Más allá del Sistema Nervioso Central (II)

En la primera parte os hablé de que no sólo el Sistema Nervioso Central contiene neuronas y neurotransmisores, sino que existe un “segundo cerebro” al que la investigación le está empezando a prestar bastante atención pues parece tener mucho que decir en el estudio del comportamiento y la psicopatología.

En las tripas de la mente.

Pero esto no es todo. Mi intención es mostrar que no tiene mucho sentido que el estudio del comportamiento se centre solo en el SN. Nuestro organismo está formado por un gran conjunto de sistemas que no trabajan de forma aislada, sino que están en constante comunicación y la influencia que unos tienen sobre otros no puede ser ignorada a la hora de entender la conducta humana.

Un ecosistema en nuestro interior

Y no se trata solo de sistemas, sino también de ecosistemas. Y de esto quiero hablar en esta entrada. Y es que, en nuestro tracto digestivo conviven con nosotros 100 mil millones de bacterias. Seguro que ya lo sabías, que tenemos una ‘microbiota’ muy extensa en nuestro interior. Pero quizás no sabías que son mil veces más las bacterias que viven en nuestro interior, que estrellas hay en nuestra galaxia; y que son 5 veces más numerosas que las células de nuestro cuerpo. Se trata de un ecosistema organizado que pesa de 1 a 2 kg.

Pero, ¿qué hacen ahí? Nosotros les damos hogar y alimento y, ¿qué nos dan ellas a cambio? Básicamente, sin ellas no sobreviviríamos. Están estrechamente relacionadas con nuestro sistema inmunológico, que depende de ellas. Por otro lado, generan alrededor del 30% de nuestras calorías; las bacterias digieren en nuestro lugar parte de los alimentos que ingerimos que de otro modo no podríamos aprovechar, y producen vitaminas, hormonas y enzimas. Además, nos ayudan a detectar sustancias tóxicas y activar los procesos de expulsion y defensa pertinentes.

Somos colonizados desde el primer segundo de vida

Las bacterias colonizan nuestro interior desde los primeros instantes tras nuestro nacimiento. El bebé estéril recién nacido, es invadido inmediatamente por miles de microbios. Las primeras bacterias que se instalan en el intestino seleccionarán a las nuevas, y luego se estabilizarán, variando muy poco con el tiempo y creando una marca personal, tan única como nuestra huella dactilar.

La ingesta de antibióticos en la madre o el bebé, la cesárea, el biberón en lugar de la lactancia o el exceso de higiene, son factores que reducen el contacto del recién nacido con bacterias y empobrecen la calidad y cantidad de la microbiota del bebé y del futuro adulto.

Nos “controlan” desde adentro

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que nos interesa? ¿Cómo inflluyen estas bacterias en el comportamiento humano? Parece que las bacterías de nuestro organismo no sólo se dedican a digerir guisantes, van más allá, determinan nuestra conducta mucho más de lo que podríamos llegar a imaginar. Se trataría de una simbiosis no sólo fisiológica, sino también conductual. Tan sólo con saber que las bacterias intestinales también sintetizan neurotransmisores y hormonas, nos podemos hacer una idea del “control” que pueden llegar a ejercer sobre nuestro funcionamiento. Se podría decir que se trata de un ‘tercer cerebro’

Estudios de laboratorio con ratones, han mostrado que un ratón criado en un entorno estéril, sin bacterias, se comporta de manera extraña, se arriesga y tiene comportamientos irresponsables. Los ratones sin microbioa tienen el cerebro y el sistema inmunitario menos desarrollado, son extremadamente activos y se estresan muy fácilmente. Cuando se les inocula bacterias, su conducta cambia y se comportan de forma más prudente, ya no toman riesgo.

Científicos de la universidad de Kyushu (Japón) les inocularon a estos ratones estériles sólo un tipo de bacteria, la Bifidobacterium infantis y sólo con ella, la respuesta al estrés de los ratones mejoró significativamente.

Otro estudio de la Universidad de McMaster, manipuló dos grupos experimentales: uno con ratones de una raza claramente tranquila y sumisa, y el otro con ratones de una raza muy agresiva y nerviosa; demostró que al intercambiarle la microbiota a los sujetos de cada grupo,es decir, inocularle la microbiota de la especia sumisa a la especie agresiva y viceversa, su comportamiento cambiaba radicalmente. Los ratones de raza tranquila se volvían violentos e inquietos, así como los ratones a los que en un principio les correspondía este comportamiento, se volvieron tranquilos y sumisos. Pero aún hay mas, al hacer lo mismo con flora humana de sujetos con diagnósico de depresión, las ratas mostraron conductas características de cuadros depresivos.

¿Y en nosotros?

Obviamente, iría en contra de principios éticos y deontológicos estudiar esto en humanos, pero se están llevando a cabo estudios correlacionales. Uno de los resultados más importantes es el hecho de que entre el 40% y 90% de las personas con autismo tienen además algún tipo de desorden intestinal con la flora intestinal afectada. De hecho, el comportamiento de los ratones a los que se les ha provocado una ausencia de bacterias es un comportamiento muy similar al que tendría un sujeto con autismo.

Por otro lado, para modificar la flora intestinal humana, existen dos métodos: ingesta de antibióticos (acaban con bacterias “dañinas”) e ingesta de probióticos (levaduras y bacterias que aumentan la cantidad y calidad de nuestra microbiota). Se han acumulado un número interesante de estudios en humanos en donde se observa que el consumo de probióticos puede mejorar la respuesta al estrés. Las bacterias tipo lactobacillus y bifidobacterium son capaces de producir ácido gamma-aminobutírico, un neurotransmisor que regula multitud de procesos psicológicos y cuya disfunción está relacionada con ansiedad y depresión

Además, recientemente estudios han demostrado que la microbiota está relacionada con aspectos tan alejados del intestino como la vida social de la persona. De manera que la microbiota podría funcionar como un indicador de la conducta social. Se trata de un campo reciente de investigación, pero de gran relevancia. Los resultados de estudios empíricos sugieren que la microbiota se vuelve homogenea en individuos con un contacto social frecuente, así como se diferencia como consecuencia del aislamiento.

En definitiva…

El control de la conducta humana está muy lejos de ser ejercido únicamente por el cerebro. Las neuronas de nuestro tracto digestivo junto con todas las bacterias que viven en este ecosistema tienen mucho que decir en cuanto a la modulación de nuestro comportamiento. Los hay que dicen que las bacterias buscan su propia supervivencia y, para ello, se las arreglan para modificar nuestras conductas. No sería el primer caso de control de conducta por la colonización de un parásito.

Con las nuevas investigaciones se va viendo que el alcance del poder de la microbiota en nuestro comportamiento es mucho mayor de lo que podríamos imaginar hace tan sólo unas décadas. Y que la combinación de bacterias que contiene una persona una en su interior parece estar relacionada con enfermedades tan comunes y temidas como el cáncer o el alzheimer. Por el momento, se trata de un camino que tan solo acabamos de empezar a andar, pero ya se habla de transplantes de heces como forma, en un futuro cercano, de modificar la composición de la microbiota y así prevenir y tratar enfermedades tanto físicas como mentales.

Pero, con esta entrada, también quiero transmitir que se trata de una relación bidireccional. Y que, igual que las bacterias influyen en nuestra vida, nosotros con nuestro estilo de vida podemos influir en la cantidad y calidad de bacterias que poseemos. Tenemos formas muy accesibles y sin efectos secundarios de mejorar nuestro estado de salud general. Enriquecer y fortalecer nuestra composición bacteriana es algo que todo el mundo puede hacer y que, con seguridad, tendrá efectos positivos sobre nuestro bienestar y prevención de posibles patologías. Por ejemplo, mediante el consumo de prebióticos (fibra y almidón resistente, que es alimento para las bacterias) y de probióticos (bacterias y levaduras vivas, en forma de productos fermentados, que añaden mayor variedad de bacterias), la limitación del consumo de antibióticos a casos muy excepcionales ouna dieta lo más saludable y variable posible.

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