La búsqueda de la verdad de José Guarnizo

El periodista colombiano habla sobre su salida de la revista Semana, la creación de Vorágine, su visión del periodismo y más.

Santiago Cembrano
IntereSanti
22 min readJun 30, 2020

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José Guarnizo, ilustrado por Morphart (Juan Sebastián López)

En El Mundo, de Juan José Millás, el narrador es un niño enamorado de una compañera llamada María José. Ella rompe sus sueños de amor cuando le dice que él no es interesante para ella. Entonces, el niño dice que se murió, y el resto del relato continúa con él muerto.

“Sí, toda ruptura genera una pequeña muerte en ese sentido”, dice el periodista José Guarnizo, cuando recurre a El Mundo para explicar cómo tomó su salida de la revista Semana, donde trabajaba como editor de Nación. Fue despedido el 17 de marzo de este año, lo que despertó indignación y solidaridad entre, al menos, la comunidad de periodistas y lectores de Twitter. Su trabajo es ampliamente respetado por su independencia y valor, por mirar hacia temas incómodos que involucran derechos humanos y poder. Reportajes como el de ‘”Mi coronel, ya lo maté’: el grupo de WhatsApp que crearon para asesinar a Dimar”, en el que demostró cómo la muerte de Dimar Torres, excombatiente desmovilizado, había sido una ejecución extrajudicial liderada por un coronel, demuestra su importancia, y por qué su salida de Semana fue un golpe para el periodismo nacional.

Menos de dos meses después de esa ruptura que tuvo con Semana, Guarnizo había fundado, junto con un equipo de seis personas, Vorágine, un portal de periodismo de investigación independiente que se apoya en la ilustración para potenciar sus historias. María José Jaramillo, Pacho Escobar, Laila Abu Shihab Vergara, Juan Sebastián López (Morphart), Angélica Penagos (Angie Pik) y Juan Pablo Barrientos completan el equipo. Desde su lanzamiento, Vorágine ha publicado historias punzantes sobre los 17 años de Martha Lucía Ramírez viviendo del Estado, ejecuciones extrajudiciales en Arauca, los escándalos que rodean al presidente de la Dimayor, y más. Rápidamente, Vorágine está abordando temas que otros medios ignoran y lo hace a profundidad con rigor. Ya es un portal fundamental para el periodismo y la información en Colombia.

Su apuesta por Vorágine se suma a una trayectoria robusta en el periodismo. En Semana también había sido editor general de Semana.com. Antes había sido editor de investigaciones en El Colombiano. Es ganador del premio Internacional de Periodismo Rey de España (2011), del Premio Simón Bolívar (en 2018 y 2019), del premio Nacional de Periodismo Digital (en 2019), entre otros. Su misión es buscar la verdad y escribir cada vez mejor, y los libros son el vehículo que privilegia para estos fines. Ya ha escrito dos, La viuda negra y Extraditados por error. Ahora trabaja en su tercer libro, que espera que sea el primero bueno.

Por todo esto, quise hablar con Guarnizo. Una tarde de junio nos reunimos por Zoom y hablamos del reportaje de Dimar Torres, su despido de Semana, Vorágine y su propósito, el periodismo independiente y de largo aliento y su perspectiva frente a los libros en el periodismo. Acá va una versión condensada de la charla.

“Mi coronel, ya lo maté”: el grupo de WhatsApp que crearon para asesinar a Dimar” fue uno de esos reportajes con gran impacto, y aplaudidos por su potencia narrativa además de, obviamente, lo que revelaba. ¿Cómo fue hacerlo?

Recuerdo mucho que Gerardo Reyes suele decir que, a veces, los temas nacen de la indignación. A mí me produjo mucha indignación, tres días después de que ocurriera ese asesinato, escuchar lo que dijo el Ministro de Defensa. Me daba cierta impotencia ver que los campesinos grabaron videos de cuando descubrieron el cadáver, los publicaron en redes sociales y el ministro no los tuvo en cuenta dentro de su relato. Me generó indignación porque él era el Ministro de Defensa de todos los colombianos, no solamente de los militares. Con su discurso anuló las pruebas que estaban mostrando los campesinos en video cuando descubrieron el cadáver y se dieron cuenta de que estaban intentando ocultarlo.

En ese momento empecé a ver que los medios publicaban historias y la noticia, y sentí que había muchos elementos para crear un gran relato y demostrar las mentiras del ministro. Ahí salió el primer capítulo, que no generó tanto ruido, pero es el más largo y sirve para ordenar todo el caso y las mentiras. En ese momento, a través de fuentes en Ocaña, logré encontrar la audiencia de imputación de cargos al cabo que le disparó a Dimar y la necropsia. También empecé a hablar con la esposa por mensajes de audio, porque para el primer capítulo no fui hasta allá. Los videos del primer capítulo que mostraban los campesinos eran muy crudos y sentí que la ilustración podía generar una sensación distinta. Es una sensación de sensibilidad frente al hecho que ocurrió. En ese primer reportaje también era importante reconstruir el escenario, para lo cual pedía que me mandaran fotos, investigué la fauna y la flora del lugar –yo ya había estado en el Catatumbo, entonces conocía un poco– y así pude construir ese primer capítulo, que mide como 30.000 caracteres con espacios.

Sin embargo, sabía que ahí no se agotaba el tema. Entonces, decidí persistir y proponer en la revista (Semana) un segundo capítulo. A mí en la revista, la verdad, no me pararon muchas bolas. Fue como Ah, bueno, sí. Yo sabía que había más militares involucrados, pero no sabía exactamente qué había pasado, porque en esa primera audiencia no estaba claro. Empecé a buscar fuentes y fuentes hasta que encontré una que me dijo Es que esto es más grave, porque hay un grupo de WhatsApp que se llamaba ‘Dimar Torres’ en el que hablaban los militares y se dieron tales y tales órdenes. Sin embargo, yo no tenía esas pruebas. Me tocó hacer un trabajo de paciencia con funcionarios judiciales, escarbar, ir a lugares acá en Bogotá y los funcionarios no llegaban. Ahí tomé la decisión de ir al Catatumbo. Publiqué una nota más con la familia, no hizo parte de este capítulo, fue como por legalizar el viaje. Yo quería ir a recoger insumos para poder comprobar lo del WhatsApp. Una vez encontré las pruebas, pues empecé a hacer el segundo capítulo con ilustraciones, que fue el que más ruido hizo, cuando ya nadie se lo esperaba. Los periodistas nos quedamos siempre con lo que pasó, pero no le hacemos seguimiento a los temas y los dejamos botados.

Desde ese momento sabía que iba a haber un tercer capítulo que era el nacimiento del hijo de Dimar, para lo cual hice otro viaje al Catatumbo porque quería estar con el bebé. Ese capítulo tiene más el sentido del desamparo en el que quedó la familia y ver socialmente cómo es vivir allá. Salieron esos tres capítulos. Hubo dificultad de acceso a la información y a las fuentes. Tuve que tener mucha paciencia para ir acumulando y acumulando. A veces pensaba que no iba para ningún lado, que a lo mejor no iba a encontrar esos datos que necesitaba para terminarlo de estructurar.

Yo siempre me imaginé un lector que no fuera colombiano, que no supiera nada del tema, porque a nosotros se nos ha vuelto un poco paisaje ese tipo de temas. Quería contárselo de cero a un lector en Alemania, España o cualquier lado, porque solo así se puede dimensionar la gravedad de lo que pasó: un caso en el que mintió el ministro y los soldados se pusieron de acuerdo, por orden de un coronel, para matar a un desmovilizado de las Farc. Toda esa información está contrastada también con gente que conoció a Dimar, que trabajó en el Proceso de Paz y le hizo seguimiento a su caso. Había que contrastar para saber si Dimar sí estaba cumpliendo con el proceso. Y sí, no había ni la más mínima sospecha alrededor de que hubiera seguido delinquiendo. Él se acogió al Proceso de Paz y el Estado tenía la obligación de proteger su vida, porque él era en ese momento un civil más, como vos o como yo.

Todos los victimarios siempre encuentran una justificación para el crimen que cometen. En este caso, la justificación del coronel y de todas estas personas –que, entre otras cosas, no han sido condenadas, sino solamente el autor material– era que un soldado había muerto por un explosivo del ELN, y necesitaban vengar su muerte. Por chismes, dijeron que Dimar hacía parte de esa organización, pero nunca encontraron nada, a pesar de que le hicieron seguimientos ilegales.

Es un reportaje en el sentido clásico de la palabra, porque como dice Jon Lee Anderson, en los reportajes se nota el paso del tiempo. No es hecho de un momento a otro. El tiempo tiene que pasar y en el relato se tiene que notar el paso del tiempo para que pueda ser un reportaje en el sentido clásico.

Esta es la ilustración de Angélica Penagos que acompañó el reportaje de Guarnizo.

¿Por qué lo despidieron de Semana?

Siento que mi despido se debió a varias circunstancias. Creo que la revista mostró un poco su talante al darle la espalda a muchos empleados en el momento en que apenas estaba comenzando la pandemia, porque, sin duda, no es una empresa que tenga problemas económicos. Detrás de Semana está la familia Gilinski, que tiene una de las fortunas más grandes de este país, y recientemente había hecho muchas inversiones y había contratado a mucha gente. Yo creo que el tema de fondo venía por otro lado. Siempre pensé que a mí me iban a despedir en algún momento, porque sentía que lo que yo hacía no era tan interesante para los propósitos hacia los que se estaba encaminando la redacción en algunos ejes. En esta nueva administración estaban buscando triplicar el tráfico en internet, así lo propuso la gerente Sandra Suárez y el mismo Gilinski, y la estrategia para triplicar el tráfico tenía que ver con que la idea a futuro era que esa audiencia triplicada terminara siendo receptora de canales de publicidad de la familia Gilinski.

Eso es válido, es un negocio. Lo que pasa es que el periodismo no es necesariamente un negocio. Es decir, así lo están concibiendo ellos, que tienen una visión capitalista y de generar réditos y ya, pero el periodismo tiene otro cariz: cumple una función social. Además de eso, los medios no son dueños de la información. Esa famosa columna de Daniel Coronell que le valió su despedida habla un poco de eso: Ustedes son dueños de ese portentoso edificio que tienen en la 78 con 11, pero no son dueños de la información. Entonces las cosas a las que yo le estaba apostando últimamente –a las que siempre le he intentado apostar– mientras cumplía mis obligaciones de otro tipo como coordinar equipos, editar notas, no iban muy en consecuencia con que en Semana querían que los periodistas hicieran ocho notas diarias, o que entre más contenido tengas más tráfico hay. No sé qué otras circunstancias haya detrás, pero ya no importa.

Usted lo plantea en términos de forma, pero ¿cree que el contenido de sus notas pudo tener que ver en su despido?

No sé. Algunas veces sí notaba que las cosas que yo proponía no eran las cosas que a ellos les interesaban. Por ejemplo, lo de Dimar Torres y el segundo capítulo: a mí no me lo censuraron, pero no me paraban bolas. Le pusieron dos páginas en la revista impresa, que es un espacio muy corto. Igual yo saqué el capítulo entero en internet. Muchas veces hubo temas que yo propuse y no clasificaban en la revista.

Siempre he creído que lo que uno cree del periodismo tiene que ser más grande que el jefe que uno tenga y que el medio donde trabaje. Yo siempre he tenido claro desde hace muchos años, desde que empecé a trabajar en esto, que mi meta o mi norte son los libros, intentar aprender a escribir. Todavía estoy aprendiendo. Siempre, llegar a una sala de redacción es como cuando vas en un barquito, llegas a un puerto, atracas ahí y vives una escuela. Luego, esa escuela uno la devuelve a los periodistas más jóvenes. Siempre vas a aprender algo. Y luego te montas al barco de nuevo. Así ha sido durante toda mi carrera.

Es la primera vez que a mí me echan, pero yo siempre renunciaba en cierto momento para seguir intentando dedicarme a escribir libros. Yo desde el año pasado tenía claro que era el momento de fundar un medio de comunicación. Se lo dije a varios compañeros de la revista. Y también el momento de escribir un libro, cuya reportería ya tengo muy adelantada. Sentía que era el momento, pero me hacía falta arrojo para poderlo hacer. La revista me hizo un favor, o adelantó los tiempos, para seguir en ese camino, y está bien. No deja de parecerme un poco rudo el hecho de que te den la espalda en un momento de tanta incertidumbre.

Yo creo que igual tenía que nacer Vorágine. Eso es lo único que yo sé hacer y lo único que me gusta hacer. Hoy se llama Vorágine, a lo mejor mañana se llama distinto, pero el oficio siempre va a ser el mismo: intentar caminar por el rumbo de hacerlo lo mejor posible en este oficio.

Esa era mi siguiente pregunta. Entonces, lo despidieron y, luego, ¿cómo surgió Vorágine?

El mismo día que a mí me despidieron, como a las 9:30 de la mañana, yo salí de la revista y me fui caminando. Juan Pablo Barrientos, que es como mi hermano y es amigo mío hace muchos años, me dice Venite pa’ la casa y almorzamos con Pacho. Ellos dos ya me habían comentado anteriormente que querían montar un medio. Yo llegué allá, me reuní con ellos y les dije que también quería montarlo y que tenía una idea. A mí se me había ocurrido, desde hacía mucho tiempo, hacer un periódico dibujado en el que el cómic y la ilustración jugaran un papel importante, junto con los textos de largo aliento. A ellos les sonó mucho la idea. Yo les mostré un poco Pictoline y Joe Sacco; Santiago García y Javier Olivares, que tienen un libro increíble que se llama Las Meninas, que es novela gráfica.

Cuando yo estudié en España en 2015 –un año que me di para leer y escribir en un master de creación literaria– vi mucho comic. Allá hay una tradición más larga en ese sentido. Yo decía Juepucha, esto es periodismo. Me vine con esa inquietud y sabía que en Colombia no había un medio que se le dedicara tanto a eso. Es decir, aquí hay mucha ilustración, buena, interesante, en los medios independientes, pero yo me soñaba que tú en Instagram vieras un cómic y te enteraras de lo que está pasando desde un punto de vista crítico en la realidad del país. A ellos les gustó la idea y decidimos empezar a armar equipo.

Nos encontramos con dos ilustradores, Angie Pik –la misma que hizo las ilustraciones del artículo de Dimar Torres– y Morphart (Juan Sebastián López) –con el que había trabajado en El Colombiano–. Luego entraron Laila Abu Shihab, una amiga de Juan Pablo y periodista con una trayectoria larga, y María José Jaramillo, que era la jefe de comunicaciones de El Colombiano y entró a ser nuestra gerente. Somos siete personas, es un equipo pequeño. Ha sido muy chévere porque concebimos la idea desde cero. Desde escribir qué éramos y qué íbamos a ser, paso a paso, para luego llegar a la identidad, el nombre, el logo, las secciones, en fin, todo muy pensado.

Es un medio muy chiquito, pero para nosotros ha sido una aventura maravillosa en medio de una época muy dura a nivel personal. Está bien, me hicieron un favor cuando me echaron, pero uno está acostumbrado a ir a una revista donde están tus amigos, donde llevas muchos años, y de golpe te dicen chao. Cada vez que se produce una ruptura de esas es como una pequeña muerte. A mí se me unió con una ruptura afectiva personal también por esos mismos días. Fuera de eso, estaban la cuarentena y la incertidumbre. Al final, uno se da cuenta de que todo final es un comienzo, en realidad, desde que tengamos vida. Fue difícil, pero fue muy bacano poder crear algo desde ceros. No nos vamos a reinventar el periodismo ni mucho menos, simplemente es una opción más donde puede uno encontrar periodismo de investigación. Más que reinventarse el periodismo, queremos intentar volver a la raíz.

¿Cuál es el plan para hacer que Vorágine sea sostenible?

Tú no puedes meter todos los huevos en una sola canasta. Tenemos comic e ilustración y eso lo combinamos con el periodismo de investigación, entonces queremos hacer varias cosas. Primero, volvernos un espacio de capacitación en los dos campos: estructuramos un portafolio de talleres dirigidos a la empresa privada, instituciones y universidades, que tienen que ver con temáticas de periodismo de investigación y novela gráfica, ilustración y cómic periodístico. Entonces, queremos llegar a través de talleres a más comunidades, a más gente. Eso hace parte de la financiación de Vorágine.

Al mismo tiempo, queremos ser una editorial y poder hacer tirajes de corto alcance de libros de cómic con distintas temáticas. Queremos estar en Ferias del Libro y así ir llenando de sentido al proyecto. Al mismo tiempo, estamos apostando a grants internacionales que financian proyectos de periodismo independiente y estamos elaborando proyectos y participando en convocatorias y demás. Por último, están las donaciones, que están en el último nivel de la escala. Hay gente que a lo mejor quiere apoyarnos. Desde el primer día que salimos ya hay personas que han donado, se suscribieron y pagan una mensualidad. Pero, como esperábamos, no es el grueso de la financiación.

Por eso tenemos una gerente, María José Jaramillo, encargada por ahora de elaborar los proyectos, de tocar puertas para esa financiación. Ella está dedicada a eso y nosotros estamos dedicados a producir contenidos. Entonces es un proyecto que a mí me pareció muy aterrizado. De hecho, ya tenemos una pequeña fuente primera de financiación después de haber tocado una puerta. Pues con eso estamos, más los ahorros de todos, pero estamos pensando más a mediano y largo plazo.

Siempre he tenido como filosofía de vida que, si esto lo pudieron hacer otros, nosotros por qué no podemos hacerlo. No nos vamos a inventar nada, pero tenemos muchos años de experiencia todos los que estamos ahí y yo creo que eso es un capital. Como decía Tomás Eloy Martínez, el mayor patrimonio que tiene un periodista es su nombre. Ya la gente sabe uno qué hace. No quiero decir que es mejor que otros periodistas, simplemente es una forma de hacer periodismo.

¿Cómo ve las posibilidades del periodismo independiente hoy? ¿Qué implica hacer periodismo independiente?

Creo que eso tiene que ver con la manera en que toda la vida he concebido el periodismo: como un contrapoder. Trabajé en El Colombiano cinco años, en la época más uribista que tuvo con la dirección de Ana Mercedes Gómez. Renuncié justo cuando sentí que iba a estar en juego mi independencia como periodista. Fue cuando había un director general que hacía más política que periodismo. Nunca tuve ningún problema, en parte porque hacía periodismo judicial. Los que sentían las tensiones eran los que escribían de política. Cuando me propusieron algo que contravenía mis principios, renuncié.

En Semana ha habido la tradición, a pesar de casos muy puntuales, de funcionar como un contrapoder. Hubo una época terrible en la presidencia de Santos, muy gobiernista, pero yo entendía que respondía por mis textos y no por las portadas de Felipe López. Creo que toca remar a contracorriente dentro de los medios. Creo que así también lo conciben mis compañeros de Vorágine, ese es nuestro espíritu. No se trata de que el periodismo sea el enemigo de los gobiernos, simplemente está en otro lugar, no es amigo. Debe estar alejado para poderlo ver con ojos críticos y hacerlo por los ciudadanos.

Está pasando que la mayoría de los medios tradicionales pertenecen a grandes fortunas y a personas que tienen muchos intereses en la empresa privada. Me alegra mucho ya no ser parte de este medio, pero yo conservé mi independencia mientras estuve en la revista. La independencia es como la ética. En la ética, decía el maestro Javier Darío Restrepo, uno es el legislador de sí mismo. En este caso, la independencia la demuestras también con tus propios trabajos, que hablan por ti. Creo que Daniel Coronell ha mostrado mucho eso: antes de que lo echaran, fue capaz en su última columna de criticar a la revista por un contenido falto de ética que publicó. Tuvo que ver con nuestra salida también, porque W Radio informó que nos habían echado y ellos hicieron un artículo en contra del grupo empresarial. Eso es anteponer los intereses económicos a una función social del periodismo.

¿Y usted cree que se está haciendo más difícil el ejercicio de ese contrapoder? Porque yo siento que este es un momento crítico en el que los principales medios están desprestigiados por lo que se lee como un amiguismo como el poder.

Lo que pasa es que cuando uno dice “medios”, uno suele meter en un solo costal a todo el mundo. Pero los medios son muy heterogéneos, también. En Semana está Ricardo Calderón, y más contrapoder que Ricardo no existe. Está Jaime Flores, que fue mi alumno y luego fue mi compañero. Pero luego hay otros periodistas que son gobiernistas. Hay una cantidad de distintas miradas dentro de los medios. Y al final están quienes toman las decisiones. Ahí es donde uno se da cuenta ciertos intereses que hay alrededor. A veces en Semana nosotros veíamos la portada y decíamos ¿Cómo hacen eso? ¿Cómo ponen eso en portada? Las portadas de Duque, por ejemplo, la del timonazo, que fue horrible, o la de Un año de aprendizaje. Pero hay periodistas dentro de los medios que no piensan como piensan sus directores. Lo ves en El Espectador, en El Tiempo.

La independencia o los medios independientes, incluido Vorágine, no son garantía de buen periodismo. Que por ahí algunos medios independientes estén haciendo buen periodismo es una cosa. La independencia es un requisito sine qua non para hacer periodismo, pero se necesitan muchas más cosas. Yo pienso que el mayor compromiso político de un periodista es escribir bien. A medida que vas avanzando y vas aprendiendo a escribir, a medida que vas conjugando el dominio de una técnica –que solo lo encuentras en los libros– y vas avanzando en la experiencia vital –que solo la encuentras en la calle– pues vas a estar mejor preparado siempre para contar una historia que llegue. Solamente el que puede contar esa historia que llegue pues puede mover más las fibras de un lector o puede llegar a la cabeza de un lector; puede hacer periodismo crítico y periodismo bien hecho. Se requiere no solamente el arrojo de querer hacerlo, sino prepararse para esto. No hay nada peor que a alguien le llegue una buena historia y la eche a perder. Puede pasar porque estás pensando más en ser amigo de tus fuentes o no te has dedicado a aprender el dominio de la técnica y a enriquecer tu criterio, sino que has estado como pendiente de otras cosas.

Varios medios, incluido Semana, han estado apostándole a un modelo más de clicks y vistas masivos. Hace unos años se hablaba en los medios gringos del pivot to video. ¿Qué lugar ocupa el periodismo de largo aliento en este panorama?

Creo que eso ya está inventado. Alguna vez se lo preguntaron a Gumersindo Lafuente, que era editor adjunto de El País, y él decía Pues, si nosotros quisiéramos más clicks, pondríamos todos los días en la portada de El País a Carla Bruni desnuda. No se trata tampoco ni de que sea largo o corto. Le creo a Hemingway cuando decía que no importa lo largo o corto: más bien tiene que ver con que los textos no estén llenos de adjetivos, adverbios y retórica, y más bien tengan sangre, hueso y músculo. Lo que pasa es que pueden existir en textos de 10.000 caracteres con sangre, hueso y músculo, y también puede existir un texto de 100.000 caracteres con sangre, hueso y músculo.

Se trata de perseguir la verdad. Encontrar la verdad, es muy difícil, no existe, es un concepto bastante inasible y etéreo, pero a uno sí lo tienen que obligar a buscar la verdad. Ahí está el principio de este oficio. Tú no puedes encontrar la verdad si haces ocho notas al día, y eso es lo que le están pidiendo los periodistas de breaking news de Semana. No te da tiempo, no vas a la verdad. Ni siquiera lo vas a intentar, porque es imposible. Segundo, no puedes tener un producto de calidad haciendo ocho notas al día. Y claro, siempre te vas a debatir. ¿Será que le damos a la audiencia lo que está pidiendo? Seguramente ahí hay una audiencia masiva que quiere y que está pidiendo saber qué pasó en la relación en que terminaron dos cantantes, por ejemplo.

Ahí entra también lo que dice Martín Caparrós de hacer periodismo contra el público, ¿no?

Sí, exacto. Ahora, tampoco quiere decir esto que le tengas que dar la espalda a la audiencia y no hablar de lo que le preocupa. Es un equilibrio. Siempre ha existido el dilema, desde que nació la prensa. De ahí nace el concepto de amarillismo: de El Chico Amarillo, que era un personaje de las caricaturas que salía en la prensa norteamericana. Y luego, a partir de ahí, empiezan a salir los grandes titulares de la prensa amarilla o de la prensa popular. Entonces, ¿qué pasa? Que los medios tradicionales se están volcando, sin darse cuenta, hacia la prensa amarilla. Lo que genera clicks es lo que publicó W Radio en estos días sobre Lorena, la chica que tuvo sexo en una llamada. Pues eso es lo que hacía la prensa popular y la prensa amarilla años atrás. Y sí, y lo peor es que ellos no se están dando cuenta de lo que están haciendo, del juego en el que están cayendo. Es un juego ampliamente conocido en las decisiones editoriales que se han tomado a lo largo de la historia de la prensa.

Entonces, creo que no se trata de sacralizar los textos largos, sino de buscar la verdad por todos los medios posibles; de ofrecerle al público, quiéralo o no, información de calidad. Es como si tú eres médico o eres economista. Si vas a operar a alguien, pues tienes que operarlo bajo los mayores estándares, porque se te va a morir el paciente. Y yo creo que hay que tener la mística, darle a este oficio los mayores estándares que tú puedas tener. Obviamente, errores vamos a tener todos, en Vorágine también. Pero vamos a intentar hacer periodismo de calidad, como lo vienen intentando hacer otros medios y otros periodistas.

Con Ricardo Calderón, desde Semana, estaban haciendo un trabajo excelente y miedoso al revelar delitos dentro del Ejército. ¿Cuál es su lectura de esa situación hoy? ¿Qué está pasando en el Ejército? ¿Qué tanto se puede rastrear al cambio de gobierno de Santos a Duque?

Bueno, no me gusta hablar mucho de eso, porque siento que son los textos los que deben hablar por uno. No es un secreto para nadie, incluso lo hizo Ricardo antes que el New York Times, lo que pasa es que Alejandro Santos no lo público, y lo dijo Daniel Coronell en la columna que le valió la primera echada. Ricardo logró demostrar que con el cambio de gobierno se habían dado unas directrices, que hacían parte de una doctrina de lo que significa el uribismo. Es una directriz que premiaba los resultados más allá del respeto a los derechos humanos. De hecho, el asesinato de Dimar Torres es producto de eso. Nosotros sacamos por primera vez lo del cementerio de Dabeiba. Eso es evidente y ha quedado demostrado. Yo creo que sí hubo un cambio en la cúpula que generó también un retroceso frente a lo que se habían convertido las Fuerzas Militares al final del gobierno de Santos. El gobierno de Santos igual tuvo ministros nefastos, como el ministro Villegas, el famoso autor de la frase del lío de faldas.

Estas ilustraciones de Angélica Penagos (Angie Pik) acompañan “Endeudados con el entierro”, un reportaje de Guarnizo en Vorágine.

En “Endeudados con el Entierro”, un reportaje suyo en Vorágine cuenta la historia de un posible casos de falsos positivos o ejecuciones extrajudiciales con Eliécer Sánchez y José Chaparro, en Arauca. ¿Cómo hizo ese artículo?

La primera pista me la dio Ricardo Calderón. Me mostró un papelito, una especie de balance operativo, y me dijo Ve, mirá este caso en Arauca, que me parece que no cuadra mucho. Se enfrentan unos soldados con toda esta artillería a los chicos que iban en una moto y, fuera de eso, una de las pistolas que muestran en el operativo era de salva. No hay proporcionalidad. Yo empecé a investigar hasta que encontré a la familia, y ellos habían acabado de poner la denuncia en la personería de Tame por una ejecución extrajudicial. Entonces ya fue ganar un poco la confianza de la familia, ir hasta el lugar. Ahí en el artículo hay una escena en la que nos para la policía y nos lleva la Sijín y tal. Eso me dio pie para pensar que, si a nosotros nos hostigaban y no éramos de allá, imagínate una víctima o una persona que pone una denuncia en contra las autoridades donde ellos mandan.

Creo que este es un caso que no se ha cerrado. Ahí hay unas preguntas que no ha contestado el Ejército. Era un relato que yo tenía guardado y que decidí sacar ahora, porque en Semana no hubo espacio para contar la historia. Yo seguí haciéndole seguimiento del caso y hablando con los familiares. Dejé pasar el tiempo para analizar los hechos con la distancia del tiempo. Entonces, después analicé la necropsia más detalladamente, se la pasé a médicos legistas que me ayudaron a observarla de otro modo. Empecé a escuchar audios que no escuchaba hace varios meses.

Era un relato necesario para mí, como para dejar constancia de algunos hechos e intentar también pedirle a la Fiscalía que termine de investigar ese caso, porque todavía hay muchas preguntas que no se han resuelto. Pienso que este puede ser un primer capítulo de un caso que siga. Es un caso que no estaba en la agenda pública, y no es necesario tampoco que se esté hablando de un caso para que tú lo hagas. Basta con que te parezca importante hacerlo, y que te sientas obligado a hacerlo por responsabilidad. Es un caso abierto y es importante hacerle seguimiento y estar ahí atento a lo que pase alrededor.

Hablaba antes de que le gusta escribir libros y que está escribiendo uno ahora mismo. ¿Cómo ve el panorama de libros periodísticos hoy en Colombia y cuál es su importancia?

Escribir un libro es muy fácil. Lo que es difícil es escribir un buen libro. He hecho dos intentos de escribir libros y no creo que sean buenos. Los miro hoy con perspectiva y siento que los habría escrito de forma distinta hoy. Yo tengo 39 años, y hay algunas cosas que me parece que escribía mejor cuando tenía 27, 28, 29; me parecen como más chéveres. Los dos libros que escribí anteriormente, hoy en día no me gustan tanto. Pero alguna vez le pregunté a Enrique Vila-Matas por su primer libro y él dijo Pues a mí me parece un libro muy malo, pero ese libro me mantuvo vivo durante esa época. Estos dos libritos en esos momentos me mantuvieron vivo. Fue también una evolución, tú no eres el mismo cuando escribes un libro.

Este es un tercer intento, y para mí es el primer intento de escribir un proyecto narrativo de largo aliento. Me parece que va llegando el punto en que ya necesitas escribir algo mucho más de largo aliento, desde el punto de vista de la investigación, de la estructura, de las fuentes, de los personajes, de las escenas. Son muchas cosas, ya voy a empezar a elaborar un mapa en la pared y mirar cómo se unen los personajes.

¿Un mapa así como el de Matarife?

Sí, pero un poco menos showcero y menos mediático. La gran crítica que yo le hago a Matarife es justamente ese corcho con esos hilos rojos. Eso es absurdo, es una puesta en escena. No es real. Pero para armar estructuras tú sí necesitas hacer mapas. ¿Cuáles son los personajes? ¿Cuáles son las escenas más importantes del libro? Digamos que dibujar la estructura es muy importante. Guy Talese hacía unos dibujos muy llamativos. Hay gente que hace mapas, hay gente que dibuja y gente que pinta.

La diferencia entre forma y estructura es que la forma es algo que está dado por la naturaleza. Una piedra tiene una forma. La estructura es algo que tú creas. Yo soy muy estructuralista. Creo que en la estructura está la gran apuesta narrativa tuya. Es decir, ¿cuál es? ¿Cómo voy a crear tensión en ese libro? ¿Cómo voy a tener el control del tiempo? Y en esos textos tienes que graficarlo. Tienes que hacer algo para poder jugar con esas piezas y jugar con esas fichas. Y finalmente, ahí está la propuesta de autor. Va mucho más allá de la prosa, del tono y la atmósfera.

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Santiago Cembrano
IntereSanti

Autor de ‘La Época del Rap de Acá’ y ‘Normas Rappa’ // Antropólogo. Escribo de rap, música y cultura.