo de que nunca se sabe muy bien por qué un tipo de música determinado llega a conectar con el gran público. Es complicado.

En el libro también habla de la capacidad del indie para aunar diversos estilos, ¿puede ser debido a esto, que ha aumentado tanto su popularidad en los últimos años?

Claro. El indie tiene capacidad, como término, para aglutinar diferentes estilos porque no es un tipo de música. Si tú hablas de punk o post punk, de reggae o de electrónica, dentro encontrarás un montón de subgéneros. Puedes describir cada uno de esos estilos musicales en base a unas características sonoras, a la utilización de un determinado tipo de instrumentos, a la emisión de una serie de texturas sonoras determinadas, etc.

Pero el indie no responde a eso, porque no es una etiqueta que haga alusión a un sonido, sino más bien a una cualidad infraestructural. Los grupos que publican discos en sellos independientes tenían en común eso. No un sonido, sino una forma de manejarse en la industria. Entonces ahí cabe todo. Cabe gente que haga punk, que haga reggae, que haga hip hop, que haga cualquier tipo de música. El indie no alude a un sonido, sino a una forma de funcionar. Al menos así era en un principio.

“Nunca se sabe muy bien por qué un tipo de música determinado llega a conectar con el gran público”

También hemos visto un auge de festivales, que se han multiplicado a pares.

Los medios han prestado mucha atención a los festivales. Y las marcas están sosteniendo, apoyando y esponsorizando. No es un modelo de ocio que haya crecido al margen de los medios de comunicación o grandes marcas. Es un fenómeno popular que tiene poco de alternativo desde lo que es el concepto de fiesta.

Los grandes festivales de música, entre comillas, indie de hoy en día son el equivalente a lo que en los 80 eran los conciertos que se hacían en verano en la mayoría de pueblos y localidades españolas, con la diferencia de que antes podías ver a Radio Futura, a El Último de la Fila o a Nacha Pop, y hoy en día tienes a Vetusta Morla o Love of Lesvian. Lo único que ha cambiado es la forma de envasar ese espectáculo, la forma de presentarlo y de venderlo. Tienen mejores condiciones de sonido y de todo en general, ya que está patrocinado por grandes marcas. Eso es lo que, junto a la etiqueta de indie, le da cierto aura de modernidad, pero realmente no es más moderno de lo que era cualquier concierto masivo de hace 30 o 40 años.

“Los festivales de música indie de hoy en día son el equivalente a lo que en los 80 eran los conciertos que se hacían en verano en la mayoría de pueblos”

¿Piensa que los festivales crecieron porque ya tenían esas marcas detrás o que una vez que comenzaron a popularizarse estas se sumaron?

Bueno, yo creo que si tuviera que decantarme por una de las dos opciones diría que todo empezó a consolidarse y las marcas, fue luego cuando vieron que ahí había un público y se subieron al carro. No es casualidad que la mayoría de festivales masivos en este país se hayan afianzado a raíz de la crisis económica del 2008.

Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, se promueve un tipo de festival que es muy económico para el público porque por 30 o 40 euros puedes ver a un montón de grupos. O sea, por el precio de uno, puedes ver a 25 en un fin de semana y encima tener acampada gratis, lo cual viene muy bien a toda la gente joven que empieza a asistir a conciertos. Es barata la entrada y es barata la contratación, porque si te fijas, el 80 o el 90 por ciento son grupos españoles que están empezando a subir el caché durante estos años, pero todavía no son inasequibles para ningún promotor.

De alguna manera, el boom tiene plena lógica desde el punto de vista de la situación socio-económica del país durante esos años. Y las marcas vieron enseguida que ahí había un filón por el que valía la pena apostar.

Decía que los medios también se han hecho eco de este auge de los festivales, pero el indie sigue sin sonar en la radio.

Sí, bueno, es que la radio hoy día es más previsible que nunca. La variedad de estilos y de músicas que podemos disfrutar hoy en la radio es mínima. Es como lo que ha pasado con la televisión. Tenemos más canales que nunca, pero eso no significa que los formatos se haya multiplicado porque todo el mundo apuesta por hacer lo mismo.

Las emisoras de radio están todas absolutamente estandarizadas en un patrón y de ahí no salen. Hace años sí que era mucho más habitual que en cualquier emisora, incluso en las grandes, como en Los 40 Principales o M80, tuvieras programas un poco más arriesgados, más temáticos y dirigidos a otros géneros. No hay ni valentía ni audacia. Aunque seguro que tampoco hay dinero para intentarlo. Supongo que también la llegada de los podcast les habrá influido. Para la radio eso será complicado, porque tienen que replantearse su propio modelo. Irán bastante perdidos algunos por ahí.

“Hace unos años era habitual que en cualquier emisora tuvieras programas más temáticos, hoy no hay valentía”

Es posible que a estas alturas, al público otros estilos no le parezcan tan fáciles y accesibles. ¿Cree que se puede aprender a disfrutar de música que no nos gusta o no entendemos?

Sí, claro que se puede. Como consumidor, pues es lógico que tengas unos gustos determinados y que haya música que te llene más que otra. Entiendo que haya gente para la cual determinado tipo de música no está hecha. Pero como periodista, intento hacer mi trabajo con el mismo espíritu con el que siempre he consumido la música, que es no cerrarme a nada. El periodismo se trata de eso, de reflejar lo que ocurre en la realidad a través de la música.

Creo que lo más saludable es intentar entender porqué determinadas músicas conectan con un determinado tipo de gente. No puedes limitarte a decir: “bueno, es que fíjate, este grupo no me gusta nada y hay ocho mil personas viéndolo y me parece un expediente X”. Eso lo hacen algunos periodistas a veces, cuando hablan de músicas que no les gustan.

Si te pones a intentar entenderlo, a investigarlo, a hablar con la gente que es fan de ese grupo, a entrevistar a ese grupo incluso, para que te expliquen un poco su música y cómo la hacen, por qué la hacen así, por qué la vehiculan así, por qué lo transmiten así… Si tú intentas hacer todo eso, al final acabarás entendiendo un poco por qué esa música, que no te gusta nada, conecta con tanta gente. Ese es uno de los propósitos que debería impulsar la labor del periodista.

“El periodismo se trata de reflejar lo que ocurre en la realidad a través de la música”

Se trata de desarrollar el espíritu crítico.

Claro. Hay gente que solamente escribe de la música que le gusta, con lo cual le parece todo maravilloso. Si todos hiciéramos lo mismo, al final nadie se podría fiar de un crítico porque todo sería cojonudo. No habría un disco mediocre, ni medianamente endeble, no habría ningún disco malo. No es algo que haga ningún favor al periodismo.

Hay que tomar distancia con lo que estás intentando analizar y no negarte desde un principio a entenderlo. El no verte reflejado es lógico porque todos somos, un poco, rehenes de nuestra generación. Es normal que cualquier periodista de más de 40 años no conecte con el trap como se conectaba con el punk hace 40 años, por ponerte un ejemplo. Es lógico. Pero lo que no puedes hacer es negarte en redondo a intentarlo.

Al final te das cuenta de que todo es cíclico. Lo mismo que hoy se critica al trap o al reggaeton, por ejemplo, se le criticaba al hip hop hace 30 años. Había mucha gente a la que le gustaba el rock que no entendía como un par de negros podían ponerse a exclamar rimas con un discjokey detrás. Eso les parecía que no era música. Y había gente que no entendía el punk, porque les parecía que tampoco era música. De igual manera que cuando aparecieron Los Beatles tampoco los entendían, les parecían cuatro melenudos que se dedicaban a dar gritos. Lo suyo era el jazz o la música clásica.

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Sergio Murillo
Indie and Festival

Suplo mi falta de talento con trabajo. El típico que sabe de todo pero muy poco. Periodismo, música y teatro.