La paradoja del incentivo

En ocasiones, premiar a una persona por realizar una actividad no es la mejor opción para motivarla. Para entender este curioso fenómeno nos remontamos al año 1953, cuando un grupo de investigadores de la universidad de Stanford realiza un experimento que consistió en ir a un aula de niños de entre tres y cinco años a los que les gustaba dibujar y lo hacían de forma espontánea. Se dividió a estos niños en tres grupos, al primero se le dijo que les iba a dar un reconocimiento si dibujaban (grupo con recompensa esperada), a otro grupo simplemente le dijeron que podían hacer lo que quisieran de manera libre (grupo sin recompensa) y al último grupo le dijeron también que podían jugar como ellos quisieran y, de forma inesperada, al final le dieron una recompensar (grupo de recompensar no esperada). Pasados unos días, los psicólogos volvieron a encontrarse con los niños, observaron que aquellos a los que le habían ofrecido una recompensa si dibujaban, habían dibujado menos curiosamente. En cambio, al grupo al que no le dijeron nada y al que le dieron un reconocimiento de manera sorpresiva, continuaron dibujando de la misma manera. Los niños del grupo de recompensa esperada dejaron de dibujar de manera espontánea, ya que estaban esperando una recompensa, si no había la promesa de una recompensa en el futuro, preferían hacer otra cosa; la conducta se reduce porque ya solamente están esperando la recompensa, lo que ha ocurrido es que se ha perdido la motivación intrínseca, que es el deseo propio, la espontaneidad, el solamente hacer una actividad por placer, porque a uno le gusta y se ha sustituido por la motivación extrínseca, en la que el deseo de realizar la actividad viene dado por un incentivo externo, fuera del control del individuo.

Curiosamente, este experimento nos enseña que las recompensas pueden tener un efecto contradictorio, en lugar de que las recompensas aumenten la conducta que queremos, la reduce. Esto ha tenido diferentes aplicaciones tanto en la psicología educativa como en la laboral, por ejemplo en la orientación vocacional a la hora de decidir si estudiar algo que nos provoque curiosidad, interés o algo que nos vaya a reportar un mayor beneficio económico. Para los psicólogos lo mejor sería decidir en base a la motivación intrínseca, que representa el deseo, el querer… Si optamos por la opción basada en la motivación extrínseca lo haríamos movidos hacia el “tener que”, o el evitar algo negativo.

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