¿De quién nos rodeamos? ¿Es el momento de derribar estigmas?

En una sociedad hipermoderna, que avanza a pasos agigantados parece contradictorio la aparición de estigmas cada vez más marcados y frecuentes. ¿No se supone que somos la generación más preparada, la más tolerante y la más abierta? Me pregunto el por qué de que dentro de esa tolerancia colectiva y en ocasiones, populista, seguimos sin conocer y aprender de la psicología, del mundo que abarca, de los problemas que sufren nuestros “hermanos y hermanas” a los que tanto defendemos en las calles.

En relación a los trastornos de la personalidad, encontramos 3 grupos de clasificación, atendiendo a cualidades básicas de los distintos trastornos de los cuales voy a hablar a continuación.

En le grupo A, nos encontramos con las personalidades más asociadas al espectro psicótico. Personalidades como la esquizoide, introvertidos, fríos y característicamente asociales. Paranoides, personas cuyas vivencias se internalizan como ataques personales que derivan en trastornos delirantes crónicos. Por último esquizotípicos, individuos con ideas delirantes, paranoides, que desconfían de lo que les rodea, que viven todo como una amenaza.

En el grupo B, se determinan personalidades más extremas, con repercusiones sociales más marcadas, caracterizadas por conductas alteradas y exacerbadas que para nada encajan en los estándares sociales. Entre ellas nos encontramos con los denominados disociales (asociales, sociópatas) los cuales se identifican por conductas como la mala educación, pérdida del miedo y una profunda falta de empatía, extremos y radicales quienes burlan las leyes, y en ocasiones “deciden morir antes que ser capturados”. Aquí encontramos, una de las personalidades más llamativas, la limítrofe o “Borderline”, quienes constantemente requieren de numerosos recursos socio sanitarios, con un alto riesgo de suicidio. Por otro lado, los histriónicos, llamativos en cuanto a su actitud, desmedidos en sus actos, histéricos por definición, alarmistas y llamadores de atención innatos, que ante la menor posibilidad de pérdida de razón adoptan conductas infantiles. Finalmente, los bien conocidos narcisistas, guapos por imposición, dominantes de las situaciones sociales, abusadores de poder y sin miedo al menosprecio ajeno con tal de sentirse superiores, pero tremendamente delicados a las críticas.

En el grupo C, aquellos quienes se acercan potencialmente a trastornos del estado del ánimo, depresivos casi por definición, y sufridores de la angustia y el pánico. Como son los evitativos, quienes padecen de miedo crónico al encuentro social, retraídos y tímidos por naturaleza. Los dependientes, incapaces por sí solos de llevar a cabo decisiones, que requieren “de otro” para ser, llegando a vivir auténticas relaciones tóxicas. Por último, los perfeccionistas u obsesivos, tremendamente pulcros y entregados, sensibles a la depresión.

¿Somos justos cuándo tratamos con personalidades como ellas? Después de tanto “aprender” a lo largo de nuestro recorrido como estudiantes, en las diferentes modalidades tanto obligatorias como opcionales, parece que se nos escapa algo, parece que el mundo que nos rodea se resume en teorías científicas y en acuerdos sociales que rigen las bases de nuestras vidas. ¿Por qué sabemos comunicarnos con extraños a través de redes sociales de manera tan extraordinaria? Somos los mejores haciendo fotos, descubriendo paisajes y disfrutando a través de la cámara de lo que sólo nuestros podrían hacer recuerdos imborrables. Sabemos como sacar partido a la ropa más barata para que parezca digna de una alfombra roja, sabemos apreciar en los detalles de una arquitectura que ni siquiera conocemos, y peor aún, que ni siquiera nos importa, la grandeza del ser humano, que posteamos en forma de “arte” para que nuestros seguidores de un “like de cultura”.

Aparentemente somos dueños y conocedores de todo lo que nos rodea, expertos en relaciones sociales de las que sólo sabemos sacar provecho, de las que no disfrutamos realmente. Sin embargo, cuando se presenta en una mesa entre cervezas y tapas una persona “extraña” a nuestra visión idílica de mundo moderno, escondemos los móviles, frenamos en seco nuestra imaginación, y como si sólo nos tratásemos de la amígdala, nos volvemos primitivos, nuestros músculos parecen realizar compases armónicos para denotar rechazo, miradas atravesadas y gestos de disgusto. No somos responsables del “del mal ajeno” pero si somos responsables de lo que creamos, y de lo que somos capaces de comunicar con tan solo un gesto, una mirada o un hecho. Los trastornos de la personalidad enmascaran muchos trastornos de mayor índole, no es una ciencia cierta que el entorno social limite el alcance y progresión de las personalidades, pero si de algo estoy segura, es que la falta de conocimiento sobre aquello con lo que podemos encontrarnos fuera de las fotos de influencers, vuelve sombría la manera de vivir de algunos.

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