LOS OJOS DE LA BELLEZA

Los ojos con los que miro la belleza, ¿están en mi? ¿son míos o me los han dado? ¿Determinamos lo que es bello con nuestros ojos, o con los ojos de la sociedad?

He querido llamar “los ojos de la belleza” a aquellas bases que sentamos para determinar lo que es hermoso y lo que no. Los ojos de la belleza son los ojos con lo que juzgamos el atractivo de nuestro alrededor, y siempre me ha resultado curiosa la siguiente cuestión: ¿por qué unas cosas nos parecen bellas y otras no?

Por supuesto aquí encontramos un claro componente subjetivo e individual. Pero existe también un importante factor social y biológico, que nos empuja a considerar ciertos estímulos como más “bonitos” que otros.

Podríamos extrapolar esta cuestión a prácticamente todos los campos de la vida: los estereotipos de la belleza humana en redes sociales, la belleza del medio físico (por ejemplo, en la naturaleza), la belleza que encontramos en ciertos tipos de música… Pero he preferido centrarme en la belleza artística, concretamente los cuadros.

El origen del concepto de belleza lleva implementado en nuestros genes desde la prehistoria: cuando se buscaba la pareja con mayores posibilidades de procrear, únicamente nos podíamos basar en el aspecto físico. Entre los rasgos más buscados en la pareja se encontraban caderas anchas, cabello largo, ojos y labios grandes, en las mujeres; y espalda ancha, mandíbula cuadrada y torso musculoso en los hombres. Si nos damos cuenta, hoy día tendemos a usar esas mismas características, por ejemplo, en un cuadro, para indicar que la mujer retratada es “bella”.

Si comenzamos nuestra búsqueda en la RAE, leeremos que lo bello es “aquello que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído, y al espíritu”.

En términos filosóficos, para Pitágoras, la belleza tenía que ver con la perfección, las matemáticas y el orden del cosmos. Para Aristóteles, es bello “aquello que es valioso por sí mismo (no por su utilidad) y a la vez nos agrada, nos proporciona placer o admiración”. (Aristóteles, el arte y la felicidad, 2019)

Otras definiciones añaden que las características que se suelen atribuir a lo bello son la armonía, la proporción, la simetría y la perfección (quizá por esto nos resulta más difícil contemplar la belleza en el arte abstracto, ya que no suele presentar armonías).

Respecto al componente psicológico de la belleza, se ha demostrado que el equilibrio visual nos produce bienestar emocional (La psicología de la belleza, 2016). Además, las impresiones sensoriales que percibimos al observar una obra pueden estimular nuestra imaginación y creatividad. A menudo, también se representan escenas que pueden ayudarnos a consolidar o modificar nuestra percepción de ciertas realidades o hechos.

A todo ello se añade un claro componente social. De hecho, muchas obras de pintura famosas, podrían no resultarnos bellas si no fueran mundialmente conocidas. Simplemente confiamos en la opinión de expertos en la materia, y muchas veces en la opinión de la mayoría.

A continuación os presento dos cuadros, ¿cuál os parece más bello?

El primer cuadro se titula “Les Femmes D’Alger” y pertenece a Pablo Picasso (cubismo). El segundo cuadro se titula “N. 17A, 1948” de Jackson Pollock (expresionismo abstracto). El primero fue vendido por 170 millones de dólares, mientras que el segundo, fue vendido por 200 millones de dólares.

¿Deberíamos abrirnos a nuevos tipos de arte que no concuerden con nuestras atribuciones a lo bello? ¿Cómo apreciar y entender la singularidad de estas obras, que se alejan de la armonía?

¿Dónde poner el límite entre un cuadro abstracto valioso, y aquel que es simplemente una “mancha”?

Sin duda, cuando nos salimos de las cuestiones simétricas y las proporciones de armonía, lo estético resulta mucho más difícil de clasificar. De hecho, aquí entra el componente subjetivo, puesto que el límite lo ponemos nosotros. Donde termina lo común comienza la valoración personal. Y por ello, para terminar, me gustaría compartir con vosotros un párrafo de Fernando Savater:

<<… Porque quizá lo que en arte puede ser llamado belleza -si es que admitimos que lo que pretende el arte es producir belleza a toda costa- tiene poco que ver en muchas ocasiones con el sentimiento de agrado o con la placidez de lo decorativo. El poeta Rainer María Rilke opinaba que la belleza “es aquel grado de lo terrible que aún podemos soportar”.

La atracción del arte no nos llega siempre como una suave caricia, sino a menudo como un zarpazo. Alain, un pensador contemporáneo que escribió mucho sobre el proceso artístico, señala que “lo bello no gusta ni disgusta sino que nos detiene”. El primordial efecto estético es fijar la atención distraída que resbala sobre la superficie de las cosas, las formas, los sentimientos o los sonidos sin prestarles más que una consideración rutinaria.

Según este criterio, es realmente hermoso todo aquello en lo que no hay más remedio que fijarse. Más que buscar nuestra complacencia o nuestro acuerdo, el arte reclama nuestra atención>>

(Savater, 1999)

Y tú, ¿cómo determinas lo que es realmente bello y lo que no?

Los ojos que miran la realidad son los que la crean.

Referencias:

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