La Cara B De Estudiar Filosofía.

Todas las cosas tienen un lado oculto.

Aranza Sánchez Romero
Insiders Stories
6 min readSep 22, 2020

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Todos hemos estado en contacto con la filosofía en algún punto de nuestras vidas. Ya sea en alguna clase, en un libro que nos llamó la atención o incluso en alguna película que citaba una frase interesante. Cada día observamos como va alcanzando más popularidad y cómo se hace referencia a ella en podcasts o en redes sociales.

Sin embargo, esto es muy reciente y dista mucho de lo que ocurre en entornos académicos, que es donde mayormente se ha desarrollado.

“Piensa como un hombre de acción y actúa como un hombre de pensamiento” — H. Bergson

Conocemos muchos mitos acerca de aquellos que dedican su vida a estudiarla y existen otros tantos más respecto a la filosofía en sí. Se dice que es extremadamente compleja, repetitiva y rígida. De los filósofos, que viven siempre con su mente puesta en las nubes y que lo que ganan no es suficiente para vivir.

Lo cierto es que independientemente de todos los prejuicios que puedan girar en torno, la filosofía es mucho más que frases profundas y temas complicados. La filosofía consiste en algo tan simple como la esencia misma del ser humano: el pensar.

Frecuentemente me encuentro con personas que me dicen que odian la filosofía porque no le entienden. Pero la filosofía no se trata de entender lo que quiso o no decir Kant. No es lo que se nos enseña en las clases sobre lo que dijo un determinado filósofo. Ni siquiera es poder dar una respuesta sobre un tema en concreto.

Es tener una inclinación a pensar, a clarificar, a cuestionar.

Por eso es que es extraordinaria: porque puedes hacer filosofía sin llevar un libro en la mano. Por eso es que puedes hacer filosofía de cualquier cosa: porque se puede pensar sobre todo.

Mi experiencia.

Como estudiante de filosofía cada vez me doy cuenta de lo extraordinaria que es esta disciplina y de lo mucho que puede aportar a nivel personal si uno se lo permite. Pero al mismo tiempo que me percato de todo esto, mi decepción y frustración hacia los mismos filósofos va aumentando.

Independientemente de la profesión que se trate, todos hemos pasado por la idealización de lo que nos encontraremos una vez que entremos a la universidad. Decir que entramos sin expectativas quizá sea poco realista de nuestra parte.

Al igual que cualquier otro estudiante a punto de ingresar a la universidad, yo tenía una imagen muy específica de lo que implicaría estudiar filosofía frente a la sociedad y también sobre lo que provocaría en mí. Por supuesto que todas estas creencias se fueron rompiendo o modificando, ya que es entrar a un mundo para el que en ninguna medida estaba preparada. Todo esto no me tomó por sorpresa; sabía que mis percepciones irían cambiando. Lo que sí me impactó mucho fue conocer cómo los filósofos se percibían a sí mismos, y a su vez, cómo eran percibidos por otros filósofos. Esto verdaderamente me tomó por sorpresa y he de decir que me tomó un tiempo poder entenderlo. Más difícil aún fue decidir qué postura tomaría frente a esto.

Ruptura.

Cuando pienso en esto y en lo que veo todos los días me es inevitable pensar en la frase: “El conocimiento es poder”, porque es terriblemente cierta. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en que la pregunta debe orientarse hacia lo que nos referimos con la palabra poder. Porque sin duda podemos hacer uso del poder para algo sumamente constructivo, pero también existe esa otra parte destructiva.

Y yo lo que he notado es un enaltecimiento del ego y una gran incongruencia por parte de los filósofos.

Es decir, pueden pasar horas totalmente inmersos en libros que hablen sobre el bien y el mal, dilemas morales o la ética en general, y al final, al salir al mundo parece como si todo sobre lo que antes reflexionaron fuera algo independiente a sus acciones. Y ni hablar del ego. Te hacen saber que si no eres filósofo no puedes hablar sobre filosofía.

Todo es una competencia por cosas completamente absurdas: quién sabe más de política, quién de ética, quién habla con menos contradicciones posibles.

Y sé que esto por supuesto no aplica a todos los que se dedican a la filosofía, y mucho menos se reduce únicamente a esta profesión. Pero como una persona que gran parte de su círculo social está conformado por filósofos puedo decir que esto es muy común.

Un filósofo que trata a sus palabras y a sus acciones como a dos entidades completamente distintas no me aporta algo en lo absoluto.

Creo firmemente que es en la medida en que nuestras palabras acompañan a nuestras acciones que lo que podamos decir adquiere sentido. Le restamos sentido a nuestras palabras al ser incongruentes.

Si retrocedemos a lo que se conoce como los inicios de la filosofía en la Antigua Grecia, encontramos que todas las doctrinas tenían un significado porque tenían un lugar de acción. Es decir, todo lo que se enseñaba tenía una estrecha relación con la manera en que cada persona debía dirigir su vida. Con el tiempo esto fue cambiando y se le empezó a dar más peso a las palabras. Y no quiero que esto se malinterprete, las palabras tienen significado por sí mismas, pero de nada sirve predicar que hay demasiados actos injustos en el mundo y salir a la calle a cometer injusticias.

Se me viene a la mente Simone de Beavoir que hoy es considerada una de las mayores representantes del movimiento feminista gracias a su libro “El segundo sexo”, pero poco se sabe de cómo abusaba sexualmente de alumnas con la ayuda de Sartre. Esto es incongruencia y esto nos demuestra que por mucho que una persona pueda leer y reflexionar, el poder que da el conocimiento puede usarse para dañar a los demás. Es algo parecido a lo que Hannah Arendt señalaba al decir que el mal en ocasiones parece ser banal.

Antes de estudiar filosofía creía que la imagen del filósofo debía ser la de una persona con una mente abierta, siempre dispuesto a llevar su conocimiento a algo que fuera útil, mucho más allá del nivel personal. Pero esto cada vez es menos común.

Es curioso cómo la filosofía te lleva a hacerte preguntas acerca de la vida, de la muerte, de la manera en que conocemos o de quiénes somos como personas, pero esto no significa necesariamente que te conozcas mejor a ti mismo.

Creo que hay más filósofos neuróticos que filósofos orientados hacia un sentido espiritual.

Y aquí no hablo de la espiritualidad en el sentido de creer en alguna divinidad o de una persona que practique meditación, sino en el hecho de que fundamentalmente una persona espiritual es aquella que se cuestiona. Podríamos pensar que un filósofo por ser una persona que constantemente se está preguntando tiende hacia esto, pero no es así. Entiendo por qué pasa esto y es que, para nadie es fácil hacerse preguntas de esta magnitud. Y no precisamente por la complejidad de las preguntas en sí, sino por las respuestas a las que podemos llegar. La verdad no siempre es alentadora.

Por otro lado, de nada sirve acumular conocimiento. Mucho menos si no lo vamos a utilizar como una herramienta para el desarrollo personal.

Creo en los filósofos. Y creo tanto en ellos que por eso considero necesario decir todo esto. Porque he visto mentes brillantes con ideas extraordinarias, pero que pasan la mayor parte del tiempo sumergidos en eternas discusiones sobre quién tiene la razón. Estamos dejando ganar a nuestro ego y eso no debe pasar en la filosofía ni en ninguna otra profesión.

Tenemos mucho que aprender de los griegos. Tenemos que volver a ese primer momento en donde sabíamos que la filosofía era para todos, y en donde al igual que Sócrates, reconocer que nada sabemos.

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Aranza Sánchez Romero
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Content Editorial Manager in an cool agency 👩🏻‍💻 / Mexican Philosopher 🇲🇽 / Crazy about Creator Economy 📱